1. Introducción
En círculos ateos, lilbrepensadores y de ánimo anticristiano, se suelen diseminar ciertas perspectivas cuestionables, algunas de ellas que son inverosímiles desde el punto de vista histórico, aun cuando no existe la menor evidencia de ello. Para dar cuenta de esa falta de evidencia, suelen apelar a conspiraciones referentes “la Iglesia” y cómo “oculta” la información secreta. Cualquier arqueólogo o historiador profesional que mire esta línea de argumentos lo descartaría al instante sin mayores consideraciones. Por otro lado, el público en general, especialmente algunos grupos que (justificadamente o no) resienten la Iglesia Católica o el cristianismo en general, le dan credibilidad bajo el principio de que “esto suena a información prohibida, algo que la Iglesia no quiere que se sepa, ergo tiene que ser verdad”.
Una de estas “teorías” que los historiadores pasan por alto (con mucha razón) es la de Joseph Atwill y otros que postulan la creación del cristianismo por parte de los emperadores flavianos. Esta no es una “teoría” nueva, pero la manera en que se conoce mejor es mediante el libro de Atwill titulado El mesías de César: la conspiración romana para inventar a Jesús (Caesar’s Messiah: The Roman Conspiracy to Invent Jesus). Esta posición también se promovió en un artículo con un titular a todas luces engañoso: “Ancient Confession Found: ‘We Invented Jesus Christ’” que hablaba de una conferencia ante expertos biblistas en el que supuestamente se encontró una implicita y escondida “confesión” de que los romanos flavianos habían inventado a Jesucristo. Estas noticias, se presentaba a Joseph Atwill como un “bibilista estadounidense”, cuando él no tiene credenciales en ese campo, ni expertise alguno en la Antigüedad en general.
Aunque autores mitistas profesionales como Robert Price y Richard Carrier escribieron sendas reseñas criticando la obra, sorprende encontrar hoy día a Price respaldando esta obra. Igualmente otros académicos como Robert Eisenman y Rod Blackhirst. Este artículo revela por qué tal espaldarazo a Atwill es incomprensible.
Para efectos de respuestas a los planteamientos generales de Atwill, aconsejo la lectura de la reseña de Price que, aun cuando inexplicablemente se puso a respaldar a Atwill de ciertas maneras, todavía considero que da sustancialmente en el clavo en cuanto a problemas metodológicos específicos de su propuesta. Lo que voy a hacer aquí es algo distinto. No voy a ir a desmontar todos los errores históricos que hace Atwill en su libro: eso conllevaría escribir una enciclopedia (¡los errores son muy numerosos!). Por ahora, me voy a centrar en desmontarlo por otra vía: lo que los historiadores ya han establecido tanto por la arqueología como la historia documental.
2. Puntos claves de la teoría de Atwill
Para estos fines, voy a mencionar algunas aserciones de Atwill que me parecen cruciales para que funcione su teoría:
- El área del Levante o que hoy llamamos Israel/Palestina, se distinguía en el siglo I e.c. por ser una de revueltas y casos de resistencia antirromana.
- El Emperador Tito Flavio Vespasiano (en adelante Vespasiano) tuvo un rol importante en la destrucción de Jerusalén durante la Primera Guerra Judía.
- Flavio Josefo formó inicialmente parte de un grupo de resistencia, pero terminó aliándose con Vespasiano. A raíz de una profecía hecha por Josefo, este fue adoptado por Vespasiano y parte de la familia flaviana del emperador. Por eso se le conoce como Flavio Josefo.
- Los flavianos también estaban emparentados con la familia alejandrina del filósofo judío Filón de Alejandría.
- Para neutralizar de una vez y por todas estas insurrecciones, los flavianos llevaron a cabo su plan de crear toda una literatura para hacerle creer a los judíos en torno a Jesús, quien hubiera sido una medida para neutralizarlos. Estaría destinada a los judíos del Levante y los de la diáspora.
- Josefo escribiría Las guerras judías, pero también escribas relacionados con él escribirían los cuatro evangelios.
- Las guerras judías y los cuatro evangelios deberían considerarse como un todo literario (aunque con múltiples autores), para darse cuenta de que todo era una sátira.
- Esta literatura presentaba a Tito bajo el disfraz literario de Jesús, quien llevaría a cabo milagros semejantes a los atribuidos a Vespasiano y compañía, además de fomentar las idea de un siervo sufriente, que contrastaría con la figura de un Mesías triunfante sobre las fuerzas del Imperio Romano. Además, este sería un Mesías pacífico que abogaría por pagar el tributo al César.
- Esta estrategia tuvo tanto éxito, que no solo apaciguó a los judíos, sino que se convirtió en la religión católica romana que existe hoy día.
3. Atwill no entiende la religiosidad del judaísmo ni el helenismo antiguos
Atwill nos muestra en su escrito un conocimiento de muchas cosas de la Antigüedad, especialmente en relación con Josefo, algunos documentos cristianos, entre otros. Sin embargo, una cosa es conocer los datos (al menos superficialmente) y otra cosa es comprender su contexto histórico, algo que lamentablemente él no hace, aunque cree que sí. Un ejemplo de ello lo podemos ver ya de entrada en la introducción de su libro cuando afirma:
The process that ultimately led to the Flavians’ control over Judea was part of a broader and longer struggle, that between Judaism and Hellenism. Judaism, which was based upon monotheism and faith, was simply incompatible with Hellenism, the Greek culture that promoted polytheism and rationalism (Atwill 2011, intro.)
En otras palabras: aquí se encuentra la disparidad entre monoteísmo y politeísmo, y simultáneamente la oposición entre fe y razón. Como siempre le suelo señalar a los queridos amigos ateos (algunos de ustedes, a lo mejor están leyendo esto) si quieren desatinar su comprensión de la historia, mírenlo todo desde la perspectiva “fe vs. razón” como marco teórico. ¿Está queriendo decir Atwill que los judíos no creían en la existencia de otros dioses? ¿Quiere decir Atwill que los helenistas no tenían fe? ¿Y los judíos no utilizaban la razón? ¿Y qué quiere decir la palabra “fe” (pistis-griego, fides-latín) en la Antigüedad? ¿Y qué hay de los romanos?
La pregunta pertinente más importante es la siguiente: ¿Cómo los antiguos en general (helenos y judíos) concebían la interacción entre divinidades y humanos en el cosmos? He aquí una ilustración que facilitará nuestra discusión.
Este diagrama no debe entenderse como un esquema fijo compartido por todos los cultos del Mediterráneo, pero es un esquema general aproximado. Muchas de las civilizaciones como la cananea, la griega, la egipcia y la romana postulaban un panteón de dioses. De ellos, había un dios supremo como la mayor autoridad y estaba acompañado por dioses eminentes. Por ejemplo, en el caso de la Antigua Grecia y Roma, el rey de los dioses era Zeus (Júpiter), y consultaba con el panteón compuesto de los demás dioses eminentes, tales como Atenea (Minerva), Apolo, Poseidón (Neptuno), Hera (Juno), quienes dominaban varios aspectos del universo. De la interacción (usualmente sexual) entre dioses o de la naturaleza misma, aparecen dioses menores tales como los demonios (daímonia) y las ninfas. Aquí entran también dioses menores familiares y de la ciudad (e.g. Roma estaba dedicada a la diosa del mismo nombre). Finalmente, de la interacción entre dioses y humanos, sea por actos sexuales, o por divinización (apoteosis), aparecen héroes, semidioses o humanos endiosados.
Los judíos tienen una historia de creer precisamente en este orden divino. En sus orígenes como cananeos, los israelitas suponían la existencia de un panteón con el dios El a la cabeza, que después sincréticamente se fusionó con el culto a Yahveh. Los israelitas también tenían centros de culto a otros dioses, tal como la arqueología y la evidencia documental nos revelan (Barker 1992, 4-10; Day 2002, Dever 2017, 149-247; Gibson 2007). Estos dioses, concebidos como los “hijos de Yahveh” se dispersaron como supervisores de otros pueblos (los de la gentilidad). Por cierto, estos “hijos de Dios” tuvieron relaciones sexuales con seres humanos, que fue de donde se originaron los héroes, semidioses y otros seres fantásticos (Génesis 6:1-4). Sin embargo, a medida que los israelitas evolucionaron en relación con sus creencias, especialmente por acción de un sector levita sacerdotal, ese politeísmo se convirtió en un henoteísmo monolátrico que tenía como base el culto en el Templo de Jerusalén, dedicado a Yahveh. Tras el regreso de judíos de Babilonia y bajo el dominio persa, el judaísmo se fue transmutando en una religión megateísta. Esto significa que, para los judíos, otras deidades existían pero eran menores. Solo Yahveh era el creador de todo (incluyendo los demás dioses), el verdadero eterno, inmortal, todopoderoso, altísimo, e indestructible (Chaniotis 2010).
Nota aclaratoria: Hoy día algunos historiadores utilizan el término “monoteísmo inclusivo” que esencialmente es sinónimo de “megateísmo”. El problema con su empleo es que puede ser confuso. Si se admite la exitencia de otros dioses o divinidades, entonces “monoteísmo inclusivo” es un término contradictorio.
La experta en este periodo Paula Fredriksen insiste en decirle al público que para los antiguos todos los dioses existen. Esto incluye el judaísmo antiguo. Aun cuando la literatura judía se refería a los “hijos de Dios” como “ángeles”, estos no dejaban de ser seres divinos. También existían los daimonia, que usualmente se traduce por “demonios”, término que tiene una connotación errada. Cuando la gente piensa en “demonios”, creen que están hablando de algún espíritu seguidor de Satán. Los demonios son en esta etapa dioses que habitaban las capas inferiores del ámbito celeste. Por eso, Pablo resaltaba que todo seguidor de Jesucristo que fuera pagano debía renunciar al culto a los “demonios”, es decir, a los demás dioses (utilizo la Biblia de Jerusalén del 2019).
No penséis que estoy insinuando que lo inmolado a los ídolos es algo, o que los ídolos son algo, pues lo que inmolan los paganos lo inmolan a los demonios y no a Dios. Y no quiero que entréis en comunión con los demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios, no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios (1 Corintios 10:19-21).
Las referencias a la existencia de otros dioses como divinidades de menor grado las podemos encontrar en lugares del Levante del siglo I, como los Rollos del Mar Muerto, o en documentos judíos de la diáspora. Vean este caso del escrito judeohelenístico de los Oráculos Sibilinos (libro III, fechado ca. I e.c.):
Mas cuando del gran Dios se cumplan las amenazas que una vez profirió contra los mortales, cuando una torre levantaron en la tierra de Asiria: todos hablaban la misma lengua y querían subir hasta el cielo estrellado; mas al punto, el Inmortal [Yahveh] les envió una gran calamidad con sus soplos y a su vez luego los vientos derribaron la gran torre y entre sí los mortales levantaron mutua disputa; por esto los hombres pusieron a la ciudad el nombre de Babilón; y después que la torre cayó y las lenguas de los hombres con toda clase de sonidos se distorsionaron y a su vez toda la tierra se pobló de mortales que se repartían los reinos, entonces es cuando existió la décima generación de seres humanos, desde que el diluvio cayó sobre los primeros hombres. Y se hicieron con el poder Crono, Titán y Jápeto, hijos excelentes de Gea y Urano (a los que los hombres habían llamado tierra y cielo, al ponerles nombre, porque ellos fueron los más destacados de los seres humanos) (Oráculos Sibilinos 3:97-113; Díez Macho 1982, 3:290-291, mi énfasis).
Aquí vemos un sincretismo entre las mitologías hebrea y griega. El megateísmo judío posibilitaba que esto ocurriera. El mismo Pablo parece reconocer la existencia de otros dioses que le otorgan señorío a otros señores (es decir, seres humanos que son autoridad política máxima de sus dominios, como el emperador), pero que los judíos debían rendirle culto a un solo dios (Yahveh) y a un solo Señor, el que está por encima de cualquier otro señor, es decir, Jesucristo:
Pues, aunque la gente les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra –de forma que hay multitud de dioses y de señores–, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual existimos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien existen todas las cosas, y nosotros por él (1 Corintios 8:5-6).
Este tipo de “binitarismo” es posible porque, además de todo el enjambre de dioses que todo el mundo (incluyendo los judíos) asumían que existían, también algunos promulgaban la existencia de una segunda potencia, como una segunda deidad o figura de autoridad que debía ser alguna suerte de mediador entre Dios y el resto de su creación; inferior a Dios, pero superior a las demás deidades. Sin dudas, el cristianismo se nutrió de esta teología. Hablaremos con más detalles de este tema en la sección 4.2, cuando hablemos del rabinismo posterior a la destrucción del Templo.
Pues, entonces ¿qué hacen a los judíos tan especiales? No la carencia de razón para la adopción de la fe. Personas tales como Filón de Alejandría incorporaron a su filosofía el pensamiento racional platónico, precisamente para presentar a su fe como racional. Él continuaba siendo judío en su época y nadie lo cuestionó. Tampoco podemos olvidar que la literatura hebrea tenía libros sapienciales (Proverbios, Cantar de Cantares, Eclesiastés, Sabiduría, Eclesiástico). El que los paganos fueran politeístas no los hacía más racionales que los judíos. Basta con sentarse a leer la Ilíada de Homero, la Eneida de Virgilio o el libro de mitología de Edith Hamilton para darse cuenta que los dioses no eran más cuerdos que Yahveh.
Lo que hizo a los judíos especiales eran su fe en Yahveh. Cuando la gente mira la palabra “fe”, piensan en “creencias sin evidencias”. Esto no era lo que quería decir la palabra pistis en griego o fides en latín. Estos designaban más bien a la confianza, pero una confianza que implicaba algún tipo de acuerdo, una relación de lealtad entre las partes. Había relación de fides (de fe) entre amo y esclavo, señor y cliente, comerciante y comprador, entre amigos, etc. Vean aquí algunas de las diversas variedades de fides o pistis en la Antigua Roma. Pues, los líderes políticos, una familia, una ciudad, unos dominios, pueden establecer una relación de fides con el emperador, con los dioses familiares, con los dioses de la ciudad, etc. En cuanto a la relación humanos-dioses, los emperadores, soldados, políticos o comerciantes solían acogerse a la deidad que mejor le favoreciera y establecían una relación de fides con esta. Por otro lado, lo que definía a los judíos era su relación incondicional con Yahveh, cuyos términos estaban plasmados en la Torah (Ley de Moisés). Esta fe y alianza vinculaban a los judíos a una relación filial con su dios: Yahveh sería el Padre de su adoptado primogénito, el pueblo de Israel. En este sentido, tanto el judío individual como los judíos a nivel colectivo podían considerarse “hijos de Dios” y, asimismo se relacionaban con Yahveh como Padre (Éxodo 4:22; Deuteronomio 14:1; Jeremías 3:19; 31:9,20; Oseas 11:1-4; Salmos 73:15; 82:6; Eclesiástico 4:10). Por ende, una conversión al judaísmo significa automáticamente el abandono de cualquier culto a otros dioses y dedicarse de lleno al culto de Yahveh.
Por eso es que aunque Pablo no le exigía la circuncisión a los gentiles, sí les decía que debían tener fe en Dios y en Cristo muerto y resucitado: no que “creyeran en su existencia”, sino establecer una relación de confianza con él, y parte de ello era seguir el decálogo (excepto la observancia del sábado). Esto significaba que ellos debían abandonar sus dioses. Lo que quería hacer Pablo era judaizar a los gentiles, no abandonar el judaísmo (Fredriksen 2017; Morgan 2015).
Desgraciadamente, a Atwill se le olvida todo esto en su discusión, algo tan esencial para entender la naturaleza religiosa de la Antigüedad. De raíz ya convierte toda su teoría en una propuesta inverosímil históricamente hablando. El que los flavianos se hayan inventado una “sátira que los más sabios supieran que era broma pero que los judíos debían tomar en serio para que creyeran en el cristianismo” como una religión misional dirigida a judíos y gentiles (Mateo 8:11-12; 10:5-7; 28:16-18), tiene el inconveniente en el hecho de que dichos judíos diseminarían en Palestina y fuera de ella (recuerden, esto se dirige también a la diáspora) un culto que convencería a los paganos de renunciar a la fe en los dioses y en el mismo emperador. Me podría decir todo lo que quiera que “Jesucristo es figura de Tito Flavio”, pero recuerden … solo la élite de la élite de la élite de los lectores vería la sátira con claridad, los demás (la inmensa mayoría de la población) no lo sabría. Ergo, el resultado de la lectura de estos evangelios por la inmensa mayoría sería abandonar su fe en el emperador como deidad terrena, para que se volvieran súbditos del dios judío (al revés de lo que querrían las autoridades romanas con dos dedos de frente). Eso fue efectivamente lo que sucedió durante los primeros dos siglos, y detallaremos esa discusión en la sección 6 de este artículo. Atwill presenta a Pablo como un agente romano, pero su mensaje es decididamente contraproducente al Imperio, porque aboga porque los gentiles abandonen el culto a sus dioses.
Este escenario no tiene sentido histórico alguno. Sería la manera más estúpida de un imperio de “pegarse un tiro en el pie”, como decimos los puertorriqueños.
4. Premisas no expresas de la teoría de Atwill
Durante la obra de Atwill, él da por sentado un conjunto de premisas no expresadas que son erradas. No haremos una lista exhaustiva de ellas, porque, como ya he indicado, se podrían escribir volúmenes de ellas.
4.1 – Primera premisa escondida en los supuestos de Atwill: que los judíos palestinenses sabían leer o entender griego
Un problema serio que tiene Atwill es que para que funcione su teoría conspiratoria en el área de Palestina, los judíos en general debían saber leer o entender griego. Partiendo de la premisa de que los flavianos estaban adoptando una guerra literaria contra los insurreccionistas palestinenses, debían escoger ese lugar como el epicentro de esta operación, especialmente en el área de Galilea. Galilea es especialmente importante, porque es donde emergieron las raíces del movimiento zelota, al menos según Josefo. Una campaña propagandística en el Levante del siglo I como la que sugiere Atwill requeriría comunicación en el idioma de sus destinatarios, es decir, arameo. Cuando los sectores protestantes estadounidenses llegaron a Puerto Rico, no le predicaron a los puertorriqueños en inglés usando el King James Version, hubiera sido muchísimo más difícil para su causa; sino más bien en el idioma español. Igual ocurre en este caso.
Por otro lado, debemos recordar que todos los cuatro evangelios se escribieron originalmente en griego, por personas que sin duda pensaban en griego. Eso se ha podido determinar con plena certeza por los expertos. Hubiera sido sensato de Josefo, que sin duda sabía hebreo y arameo, sugerirle a los satiristas autores de los evangelios que escribieran en arameo, pero parece que nunca lo sugirió. Si los judíos palestinenses en general no sabían griego, entonces este plan literario no iba a funcionar en absoluto. ¿Cuál era la realidad del Levante en aquella época? ¿Sabían leer o entender griego o no?
Pues se difunde mucho entre los apologistas cristianos la convicción de que en Galilea y en un lugar cosmopolita como lo era Jerusalén, prevalecía la gentilidad o, en el mejor de los casos, que los judíos supieran hablar griego. Se suele citar del Evangelio de Mateo el siguiente pasaje:
Cuando [Jesús] oyó que Juan había sido entregado, se retiró a Galilea. Pero dejó Nazará y fue a residir a Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
¡Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí,
camino del mar, allende el Jordán,
Galilea de los paganos!El pueblo que habitaba en tinieblas
ha visto una gran luz;
a las que habitaban en paraje de sombras de muerte
una luz les ha amanecido (Mateo 4:12-16).
Si era la Galilea de los paganos, entonces la mayoría de Galilea hablaba griego, ¿verdad? Primero, tenemos que recordar que el pasaje de Isaías que se cita pertenece al conjunto de profecías del llamado Proto Isaías (Isaías 1-39; Isaías 8:23-9:1). El pasaje en cuestión se refiere a la época en la que parte del territorio del Reino de Israel fue anexado por los Asirios en el siglo VIII a.e.c., convirtiéndose de facto en tierra “pagana” (Blenkinsopp 2000, 247; Roberts 2015, 147-148).
¿Y en tiempos de Jesús? Eso nos lleva a la labor encomiable del arqueólogo y experto biblista Mark Chancey. Él publicó su tesis doctoral donde hizo un análisis exhaustivo de la evidencia arqueológica y documental en relación con el conocimiento o la adopción de la cultura griega en tierras de Galilea. No hay dudas de que en lugares como en Séforis o en Tiberias vemos cultura grecorromana, pero en la ruralía –es decir, donde habitaba la inmensa mayoría de los galileos– no había tal estilo de vida. Al contrario, la evidencia muestra que los galileos eran predominantemente arameoparlantes, pobres y cuya mayoría no tenía instrucción alguna en leer y escribir (Chancey 2004). Otro tabajo de Chancey confirma que la evidencia, incluyendo la documental como la de Josefo, que la inmensa mayoría de los galileos probablemente no sabía griego, ni escrito ni hablado, aunque quepa la posibilidad de que en este último caso se supiera algo a nivel muy rudimentario (Chancey 2005; ver también Reed 2006, 197-198). Las conclusiones de Chancey representan hoy día el consenso de la comunidad arqueológica y expertos en historia del Levante en este periodo.
Esto no es un punto trivial, sino uno terriblemente inconveniente para Atwill. No debemos perder de vista que, de acuerdo con Josefo muchas de las insurrecciones se originaron en Galilea. No solo eso, sino que identifica a estos insurrectos como partidarios de una cuarta filosofía cuyo fundador fue precisamente Judas de Galilea. Eruditos no confesionales como Fernando Bermejo Rubio afirman que lo más probable es que no solo existieron estas insurrecciones grandes, como la que ocurrió tras la muerte de Herodes (3 a.e.c.), la del censo bajo Quirino (6 e.c.) o la Primera Guerra Judía (66-73 e.c.), sino que probablemente hubo una continuidad de actos guerrilleros esporádicos de ese sector y de algunos fariseos durante ese periodo (Bermejo 2020, caps. 5-6; Josefo, Antigüedades judías 18:1-6; 20:100-103, 186; Josefo, La guerra de los judíos 2:272-273). Algunos como Menahem, Jacob y Simón hijos de Judas, líderes insurreccionistas, también procedían de Galilea. Sin embargo, vemos que en Galilea –uno de los epicentros de estas rebeliones– la gente era analfabeta y tampoco estaba alfabetizada en griego.
¿Qué hay del resto del Levante (incluyendo la Judea) del siglo I? La cosa no mejora mucho. El único sector plenamente alfabetizado era probablemente la élite sacerdotal del Templo y, probablemente, la élite farisea. Aun con todo, no tenemos plena seguridad de que también supieran griego. De toda el área de la Palestina del siglo I solo tenemos a dos personas que nos constan que sabían hablar griego de los cuales solo conservamos los escritos de uno de ellos: Flavio Josefo. Además, en el caso de Josefo en particular, no nos consta que supiera griego antes de aliarse a los romanos. Él expresaba cómo era objeto de burla del sector culto de Roma debido a su pobre fluidez en el griego (Chancey 2005, 123; Hezer 2001, 91; Ehrman 2013, 244).
Por supuesto, los fariseos y sacerdotes en las sinagogas debían saber leer para poder hablarle a los reunidos. Según Mir Bar-Ilan, el Talmud menciona el hecho de que se permitía que al menos una persona leyera en la sinagoga en los pueblos. En las sinagogas descubiertas en el área de Palestina podían caber alrededor de 50 personas. Dado ese hecho, es probable que en las áreas rurales de Galilea y Judea solo el 1% de su población supiera leer. Catherine Hezer argumenta que si tomamos la totalidad del área de Palestina, parece que el 3% de la población sabía leer (Ehrman 2013, 243-244). Recordemos que solo estamos hablando de leer y escribir hebreo o arameo. Las expectativas de que supieran leer griego fuera de Jerusalén son ínfimas.
No sé ustedes, pero me parece bien difícil que se convenciera a un público judío que no sabía leer griego o entenderlo a que leyeran o predicaran textos escritos en griego y se convencieran con la supuesta “propaganda flaviana”. Si quieres convencer a alguien analfabeto y desconocedor de otros idiomas, utiliza preferiblemente su idioma.
4.2 – Segunda premisa escondida: los maestros judíos después del 73 e.c. sabrían griego y podrían enseñarle los evangelios a la población oralmente
La segunda premisa escondida que habría que dar por supuesta para que funcione la teoría de Atwill, es que después de la destrucción de Jerusalén y el fin de la Primera Guerra Judía, los maestros judíos en alianza con el Imperio Romano debían ponerse a enseñarle a los judíos griego en aras de propagandizar los evangelios supuestamente prorromanos y así neutralizar las insurrecciones.
Para entender un poco este asunto, debemos exponer el trasfondo histórico del judaísmo después de la Guerra Judía. Al final de dicho acontecimiento los judíos tanto del Levante como de la diáspora quedaron social y culturalmente traumatizados. Se había eliminado el punto focal de culto al dios Yahveh donde se le rendía culto de acuerdo a lo prescrito por la Ley de Moisés, la Torá. Esto requería una radical interpretación de esos escritos sagrados, los Profetas (Neviim) y otros más. Tenemos constancia de que hubo una reunión a la que se le ha llamado el “Concilio de Yabne“. Este lenguaje ha llevado a la falsa impresión entre estudiosos del siglo XX de que allí se formalizó el canon las Escrituras hebreas y que declararon el Birkat-Ha-Minim (una “bendición” para maldecir “herejes”). Hoy día sabemos que nada de esto es correcto, las Escrituras hebreas se fueron formalizando a medida que pasó el tiempo y no tenemos constancia del Birkat durante los siglos I y II e.c. (Kimelman 1981, Lewis 2000; McDonald 2007, cap. 7, secc. II).
Vale indicar que antes de este trauma histórico para los judíos, las opiniones de los rabinos y letrados dentro y fuera de territorio palestinense era diverso. No es un mero chiste la famosa frase “dos judíos, tres opiniones“. Era típico que diferieran entre ellos sobre un sinnúmero de cosas. Sin embargo, después del 73 e.c. la cosa cambió un poco. Los rabinos estaban preocupados por aquellas “falsas enseñanzas” que hubieran llevado a Yahveh a perpetrar un castigo al nivel de la destrucción de toda una ciudad y su centro religioso.
El cúmulo de las enseñanzas de los rabinos desde antes de la época de Jesús hasta el siglo II se hallan en lo que conocemos como La Misná, escrita para finales del siglo II e.c o principios del III e.c. Hubo tradiciones que también se conocen a partir del Talmud, escrito siglos más tarde. En esas obras, los rabinos denunciaban una serie de doctrinas que vieron como “heterodoxas”. Una de ellas se conoce como la doctrina del “segundo dios” o de las “dos potencias celestes”, a la que aludimos en un momento dado: que Yahveh era el dios supremo, pero existía un “segundo dios”, una divinidad de menor grado, pero que era superior al resto de la creación. Por ejemplo, Proverbios hablaba de la Sabiduría personificada como la acompañante de Dios durante el proceso de la creación (Proverbios 8). Igual podemos señalar a Filón de Alejandría, quien su famoso Logos, entidad que contiene las formas arquetípicas y que media entre Yahveh y el mundo material. Él describía este Logos como primogénito de la creación, hijo de Dios y “segundo dios”. Hubo escritos en el que el patriarca Enoc se convertía en ese tipo de deidad, en la figura del “Hijo del Hombre” del profeta Daniel. Otros veían a Metatrón, el Ángel de Yahveh u otro tipo de entidad divina como una segunda deidad (Barker 1992, 48-232; Gieschen 1998; Segal 2002; Orlov 2019). Uno no puede evitar pensar en los escritos cristianos que veían a Jesús como una segunda divinidad, como el poema que Pablo cita en su Carta a los Filipenses, el Logos del Evangelio de Juan o la Epístola a los Colosenses, donde precisamente aparece Jesucristo como este “segundo dios”, el “Ángel de Dios”, la “Sabiduría Divina” y como “Señor del cosmos” (Filipenses 2:6-11; Juan 1:1-18; Colosenses 1:15-20; ver Garrett 2008, 11, 53-76).
Como podemos ver, esto de por sí es un enorme problema para Atwill. Si lo que querían hacer los flavianos era convencer a los judíos de no sublevarse contra Roma y promover la teología cristiana, el liderato judío posterior rabínico ni se dio cuenta. Es más, condenó al cristianismo además de sectores gnósticos, neoplatónicos y otros que estaban postulando una segunda figura o un segundo dios.
Más al punto, la Misná no se escribió en griego, sino en hebreo misnáico y algunas secciones en arameo. No le prestaron atención alguna al griego koiné, el idioma en que se escribieron los evangelios. Peor, no hablan ni promueven la figura de Jesús en ningún escrito. Es casi como si ninguna de las autoridades judías, incluyendo aquellas subyugadas a Roma, se hubiera dado cuenta de Jesús o de los evangelios. Es casi como si no les importara. Es casi como si los flavianos no hubieran obligado a los judíos a promover su propaganda.
¿Dónde está el esfuerzo de los flavianos de insistirle a los rabinos de propagandizar a Cristo en las filas judías? ¿No sería esto lo conveniente para que funcionara la conspiración flaviana? Atwill no nos responde a esta pregunta.
4.3 – Tercera premisa escondida: Los evangelios “más o menos” están de acuerdo entre sí y se publicaron simultáneamente
Según Atwill, los cuatro evangelios tuvieron que haber sido escritos simultáneamente bajo la coordinación de una persona para que hubiera una coherencia en la sátira (Atwill 2011, cap. 10). El problema es que los evangelios son todo menos coherentes entre sí. Algunos de ellos son amigables a los gentiles y hostiles a los judíos, hay otros que abogan por una mayor judaización, hay otros tienen una visión cristológica de la salvación por muerte vicaria, otros (como el Evangelio de Lucas) no. Aquí escribí un artículo sobre importantísimas diferencias entre los cuatro evangelios en relación con ciertos temas. Como se puede ver, no pudieron haberse escrito simultáneamente. Algunos reflejan haber sido copiados después de otros, y circulaban en diferentes lugares para distintos tipos de lectores.
La dependencia de Mateo y Lucas en Marcos es indiscutible, eso significa necesariamente que estos dos libros tuvieron que escribirse después de Marcos. Si Mateo escribió su evangelio, es porque estaba en desacuerdo con lo que decía Marcos. Si Lucas conocía a Mateo o Marcos (o ambos), escribió su evangelio porque no estaba de acuerdo con alguno de los dos o ambos. Recientemente, se ha encontrado que Juan probablemente conocía a Marcos, pues su autor lo escribió precisamente porque estaba en desacuerdo con Marcos.
En un momento dado, Atwill parece sugerir –aunque su expresión es confusa y ambigua– que Pablo pudo haber coordinado los evangelios (Atwill 2011, cap. 10). Esto daría cuenta bastante (aunque no totalmente) por qué el Evangelio de Marcos es paulino. Pero no explica por qué la posición del Evangelio de Mateo es antipaulina. Y menos explica por qué el autor de Lucas-Hechos no favorecía la visión vicaria de la salvación del Mesías (como veremos más adelante).
Sencillamente, Atwill no tiene la instrucción de análisis literario de los evangelios para entender sus procesos de redacción.
5 – Ni los evangelios ni el Nuevo Testamento eran tan prorromanos como pretende Atwill
Joseph Atwill dedica un capítulo de su libro al episodio del exorcismo que Jesús llevó a cabo en Gerasa, en la Decápolis, un lugar gentil. Le llena la curiosidad de que el demonio que posee al geraseno se llame a sí mismo “legión”, un término que designa a una agrupación militar romana. Nos dice él que solo poniendo este pasaje al lado de Las guerras judías de Josefo se nos revela la sátira detrás del relato. En La guerra (4:7), Josefo nos relata sobre un líder insurreccionista llamado Juan, que llevó un acto de sedición con sus seguidores en Gerasa. Debido a que las fuerzas vespasianas eran superiores, los sicarios (las “legiones” de sicarios) cayeron al Río Jordán y se ahogaron. Atwill vio la semejanza entre los relatos y cómo el endemoniado de Gerasa se parecía al insurreccionista Juan, y los demonios a las “legiones de seguidores” que terminaron ahogándose en el agua. ¡Qué broma esta sátira, ¿verdad?!
Pues, no exactamente. El tema de la supuesta “sátira” la dejaré para después. Por ahora, quiero que se pongan en la posición de un lector de la época que recibe este evangelio marcano o lo escucha predicado en su congregación. Atwill alega que para revelar la “sátira” tenemos que acompañarla con el texto de Josefo. Sin embargo, lo evidente es que probablemente en las congregaciones cristianas ninguno de los escritos evangélicos fue acompañado o predicado con Josefo al lado (según Atwill, esto era un secreto de los mismos flavianos, casi riéndose de carcajadas tras bastidores). Claro, si la intención original era burlarse de Juan y sus seguidores, la manera en que se escribió el relato del endemoniado era contraproducente para la causa romana.
Imagínense que usted es un judío del siglo I y que usted no conoce a Josefo y escucha este relato por primera vez. Por ende, usted no sabe que se trata de una sátira. El mensaje que uno captaría sería decididamente antirromano. ¿Cómo? Esencialmente, lo que el relato le diría a usted es que Jesús tiene el poder de vencer a las legiones romanas. Hoy día, sabemos que el relato originalmente era una tradición anterior a Marcos y que sufrió unos ajustes por el evangelista (al que llamaremos “Marcos” por razones de conveniencia, aunque no sepamos realmente su nombre). Sin embargo, sabemos que este relato es anterior al evangelio debido a o unas etapas de redacción o a los equívocos que ocurren en tradiciones orales y que se reflejan en el escrito. No obstante, se reconoce que el evangelista lo ha retocado para que cayera dentro de su narrativa general y aludir a situaciones durante la Guerra Judía, por ejemplo, que el exorcizado gentil fuera a predicar sobre Jesús en la Decápolis aun cuando Jesús le dijera que hiciera lo contrario (Gnilka 1999, 233-234; Marcus 2010, 398-399).
Desde la perspectiva de los lectores (si suponemos que eran judíos), la Decápolis era un lugar de gentiles (impuros), donde hubo una persona que descansaba en sepulcros (lugares impuros), que terminó poseída por espíritus impuros, adoptó un nombre de un colectivo romano (los romanos como gentiles eran considerados impuros), y los demonios terminaron poseyendo a los cerdos (animales impuros). Los demonios reconocieron a Jesús como el “hijo del Altísimo”, consecuente con la adopción de Jesús por Yahveh como Su hijo en el momento del bautismo y que caracterizaría al Mesías como descendiente de David (Marcos 1:11). El poseso tuvo que arrodillarse ante Jesús y obedecerle, dándose un nombre romano (no había “legiones” de insurrectos en la época, sino de “legión”, como las huestes romanas), los espíritus entraron en unos cerdos y se ahogaron en el agua. El hecho de que el endemoniado hubiera dormido en sepulcros puede indicar que hubo espíritus inmundos de paganos romanos rondando en los lugares de la Decápolis donde fueron enterrados. El que entraran en unos cerdos es significativo porque el símbolo de las legiones romanas que se quedaban en el Levante durante esa época era el jabalí, y la literatura judía de la época hacía una equivalencia entre los romanos y los cerdos (Marcus 2010, 403).
En otras palabras, si usted hubiera sido un oyente o lector judío de la época, usted no hubiera entendido que los judíos debían someterse al emperador. Dado que los flavianos ocultaron la equivalencia de Jesús con Tito (¡porque es sátira secreta!), lo que probablemente entendería es que las legiones del emperador, ergo también el emperador, eran inferiores al Mesías, Jesús. Podría objetarse que en ese mismo evangelio, Jesús fue crucificado. Sí, pero el mensaje cristiano es que resucitó y es Señor del cosmos. El hecho de que “Marcos” titulara su escrito como el “Buen Anuncio (euangélion) de Jesucristo, Hijo de Dios” no es poca cosa (Marcos 1:1-2). La palabra “euangélion” era frecuentemente utilizada por los romanos para referirse a las hazañas del emperador (Evans 2000, 69). Sin embargo, dado que, según Atwill, nadie (excepto las cabezas de la conspiración) sabía que Jesús era representante de la figura de Tito, el mensaje que obtenía el público era otro: Jesús era superior al emperador.
La cosa se complica más cuando Atwill supone que el cristianismo era una fabricación flaviana, ergo un escrito como el de Apocalipsis fue compuesto por manos romanas igualmente satíricas. Excepto que como nadie sabía que era sátira (excepto Atwill y sus entusiastas) los siguientes pasajes suenan muy antirromanos:
Entonces vino uno de los siete mensajeros que llevaban las siete copas y me habló: “Ven, que te voy a mostrar el juicio de la Prostituta, que se asienta sobre aguas caudalosas. Con ella fornicaron los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución.” Me trasladó en espíritu al desierto. Vi una mujer sentada sobre una Bestia de color escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la Bestia tenía siete cabeza y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, y resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas. Sujetaba con su mano una copa de oro llena de abominaciones e impurezas de su prostitución. En su frente llevaba escrito un nombre –un misterio–: “La gran Babilonia, la madre de las prostitutas y las abominaciones de la tierra.” Y vi que la mujer se embriagaba con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús. Al verla, me asombré sobremanera, pero el mensajero me dijo: “¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de la mujer y de la Bestia que la lleva, la que tiene siete cabezas y diez cuernos”.
“La Bestia que has visto era, pero ya no es; y va subir del abismo, pero camina a su destrucción. Los habitantes de la tierra, cuyo nombre no fue inscrito desde la creación del mundo en el libro de la vida, se maravillarán al ver que la Bestia era y ya no es, pero que reaparecerá. Aquí es donde se requiere inteligencia, tener sabiduría. Las siete cabezas son siete colinas sobre las que se asienta la mujer.
“Son también siete reyes: cinco han caído, uno es, y el otro no ha llegado aún. Pero cuando llegue, durará poco tiempo. La Bestia, que era y ya no es, hace el octavo, pero es uno de los siete; y camina hacia su destrucción. Los diez cuernos que has visto son diez reyes que no han recibido aún el reino; pero recibirán con la Bestia la potestad real, solo por una hora…. Éstos le harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los llamados, los elegidos y los fieles (Apocalipsis 17:1-14, mi énfasis y cambio de la traducción)
La Bestia en cuestión es con mucha probabilidad Nerón, quien, según el historiador Tácito, fue el que persiguió primero a los cristianos en Roma. Existía una leyenda popular de que él no había muerto y estaba en Persia, preparando su ejército para volver a Roma y regresar al poder, esto es lo que significa que fue herida, pero que se recuperó. La simbología de la prostituta es inconfundible, los símbolos rojo y escarlata eran típicos del poderío romano. El hecho de que se asienta sobre las “siete colinas” establece el vínculo certeramente con Roma. Lo que asegura esta interpretación es el nombre de “Babilonia”. Aquí está aludiendo Juan de Patmos a la destrucción de Jerusalén, reminiscente a la destrucción del Templo llevada a cabo por los babilonios ante de la famosa deportación. Desde entonces, la literatura judía hacía la equivalencia entre Roma y Babilonia, tal como se puede ver en 1 Pedro, 1 Enoc, 4 Esdras y los Oráculos Sibilinos (Elliott 2000, 883-884; Piñero 2009, 466-467).
La gran prostituta está sobre la Bestia, en contraposición a la Mujer del Apocalipsis (cap. 12), símbolo del pueblo de Dios, y el Cordero, símbolo de Jesucristo. En otras palabras, se reitera nuestra convicción de que Jesús no es símbolo prorromano, sino un competidor del emperador. Y como “Babilonia” eventualmente caería y el cielo se regocijaría por ello (Apocalipsis 18-19), entonces Jesucristo terminaría siendo el destructor del Imperio Romano. De hecho, los romanos muertos serían echados a la Muerte y el Hades donde habría un lago de fuego (una segunda muerte), mientras que la Bestia sería atormentada por los siglos de los siglos (Apocalipsis 20:7-13).
Ahora bien, hay pasajes del Nuevo Testamento que sin duda suenan más prorromanos. Por ejemplo, “Lucas” (el autor de Lucas-Hechos) quiso presentar tanto a Jesús como a Pablo como personas nobles cuyas acciones eran consecuentes con la vida civil. Igualmente, hay un pasaje en Romanos en el que aboga por que los cristianos obedecieran a las autoridades de gobierno y pagar el impuesto debido (Romanos 13:1-7). De hecho, podría tomarse el dicho de Jesús de “devolver al César lo que es de César” en ese sentido, aunque como he dicho en otro lugar, hay que tener mucho cuidado porque podría querer decir lo contrario. Estos pasajes se podrían comprender si hubo una evolución del cristianismo desde el 30 al 100 e.c. en el que hubo ramificaciones en la diáspora y algunos se acomodaron a unos valores más afines a los ideales grecorromanos, especialmente tras la destrucción de Jerusalén. Esta es una hipótesis a todas luces más sencilla que la de Atwill y, por concepto de la Navaja de Occam, es la preferible. Sin embargo, si los evangelios y el Nuevo Testamento en total fueran producto de una broma pesada romana, es imposible de explicar los pasajes antirromanos. Este escenario simplemente no tiene sentido.
Por cierto, esto nos lleva a la próxima pregunta: ¿sabían los gobernantes romanos de esta broma?
6 – Los mismos romanos no tuvieron idea de que los cristianos eran parte de un complot prorromano
La otra dificultad embarazosa para Atwill es que que los gobernantes romanos no supieran que el cristianismo era una hechura romana para evitar sublevaciones en Palestina. En toda la literatura romana donde se habla de cristianos en el siglo II, virtualmente todo el mundo está de acuerdo: los cristianos eran considerados una irritación social. Véase cómo Tácito hablaba de ellos en sus Anales:
… Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba “chrestianos”, aborrecidos por sus ignomias. Aquel de quien tomaban nombre, Christus, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no solo en Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad [Roma], lugar que de todas partes confluyen y donde se celbran toda clase de atrocidades y vergüenzas (XV, mi énfasis, mi cambio de la traducción original a partir de hallazgos recientes).
Su descripción no mejora en el caso de Plinio el Joven y el Emperador Trajano. En su famosa correspondencia, Plinio hablaba de su aproximación a los miembros de esta secta que él parecía no conocer:
Les pregunté si eran cristianos. A los que decían que sí, les pregunté una segunda y una tercera vez amenazándoles de suplicio; los que insistían ordené de que fueran ejecutados. No tenía, en efecto, la menor duda de que, con independencia de lo que confesasen, ciertamente esa pertinancia e inflexible obstinación debía de ser castigada. Hubo otros individuos poseídos de semejante locura que anoté que debían ser enviados a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. Luego, en el desarrollo de la investigación, como suele suceder, al ampliarse la acusación, aparecieron numerosas variantes. Me fue presentado un panfleto anónimo conteniendo los nombres de muchas personas. Los que decían que no eran ni habían sido cristianos, decidí que fuesen en libertad, después que hubiesen invocado a los dioses, indicándoles yo lo que habían de decir, y hubiesen hecho sacrificios con vino e incienso a una imagen tuya, que yo había hecho colocar con este propósito junto a las estatuas de los dioses, y además hubiesen blasfemado contra Cristo, ninguno de cuyos actos se dice que se puede obligar a realizar a los que son verdaderos cristianos. Otros, denunciados por un delator, dijeron que eran cristianos, luego lo negaron, alegando que ciertamente lo habían sido, pero habían dejado de serlo, algunos hacía ya tres años, otro hacía aún más años, y algunos incluso más de veinte años. Todos también veneraron tu imagen y las estatuas de los dioses y blasfermaron contra Cristo. Por otra parte afirmaban que toda su culpa o error había sido que habían tenido la costumbre de reunirse en un día determinado antes del amanecer y de entonar entre sí alternativamente un himno en honor de Cristo, como si fuese un dios, y ligarse mediante un juramento, no para tramar ningún crimen, sino para no cometer robos, ni hurtos, ni adulterio, ni faltar a la palbra dada, ni negarse a devolver un depósito, cuando se les reclamara. Que, una vez realizadas estas ceremonias, tenían la costumbre de separarse y reunirse para tomar alimento, pero normal e inofensivo; que habían dejado de hacer esto después de mi edicto, en el que, según tus instrucciones, había prohibido las hermandades secretas. Por todo ello, consideré que era muy necesario averiguar por medio de dos esclavas, que se decía eran diaconisas, que había verdad, incluso mediante tortura. No encontre nada más que una superstición perversa y desmesurada (Plinio el Joven, Cartas, X:96).
Es llamativo que si el cristianismo fue todo un complot romano, este gobernante de Bitinia-Ponto no supiera en absoluto nada sobre los cristianos. Es más, hasta el mismo Trajano parece desconocer bastante a los cristianos como aliados del Imperio, solo se dejó guiar por lo básico, felicitando a Plinio por sus actos prudentes.
Has seguido el procedimiento que debías, mi querido Segundo, en el examen de los casos de los que habían sido llevados ante ti como cristianos. En efecto, no puede establecerse una regla con valor general que tenga, por así decirlo, una forma concreta. No han de ser perseguidos; si son denunciados y encontrados culpables, han de ser castigados, de tal manera, sin embargo, que quien haya negado ser cristiano y lo haga evidente con los hechos, es decir, suplicando a nuestros dioses, consiga el perdón por su arrepentimiento, aunque haya sido sospechoso en el pasado (Plinio el Joven, Cartas, X:97).
Esta normativa establece un incentivo: el que los cristianos dejaran de ser cristianos rindiéndole culto a los dioses. Pero si el cristianismo fuera un producto del Imperio Romano, ¿no sería esto contraproducente? Si a los emperadores le interesaba que se le diera culto a Cristo porque era la figura de la autoridad imperial, ¿no le hubiera aconsejado a Plinio dejar libre a todo autoproclamado cristiano? ¿Por qué la insistencia en que dejaran de serlo y adorar a los dioses? Es más, el cristianismo no fue religión aceptada oficialmente por el Imperio, y fue perseguida en periodos como en el caso del Emperador Domiciano a principios del siglo IV.
Es aquí donde vemos una vez más que la propuesta de Atwill no tiene pies ni cabeza.
7 – El supuesto “complot flaviano” no tuvo éxito
Atwill conoce que hubo una Segunda Guerra judía bajo el liderato de Simón Bar Kochbah (132-136 e.c.), pero no le presta atención a las implicaciones para su teoría. Esto indica que aun después de la destrucción del Templo de Jerusalén, solo hubo un lapso en el que volvieron a caldearse los ánimos entre judíos y romanos, y eso hizo posible que volviera a haber otra rebelión bajo el mando de un pretendiente mesiánico (Atwill 2011, cap. 15). Aparentemente, el cristianismo creado décadas atrás no tuvo el efecto deseado. Sin embargo, lo que sí funcionó para “pacificar” estas rebeliones fue un ataque decisivo romano sin misericordia alguna. También se propuso que ningún judío pudiera vivir en Jerusalén y que consta que persistió mínimo hasta el siglo IV e.c. (Bermejo Rubio 2020, cap. 5, secc. 5.2.3).
Esto ciertamente parece mucho más efectivo que mandándole a palestinenses en general analfabetos a leer cosas en un idioma que no conocían.
8 – El “catolicismo romano” no existió del siglo I al siglo III
Afirma Atwill con mucha confianza:
Among Christianity’s oldest surviving records is the Epistle of Clement to the Corinthians, dated to 96 C.E. The letter was purportedly written by (Pope) Clement I to a congregation of Christians who had apparently rebelled against the church’s authority. It shows that even at the onset of the religion the bishop of Rome was able to give orders to the church in Corinth, and that the church in Rome used the Roman army as an example of the kind of discipline and obedience that it expected from other churches and their members (cap. 1).
En este parrafito, hay muchos problemas históricos. Comencemos por decir que la Carta de Clemente nunca dice que fue escrita por alguien llamado “Clemente”. ¿Cómo sabe Atwill que esta carta fue escrita por el “obispo” Clemente? ¿Porque lo dice el título? ¿Cómo sabe que no es atribución tardía al autor? La atribución más temprana que tenemos provino más o menos para el 170 e.c. con Dionisio de Corinto (Küng 2006, 142). Atwill enfatiza exageradamente el nombre de Clemente, especialmente las noticias de que era alguien “ordenado” por Pedro o que pertenecía a una línea de sucesión episcopal romana, para luego inferir –en un claro non sequitur— que estaba relacionado al fraude de los flavianos.
El segundo problema es que hay una opinión mayoritaria de los expertos en el cristianismo primitivo que para cuando se escribió esta carta, no existía un obispado en Roma. A partir de la Carta a Clemente, 1 Pedro y las cartas de Ignacio de Antioquía que se escribieron para esta época, parece que lo que existió inicialmente fue un colegio de ancianos (presbíteros). La carta en sí no supone una jerarquía eclesiástica como la que existe hoy día en la Iglesia Católica. Aparentemente, fue escrita por alguien que representaba a la comunidad cristiana romana y, en calidad de ello, le exhortaba a restaurar a su líder depuesto. Pero no le ordenaba a Corinto que lo hiciera como si esta comunidad estuviera bajo una cadena de mando. Sí, afirma que su congregación debía estar sujeta a su obispo, pero en ningún momento declara que fuera súbdita de un obispo en Roma.
No tenemos constancia histórica de ningún epíscopo romano hasta la última década del siglo II, con Víctor I (189-199 e.c.). La supuesta línea de sucesión episcopal desde Pedro o Lino hasta antes de Víctor es visto hoy día por los historiadores en general como parcial o totalmente ficticia (Acerbi y Teja 2020, presentación; Gnoli 2020; Küng 2006, 143). Irónicamente, Atwill sabe que los estudiosos tienen fuertes sospechas de estos nombres provistos por Ireneo, Tertuliano y Eusebio de Cesarea (Atwill 2011, cap. 1), pero le da crédito a Clemente por supuestamente ser uno de los miembros de la familia flaviana. Esto no se sostiene a la luz de la evidencia disponible. Cualquier escéptico genuino debería tener mayor cuidado en aceptar información contradictoria y no fiable como esta sin las debidas precauciones.
El tercer problema de Atwill es obvio a partir de lo que acabamos de señalar. Si el cristianismo estaba sujeto al obispo romano, además de no tener evidencia certera de tal episcopado durante gran parte del siglo II, salta a la vista el hecho de lo insignificante que era la congregación romana en esa época. Por supuesto, Pablo la menciona en su Carta a los Romanos, y la Carta de Clemente señala que era influyente, pero llama la atención que a nadie de Oriente, donde más hubo poderosos centros cristianos, no se mencionara la autoridad de Roma para decidir sobre temas de autoridad o asuntos doctrinales. En general, la Patrística y el liderato cristiano estaba altamente concentrado en lugares importantes de Oriente: Jerusalén (al menos durante un tiempo en el siglo I), entre ellos Antioquía, Éfeso, Alejandría, y Corinto.
El cuarto problema que tiene esta carta es que no sabemos en absoluto cómo reaccionaron las congregaciones corintias a ella. Puede ser que la epístola sobrevivió porque tuvo un rol en apaciguar una situación difícil, pero no tenemos manera de saberlo con certeza. Pablo mismo escribió un mínimo de tres (una en 1 Corintios y dos en 2 Corintios) y un máximo de siete cartas dirigidas a Corinto (dos en 1 Corintios y cinco en 2 Corintios), debido a que era un verdadero dolor de cabeza para el Apóstol de los Gentiles (Furnish 1984, 30-41; Perrin 1982, 104-105; Piñero 2015, 243-244, 247-248, 351, 391-392; Roetzel 2007; Vidal 2012, 16). Esto revela que aparentemente las congregaciones de Corinto siempre dieron problemas durante el siglo I.
El quinto problema, es que el título de “papa”, que Atwill menciona para enfatizar la autoridad del supuesto obispo romano, no existía en esta etapa del cristianismo. De hecho, el título no apareció inicialmente para referirse al obispo de Roma, sino al obispo Heraclas de Alejandría durante el siglo III e.c. Así mismo aparece en una cita que hace Eusebio de Cesarea de una carta de Dionisio a Filemón, un anciano (presbítero) en Roma. (Eusebio, Historia eclesiástica 7.7.4). Es más, el título de “papa” estaba reservado a todos los obispos y patriarcas cristianos cuya mayoría estaba en Oriente (O’Malley 2010, introducción). El primer obispo romano en utilizar el título de “papa” fue Siricio en el siglo IV (384-399 e.c.) (Norwich 2011, cap. 2). La campaña para insistir por el título exclusivo fue el caso del papa León I (440-461 e.c.) (Agnati 2020). Este título no se oficializaría como exclusivo para el obispo de Roma hasta el año 1073 con el Papa Gregorio VII (O’Malley 2010, cap. 5). Atwill asegura que la acción de Clemente y la vinculación de dicho obispado al Imperio Romano explica por qué el emperador escogió al obispo de Roma como papa. Pero el título de “papa” exclusivamente para Roma se dio tras el rompimiento del cristianismo occidental con el Imperio Romano (alias el Imperio Bizantino) en 1054.
Aunque Atwill se pregunta si Constantino descendió de los flavianos como explicación de por qué legalizó el cristianismo con el Edicto de Milán, se le olvida que no fue el obispo romano, sino el emperador mismo que el que desde entonces se convirtió en la cabeza del cristianismo en calidad de pontifex maximus (este título fue creado por César Augusto originalmente). El obispado de Roma no tenía el liderato sobre las demás iglesias a tal punto que cuando ocurrió el Concilio de Niscea, el obispo romano no asistió, sino que envió representantes. Luego, el emperador mudaría la capital romana a Oriente, a Constantinopla, que se convirtió entonces en la sede del cristianismo. Esto hizo que el emperador y el Patriarca de Constantinopla fueran de mayor importancia que el obispo de Roma. Además, por un periodo de tiempo, el obispado romano era sujeto y representante religioso (al menos nominalmente) del cristianismo oriental. Pasaron varios siglos en los que la elección del papa era aprobada por el emperador mismo desde Constantinopla; hoy se les conoce como los “Papas bizantinos” (537-752 e.c.).
Por cierto, hablando de Constantino, no creamos que él tenía mucho ánimo de proclamar el mensaje de Cristo. Sí construyó iglesias y edificaciones para beneficiar a los cristianos –especialmente cuando su madre y su suegra fueron cristianas–, asimismo favoreció el sector cristiano que le favorecía y desalentaba el que no, pero no demos mucha importancia a ese asunto. Contrario a lo que sugiere Atwill, tenemos constancia de que Constantino mejoró templos paganos en Constantinopla, utilizó augures, clero pagano para la fundación de la ciudad y legisló a favor de la celebración del domingo por ser el día de Sol Invictus, además de permitir que se le saludara por los “dioses”. Sus ataques a los cultos paganos eran esporádicos y parecen estar más vinculados a sus fines políticos que por intolerancia al “paganismo”. En cuanto a los asuntos doctrinales cristianos, él mostró la más notable indiferencia en relación con las divisiones que ocurrieron al respecto. Por supuesto, él convocó el Concilio de Arlés (314 e.c.) y el Concilio de Niscea (325 e.c.), pero en ambos casos era para legitimar la iglesia que le favorecía políticamente en el momento. En el caso del Concilio de Arlés, los donatistas en general eran antiimperiales, pero si los donatistas hubieran favorecido a Constantino, él les hubiera declarado “iglesias de Dios”. En cuanto al conflicto que emergió por la llamada “herejía arriana”, le escribió una carta a Arrio y a Alejandro de Alejandría refiriéndose a su disputa en los siguientes términos: “… es irrelevante … los fomenta la charlatanería de un ocio baldío … dogmas en demasía abstrusos … locuacidad incontinente … cosas nimias e ínfimas … mezquinas y hueras disputas verbalísticas … algo que rezuma vulgaridad, y en vez de acordar con la sensatez de sacerdotes y hombres prudentes, armoniza más con las tonterías propias de chiquillos …” etc. (Eusebio, Vida de Constantino, II:63-72). Aun después de que el arrianismo fuera condenado por Constantino y hubiera una brevísima persecución en su contra, Constantino hizo a un conocido arriano Eusebio de Nicomedia un fuerte colaborador. Habemos hasta algunos que dudamos que Constantino en realidad fuera cristiano (Castillo 2010; Kee 1982). Por cierto, aun con todo, el arrianismo continuó vivo y muy popular gracias a que varios emperadores como Valente y varios de los grupos germánicos lo sostenían. Aunque algunos de estos grupos establecieron reinos que afianzaron alianzas con el obispo romano, adoptaron una perspectiva arriana. Ejemplo de ello fueron los visigodos, los vándalos y los merovingios.
El nombre “católico” aparece por primera vez en la Carta de Ignacio de Antioquía a los Esmirneanos. Sin embargo, solo se presenta en sentido de “universal”: la totalidad del colectivo cristiano en el mundo. No habla para nada de un colectivo cuya cabeza fuera el obispo de Roma, o el mismo emperador romano. El título “catolicismo romano” se empezó a utilizar primero por los protestantes en el siglo XV como una manera de hacerle propaganda contra el catolicismo como una extensión del Antiguo Imperio Romano o como una manera de distinguir ciertos catolicismos (como el anglicano) con el catolicismo con sede en Roma. No era que la Iglesia se llamara a sí antes de ese momento.
Finalmente, de lo que sí están muy seguros los historiadores es que no existía un solo cristianismo, sino muchos cristianismos durante los siglos del I al III (y más allá del III) (Ehrman 2004; Piñero 2007). Estamos de acuerdo que con Ireneo de Lyon, quien era leal a Roma, comenzó a escribir contra las llamadas “herejías”, iniciando un proceso de establecimiento de “ortodoxia”. Bart Ehrman, Antonio Piñero y muchos otros eruditos hablan de “protoortodoxia” en este periodo, pero la historiografía reciente ha hecho también muy problemático el uso de este término. Sencillamente, no existía una doctrina unificadora y menos bajo el obispo romano. Fue en el momento en que se legalizó el cristianismo en el siglo IV y muy especialmente cuando se convirtió en religión oficial bajo el Edicto de Tesalónica del Emperador Teodosio (380 e.c.), que el cristianismo “ortodoxo” (adoptado en Roma y Constantinopla) tuvo el agarre para ir eliminando “herejías”, y aun así (como hemos mencionado antes en el caso de algunos emperadores y grupos germánicos) no tuvo mucho éxito.
Todo lo anterior indica que quizás … maybe … Atwill no hizo una investigación apropiada de la historia del cristianismo durante el periodo del siglo I al III.
9 – Otros errores
9.1 – La profecía de no dejar piedra sobre piedra
Dice Atwill:
Josephus also recorded Titus did not merely burn Jerusalem and defile its temple, but ordered that they should be left exactly as Jesus had foreseen, with [cita a Jesús] “not one stone upon another.” [Citando a Josefo] “(Titus) gave orders that they should now demolish the entire city and Temple ….” (cap. 1)
Hay problemas con esta apreciación. Tito ordenó la demolición de la ciudad y del Templo, pero no exactamente “no dejar piedra sobre piedra”. Tenemos evidencia de el Muro de las Lamentaciones, que correspondía a una pared del Templo. Hoy día se ve el dicho jesuano de “no dejar piedra sobre piedra” como una profecía fallida, pero Atwill la ve como certera.
9.2 – La Iglesia supuestamente desalentó el análisis de las Escrituras durante el siglo V al siglo XV
Dice Atwill:
There was little written between the fifth and the 15th centuries commenting on the numerous parallels between events Josephus recorded in Wars of the Jews and Jesus’ predictions. This is not surprising, as the church is known to have actively discouraged scriptural analysis during this time. What evidence was left, however, suggests that during the entire Middle Ages, Christians viewed Josephus’ depiction of the war between the Romans and the Jews as proof of Christ’s divinity. Icons, carvings on caskets, and religious paintings from this era all portrayed the 70 C.E. destruction of Jerusalem as the fulfillment of Jesus’ doomsday prophecy (cap. 1).
Este pequeño párrafo se contradice a sí mismo. Si la evidencia restante nos revela que la destrucción de Jerusalén como nos la dice Josefo era vista como cumplimiento de las profecías de Jesús, ¿cómo pudieron llegar a esa conclusión si la Iglesia supuestamente desalentaba la lectura o análisis de las Escrituras? Al contrario, las Escrituras eran analizadas, ¿cómo cree él que se escribieron los libros de teología y los extensísimos comentarios a los libros del Nuevo Testamento que hoy sobreviven? No solo eso, muchas eran analizadas lingüística y gramaticalmente, y en muchos casos contextualizadas (imperfectamente) en su periodo histórico. Los escritos de Josefo también eran analizados, leídos, valorados y reproducidos. ¿Cómo cree Atwill que los manuscritos nos llegaron a nosotros si no fuera por la labor de amanuenses que los reproducían? Él mismo lo reconoce en el capítulo 1. Debido a que los judíos rechazaron a Josefo, fueron los cristianos quienes conservaron estos manuscritos. Era en la temprana Edad Media que los cristianos comentaban más a Josefo que el promedio de las demás obras disponibles en la época con excepción de la Biblia (Aubé-Pronce y Pollard 2021).
Si por su aserción lo que quiere decir Atwill es que la Iglesia desalentaba un análisis crítico de la Biblia, esto es parcialmente correcto (e.g. en caso que se topara con información inconveniente). Sin embargo, ninguno de los sabios de la Iglesia tenía las herramientas historiográficas que hoy tenemos en el siglo XXI, no porque las prohibía, sino porque nunca existieron hasta la modernidad.
9.3 – El supuesto Mesías militar esperado en Qumrán
Este no es propiamente un error, sino un llamado a la cautela. Dice Atwill:
A number of Dead Sea Scrolls (found hidden in caves) describe an uncompromising sect that awaited a Messiah who would be a military leader. Messianic literature of this sort was surely a catalyst for the Sicarii’s rebellion and would have been targeted for destruction by the Romans, who are known to have destroyed Judaic Literature (cap. 1).
Sin embargo, Qumrán no proveía un solo retrato coherente del la figura del Mesías. Todas sus escrituras y comentarios son equívocos al respecto. En algunos casos, el Mesías no pasaba de ser una figura profética que no participa en la guerra entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Otras, le presentan como una figura guerrera que enfrentaría a los Kittim, es decir, a los romanos, como bien señala Atwill (e.g. 4QFlorilegio y 4Q485; García Martínez 1993, 174-175, 183-185). En otros de sus escritos (y en otros textos judíos fuera de Qumrán), se habla no de un mesías, sino de dos: uno sacerdote y otro rey (Testamento de los Doce Patriarcas – Testamento de Simeón 7:1-2; Testamento de Judá 21:2-4a; CD A Col. XIV 18-19; CD B Col. XIX 10-11; CD B Col. XX 1; 1QS Col. IX 10-11; 4Q174; ver los textos en García Martínez 1993) . En otros, es el príncipe de la comunidad esenia.
Sí, entre todas las figuras mesiánicas de Qumrán está la guerrera, pero hubo muchas más. Este tipo de literatura ciertamente pudo haber sido un motor de rebeliones, comenzando por Judas de Galilea. Sin embargo, Atwill solo tiene esta en cuenta y omite la profética pacífica o la real, que era la que pretendía Jesús y por la que fue crucificado (Marcos 15:2; Juan 19:19).
9.4 – La caída de las gotas de sangre de Jesús en el Monte de los Olivos
De acuerdo con el Evangelio de Lucas, esto ocurrió en el Monte de los Olivos antes de que Jesús fuera arrestado:
… y [Jesús] puesto de rodillas, oraba así: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en la tierra (Lucas 22:42-44).
Para Atwill, este episodio está relacionado con el insurreccionista Eleazar, quien fue capturado en el Monte de los Olivos y ejecutado. Relaciona este “sudor de sangre” con la Eucaristía y el tema del canibalismo que llevaron a cabo ciertos rebeldes cuando se les acabó el alimento. Aquí, pues, tenemos evidencia de las tendencias satíricas de los escritores flavianos (Atwill 2011, cap. 6).
Todo esto parecería muy bien si no fuera por un pequeño, diminuto detalle. Este episodio en el que se sudaba gotas de sangre no es original del Evangelio de Lucas; parece haber sido añadido por un copista posterior (Ehrman 1993, 187-194). Las razones para pensarlo son:
- Los versos se hallan ausentes en algunos de los mejores manuscritos que tenemos, especialmente por el texto griego más temprano que tenemos y por la mayoría de la tradición alejandrina (tales como Clemente de Alejandría u Orígenes).
- Los versos alusivos a la sangre de Jesús no aparecen en ningún otro lugar en el mismo evangelio.
- A lo anterior, ustedes pueden decir que sí hay una alusión, en el momento eucarístico (Lucas 22:19b-20). Sin embargo, este pasaje probablemente es también un añadido posterior, ya que tiene rasgos anómalos (Jesús presenta el vino dos veces) y no aparece en algunos manuscritos (Ehrman 1993, 198-209).
- Finalmente, Lucas 22:19b-20 y Lucas 22:43-44 están fuera de sintonía de la narrativa del Evangelio de Lucas. Para este libro, Jesús no derramaba la sangre vicariamente para salvar al mundo, sino que su muerte era causa de conmoción para atraer a los gentiles al “verdadero Dios”.
En otras palabras, es muy improbable que Lucas aludiera a tales canibalismos, satíricamente o no.
10 – Pseudohistoria con base en una paralelomanía con esteroides
El erudito Samuel Sandmel estuvo alarmado por muchos estudios que estaban saliendo en su época muy parecidos a los que ante nosotros tenemos con El mesías del César, es lo que se ha llegado a conocer como “paralelomanía”. Sandmel lo define de la siguiente manera:
… esa extravagancia entre los eruditos con que primero se exagera la supuesta semejanza entre ciertos pasajes y entonces se procede a describir otra fuente y derivación como si implicara alguna conexión literaria que fluye en la dirección inevitable y predeterminada (Sandmel 1962, 1, mi traducción).
Este ejercicio que hace Atwill se puede hacer con virtualmente todo. Se buscan datos que parezcan entre sí y, sin hacer mayores análisis, se establece una relación causal literaria entre los dos. Como se repite frecuentemente en ciencias: correlación no significa causación. El caso de la interpretación de Atwill del endemoniado de Gerasa es un caso típico de lo que vemos en los demás capítulos. Para aquellos de ustedes que sean científicos, lo que hace en historia es equivalente a cuando un científico hace un p-hacking para revelar supuestos patrones y relaciones donde no los hay, sin llevar a cabo la labor de establecer causación. Al no tener la información que hemos expuesto aquí como base de su “investigación”, Atwill cae en una serie de anacronismos, malas interpretaciones y confusiones. Y como dice el proverbial “ciego que guía a otro ciego”, el autor y el lector caen ambos “al abismo” creado por la paralelomanía. Asumir todos los datos expuestos por Atwill, ignorando otros que sean cruciales (como los que hemos visto en este artículo) es caer en la pseudohistoria.
Finalmente, a través del libro, se nota una tensión muy importante. Por un lado, Atwill alega que los evangelios junto a la obra de Josefo revelan la sátira que solo conocía la élite que los leía en conjunto “y se daba cuenta”. Simultáneamente, los cultos judíos, judeohelenistas, los gentiles conversos, etc. no podían darse cuenta por siglos … hasta que llegó Atwill. El mesías del César consiste en una manera muy rebuscada, laberíntica y de paralelomanía forzada de resolver estas tensiones. Desde un punto de vista de la filosofía de las ciencias, lo que buscan estos enredos es inmunizar la teoría de toda posible refutación o “falsación” n el sentido popperiano del término (Popper 1999, 34-39). Hemos demostrado que la teoría en sí, no solamente es difícilmente sostenible, sino también inviable, podemos considerarla históricamente refutada a pesar de los esfuerzos de Atwill. Sin embargo, esta conducta por evitar refutaciones históricas la hace característica de la pseudociencia (o pseudohistoria) porque rechaza cualquier intento de hacer una teoría incontrastable (Bunge 1985, 62-75).
11- Total desconocimiento del género literario de la sátira
No tenemos evidencia alguna antes de los flavianos o después de los flavianos que un Imperio o una figura de autoridad (la que sea) hubiera escrito unas obras satíricas tan extraordinariamente complicadas para supuestamente resolver problemas de insurrecciones y sublevación. Pues si no existían antes o después, ¿por qué suponerlo en el caso de los flavianos?
Los evangelios toman todos la estructura de biografías grecorromanas, y hoy esa es la posición mayoritaria de los expertos que se han dedicado al análisis literario de los evangelios (Bond 2020, 14-17, 32-182). La guerra de los judíos toma la forma del género de historia grecorromana, no de sátira. En la Antigüedad, para cada profesión literaria –historia, sátira, tragedia, poesía– el autor debía ser formado en esa área precisamente. Todo lo que nos muestra Josefo es que fue formado en calidad de historiador, y lo que nos muestran los evangelios es que fueron escritores biográficos –en el caso del autor de Lucas-Hechos, también versado en historia–.
El conjunto de La guerra de los judíos y los cuatro evangelios sencillamente no entran dentro del género de la sátira. Pueden reconocerse parodias, ironías o sarcasmos en los textos, pero ninguno de estos escritos en sí mismo fue una sátira o una parodia. Si quieren conocer sátira, lean a Aristófanes. En caso de la sátira romana de los tiempos de los flavianos, léanse a Juvenal (55-127 e.c.). Las sátiras son explícitas y al punto para explotar con humor a aquello que se satiriza.
12 – Cómo los antiguos escribían para que fueran descubiertos
Como hemos visto, hay una tensión incomprensible creada por Atwill al decir que la intención de todos los autores tenían la intención que bajo ciertas condiciones, su sátira se descubriera eventualmente, pero que a la vez todo el mundo judío y judeohelenístico cayera en el fraude flaviano. Nosotros no tenemos ninguna evidencia de este tipo de estrategias en la Antigüedad.
Sí tenemos evidencia de personas que llevaron a cabo cosas en secreto, cuya intención era el que eventualmente se descubrieran, pero de manera nada semejante a lo que propone Atwill. Este es el caso del filósofo estoico Heráclides de Ponto y su discípulo Dionisio Síntaros (también conocido como Dionisio el Renegado). Este último había adoptado la posición estoica de su maestro, pero tras una vida de mucho dolor físico, abandonó la perspectiva estoica de que el sufrimiento era algo neutral.
Sin embargo, él es mejor conocido por la broma que le hizo a su maestro. Según Diógenes Laercio, Dionisio conocía muy bien la afición de Heráclides por Sófocles, así que compuso el Partenopeo, obra a la que atribuyó falsamente al dramaturgo. Heráclides quedó encantado y lo promovía como una obra auténtica de Sófocles. Una vez que la opinión del maestro sobre la obra fuera harto conocida, Dionisio reveló que la obra no era de Sófocles. Tras escuchar este alegato, su exmaestro procedió a defender la autenticidad de la obra. Pero Dionisio tenía un truco que revelaba la farsa: la primera letra en un grupo de líneas formaban un acróstico, “Pánculos”, que era el nombre del amante de Dionisio. Esto no convenció del todo a Heráclides, así que Dionisio reveló sus As bajo la manga para ganar el juego de una vez y por todas. En el próximo acróstico decía:
“Un mono viejo no se deja capturar por trampas; sí, ya fue capturado, pero ha sido capturado desde hace un tiempo.”
Y otro más decía:
“Heráclides no conoce de letras, y no se avergüenza.”
Hay dudas sobre si realmente esto ocurrió (Ehrman 2013, 12-13). Sin embargo, en caso de ser cierto, revela unas cosas bien importantes:
- Usualmente, los falsificadores de documentos muy elaborados para que eventualmente se descubran, lo hacen para revelarlos como falsificaciones durante su vida con el objetivo de saborear el momento.
- Usualmente, las señales de la falsificación cuya intención es en ser revelada ocurren dentro de un mismo documento, no entre documentos cuyo género literario y destinatarios son dispares.
Esto no es meramente un asunto que ocurría en la Antigüedad, sino también sucede en nuestros tiempos. Podemos recordar la broma de Alan Sokal, de publicar el escrito “Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica”, un artículo repleto de errores y disparates (Sokal y Bricmont 1999, 231-274). Lo envió a la revista académica Social Text, que tras no llevar a cabo un efectivo arbitraje por pares, y dejarse llevar por la retórica del texto, lo publicó. Más adelante, cuando pasó el tiempo y todo el mundo se estaba dando cuenta de la broma, Sokal reveló lo que había hecho en un artículo titulado “Transgredir las fronteras: un epílogo”, publicado por Dissent, donde explicaba su intención (Sokal y Bricmont 1999, 281-294).
Inspirados por este fraude, el filósofo Paul Boghossian, el matemático James Lindsay y la experta en literatura medieval Helen Pluckrose escribieron un artículo titulado “El pene conceptual como construcción social” en la revista Cogent Social Sciences, que, una vez más, por dejarse llevar por los recursos retóricos típicos de los estudios culturales, publicó sin un arbitraje adecuado. Una vez los tres intelectuales dejaron saber su broma, la revista retiró el artículo. Puede cuestionarse la ética de tales procedimientos, pero el fin de revelar la broma públicamente es claro.
Atwill postula una broma de los flavianos vía una sátira complicadísima paralelomaniaca que tenía la intención de defraudar a un público que no iba descubrir que lo era, pero que supuestamente los autores esperaban que se descubriera (¿?). Esto no tiene precedentes históricos o literarios en ninguna época. Usualmente, la gente que quiere ocultar falsa autoría, sea sátira, filosofía, poesía, etc., no deseaba ser descubierta. Si aspiraba a ser descubierta, entonces eventualmente se revelaba la broma. Como quiera que sea, ninguno hizo lo que Atwill le atribuye a los flavianos.
Conclusión
Básicamente, como se ha podido ver, Atwill suele impresionar al público con su mensaje provocador. En una época como el siglo XXI, en el que la Iglesia Católica Romana se ve como la heredera del Imperio Romano –y hasta cierto punto, lo es– la conspiración flaviana que supuestamente creó los cuatro evangelios parece muy atractiva, porque presentan a un Jesús más pacifista que las figuras mesiánicas enaltecidas por los judíos y causantes de tantas turbulencias. Sin embargo, basta contextualizar la historia según la documentación disponible y los hallazgos arqueológicos para darse cuenta de que esto sencillamente no puede ser correcto. Nada de esto tiene sentido histórico alguno. Y esto que solo hemos mencionado es la punta del témpano de hielo, los errores históricos de Atwill son muy grandes y numerosos.
Irónicamente, si los evangelios fueran sátiras serían en muchos casos contra los romanos. Los problemas metodológicos son numerosos, algunos los menciona Price en su reseña, principalmente se encuentra su paralelomanía, su uso de las citas del Nuevo Testamento y de la literatura patrística sin haber hecho las debidas cualificaciones. El caso del endemoniado de Gerasa es un notable ejemplo. ¿Que hay palabras de Jesús semejantes a las de Josefo? Pues no debe sorprender a nadie, Jesús y Josefo eran judíos y citaban de las mismas escrituras. Podrán encontrar también expresiones semejantes en textos judíos de la época.
En suma, el libro de Joseph Atwill debe ser descartado como fuente de información fiable para cualquier persona. Consulten a historiadores de reputación (vean la sección de “Referencias”) y tendrán un mejor panorama de lo que realmente ocurrió. En mi caso, se me ocurre archivar su libro en el lugar apropiado.
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La historia no es una ciencia exacta, ni por asomo. Es un intento de entender lo que ha ocurrido en el pasado… y cuanto más distante, más difuso e incierto.
Llama la atención que quien fue seguido por multitudes, más allá de que los evangelios son comentarios de personas que parecen que habrían “vivido mágicamente” dentro de las mentes de los personajes de dichas historias, sabiendo detalles íntimos tales como qué habían pensado (que hace suponer más en ficciones que en realidades), no haya sido ni comentado por parte de los Romanos.
No existen pruebas de la existencia de Cristo, son solo escritos que forman parte del así llamado Nuevo Testamento, escritos que son varias décadas posteriores a la supuesta existencia.
Todo comienza a nacer, en cuanto a la prueba documental, desde el 70 o después… nada antes.
Y la historia de un personaje que nace de una virgen, es perseguido, muere asesinado, va al infierno, resucita, se dirige a un lugar ficticio e inespecífico como el cielo, nace de una virgen, etc, no es original en el cristianismo. Muchos han explicado que estos conceptos ya se repetían en otros supuestos líderes mesiánicos del pasado, incluyendo a MItra.
Sí queda en claro que hay una clara intencionalidad anti judía en el cristianismo. Para los judíos, el mesías tenia que ser un liberador guerrero, no un pacifista que hable de un reino los cielos. Para los judíos, el comercio, la paga, las responsabilidades económicas, tienen validez y sentido incluso religioso …. para la nueva religión judía, el cristianismo, todo esto será sin valor y solo valdrá una utopía romana y griega: el cielo, una entidad inexplicable y que toca lo delirante.
“Dar al César lo que es del César …”, pero hay un gran problema con esta frase: si el título de César nace con la muerte de los últimos julio claudios, y César o fue un nombre o un cognomen, pero no un título hasta los Flavios. ¿Por qué la frase dice dar “al” César y no dar “a” Cesar Augusto, el emperador contemporáneo durante la supuesta vida del Cristo?
Usted dice que la historia no es una ciencia exacta. Los historiadores están de acuerdo y yo, como filósofo de la historia, también. Pero eso no implica que este hecho sea una licencia para que la gente proponga lo que le venga en gana. Toda propuesta histórica debe tener un cierto nivel de rigor y debería también coincidir con aquellos modelos que están bien fundamentados a nivel histórico sobre la mejor evidencia que tenemos.
Joseph Atwill no cumple con el mínimo de rigor necesario y muestra un craso desconocimiento (tal vez demasiado conveniente) de la historiografía de la Antigüedad para presentar su fantástica teoría. Cosas elementales como la noción de “fe” en la Antigüedad, la creciente aceptación de una perspectiva megateísta del judaísmo, el hecho de que no hubo obispos (al menos monárquicos) de Roma durante los primeros dos siglos de nuestra era hasta propiamente el 189 e.c. (por tanto, no existió el tal Clemente), que no hay evidencia alguna de la supuesta práctica satírica flaviana antes o después de los flavianos, que lo que postula Atwill no coincide con el género literario de la sátira, que se escribiera en griego para judíos levantinos arameoparlantes (cuya mayoría no sabía griego, ni sabía leer ni escribir ni tan siquiera su lengua aramea), que los judíos del Levante después del 70 e.c. ignoraran total y absolutamente la supuesta propaganda flaviana, que los mismos romanos en sus cartas dicen que no saben qué rayos es el cristianismo y que lo consideren una superstición, y que en los primeros documentos cristianos se halla presente propaganda antirromana no son “pajitas que le caen a la leche”. Al contrario, la mera mención de todos estos factores es suficiente para lanzar la tesis de Atwill a la basura. Lo siento, ese modelo NO es viable históricamente. Ningún historiador con dos dedos de frente respalda esta posición, por más que quieran defenderlo gente que evidentemente no ha estudiado nada de Historia Antigua.
Sobre su comentario:
Eso revela que usted no está familiarizado, no solo con los evangelios, sino con toda la literatura de la época y la manera con la que los romanos operaban. En primer lugar, era típico de la literatura grecorromana (de los que los evangelios son parte) exagerar los números de asistentes a una actividad, o el número de muertos en una batalla, o el número de esclavos que se adquirió después de una guerra, o el número de habitantes en algún lugar. Por tanto, la exageración en relación con los seguidores de Jesús en los evangelios no era nada sorprendente, sino que era usual en ese tipo de literatura.
En cuanto a los romanos no escribir al respecto, ese es un argumento trillado que repiten ciertos mitistas una y otra vez pensando que con eso ganan puntos. Los romanos no escribieron de Jesús por una razón bien sencilla … porque les interesaba un comino el Levante (el área de Palestina) en esa época. No hay registro romano de lo que ocurría en el Levante durante el siglo I. ¡Cero! No hablaban incluso de personas que sabemos que existieron: como Poncio Pilatos o el Sumo Sacerdote Caifás. No hay registro alguno en fuentes romanas, aun cuando su prefecto (Pilatos) era romano. ¿Sabes lo interesante? Tenemos restos arqueológicos del ataque romano a Jerusalén del año 70 e.c. porque fue un evento devastador. ¿Sabes cuántos romanos escribieron en torno a ese incidente durante esa misma época? ¡Ninguno! Les importó un bledo. El único que escribió sobre eso fue Flavio Josefo, quien no era historiador romano, sino judío. Si los historiadores romanos no escribieron sobre este devastador acontecimiento ni de su prefecto, ni del Sumo Sacerdote de la época, ¿es “tan” sorprendente que no hayan escrito sobre un judío excéntrico marginal y rural del siglo I? De hecho, no escribieron sobre un chorro de judíos profetas o taumaturgos de la época, tales como el rabino Gamaliel, Janiná Ben-Dosa u Onías (llamado “Marca círculos”). Para los historiadores formados en el tema de la Antigüedad, la carencia de mención de Jesús en fuentes romanas no sorprende. ¿A quién le sorprende? A la gente que no ha estudiado Historia Antigua.
Usted dice:
En primer lugar, existe lo que se conoce como “evidencia interna” en historiografía y que se logran identificar probables elementos históricos mediante un análisis crítico de los textos. Los historiadores de la antigüedad y los críticos textuales ya han laborado extensamente sobre este tema. Sin embargo, la evidencia más fuerte de que Jesús existió es que Pablo de Tarso conoció en persona al hermano de Jesús, Jacobo (Santiago). Así que tenemos un escrito en el que aparece un testigo presencial de la existencia del hermano de Jesús (Gálatas 1:18-19; 2:1-14). Asimismo, Flavio Josefo (que no era cristiano) relató la muerte de este mismo Jacobo “hermano de Jesús, llamado Cristo” en Antigüedades judías. Se ha propuesto que supuestamente eso fue un añadido posterior, pero esas hipótesis se caen porque desafían el estilo consistente de Josefo (en otras palabras, se postularía la hipótesis ad hoc del añadido, que solo sirve para un propósito, abonar la tesis mitista … la historia y la crítica textual no funcionan así a conveniencia).
Por eso, el 99.99% de los historiadores, incluyendo historiadores no cristianos, agnósticos, humanistas y ateos, sostienen que Jesús muy probablemente existió. Que lo que ocurrió fue que creó un impacto en un grupo muy reducido de gente, y por propaganda se fue diseminando y se fueron creando capas legendarias sobre su persona. Esto no es nada extraño, era muy típico del mundo grecorromano, especialmente de estudiantes y seguidores de ciertas figuras que sabemos que fueron históricas.
Usted dice:
Esto es un dogma de fe de los que favorecen a Atwill. Al contrario, tenemos evidencia de que las cartas de Pablo eran anteriores al año 70 e.c. Pablo dice que escapó de Damasco cuando estaba dominado por el gobernador del rey Aretas IV (2 Corintios 11:32). Según Josefo, eso ocurrió en la década del 30 e.c., cuando el rey aprovechó la ausencia de un poder imperial para invadir territorios de Herodes Antipas, aunque no menciona la invasión a Siria, este era el momento propicio para ello (de los territorios de Antipas a Damasco hay solo un “brinquito” territorial). Además, el antecesor de Aretas IV conquistó temporeramente a Damasco, así que era una joya preciada por esa etnarquía. Eso marca la vida de Pablo como cristiano para la década del 30 e.c. y la redacción de sus cartas para la década del 50 (las mismas cartas paulinas establecen una línea temporal del transcurso de lo ocurrido). La segunda evidencia de ello se encuentra en Romanos, escrito probablemente para el periodo del 55 al 58, en el que Pablo utiliza términos judeohelenistas que parecen implicar que el culto del Templo estaba todavía en funciones —es decir, todavía no había sido destruido— (Romanos 9:3). Por eso, hasta el día de hoy, fuera de los académicos llamados “Neorradicales holandeses” (un grupo extremadamente reducido de académicos que se pueden contar con los dedos de una mano) prácticamente nadie duda de que las cartas auténticas de Pablo provienen de la década del 50 e.c.
Usted dice:
Mitra no fue un “líder mesiánico”, ya que era una deidad persa que en el mundo grecorromano fue helenizado y latinizado. Los líderes mesiánicos (de la palabra hebrea “meshiah”, ungido) era un futuro líder (usualmente, no siempre, un futuro rey) que liberaría a Israel del yugo del dominio extranjero (en el contexto del siglo I, los romanos). No hay nada en el mitraísmo que indique remotamente algo parecido. Y Mitra no nació de una virgen. Toda la evidencia arqueológica sugiere que en el mito mitráico, él había nacido de una roca … a menos que usted argumente que las rocas son “vírgenes”. Tampoco Mitra fue asesinado y resucitado. No hay ni documentación ni representación de ello en ningún templo mitráico.
En segundo lugar, está hartamente reconocido en la historiografía del cristianismo primitivo que los primeros cristiano NO creyeron en el nacimiento virginal de Jesús, eso fue posterior. Los primeros escritos son las cartas auténticas de Pablo (década del 50 e.c.) y el Evangelio de Marcos (72-75 e.c.). En ninguno de los dos aparece la noción. Es más, el Evangelio de Marcos es plenamente inconsistente con esa noción. He escrito al respecto: https://razoncienciaspr.org/2022/01/03/maria-la-madre-de-jesus-vista-desde-la-critica-del-evangelio-de-marcos/
La noción de la virginidad de María surge en el Evangelio de Mateo y posteriormente se elabora en el Evangelio de Lucas. Sin embargo, se elaboraron por razones muy distintas para llevar mensajes muy distintos (algo que, por cierto, arruina la teoría de Atwill). Irónicamente el relato de Lucas precisamente es contrario a los intereses imperiales, porque el relato implica que Jesús es superior a los emperadores y al legado del mismo Augusto; se opone a la propaganda imperial. Esto salpica también la teoría de Atwill. Explico todo eso aquí: https://razoncienciaspr.org/2018/12/29/que-sabemos-historicamente-del-nacimiento-de-jesus-6/
Usted dice:
Más precisamente, se traduce la palabra griega “apódote” (apodídomi) como “devolver”, no “dar”. “Apodídomi” es un término técnico para la paga del tributo. Veamos parte de ese pasaje, dice, después de que se le fue preguntado por “fariseos y herodianos”:
¿Por qué no se uso la frase “a César” sino “al César”? Puede haber una solución muy viable que los historiadores han tenido desde hace ya cientos de años. Jesús vivió en la época de Tiberio cuando “César” era su nombre … pero el autor del Evangelio de Marcos vivió en la época en que “César” era un título. Este fenómeno es usual de cronistas y textos antiguos que recuentan acontecimientos del pasado: una retroproyección de asuntos presentes en el pasado. Esto uno lo puede encontrar por doquier. Un ejemplo espectacularmente claro se puede encontrar en los escritos de Flavio Josefo, que se refieren a Poncio Pilatos como “Procurador” cuando en realidad era Prefecto. ¿Por qué cometió ese error? Porque cuando Josefo escribió, los gobernantes de Judea eran procuradores y retroproyectó ese estatus de procuradores a la época de Poncio Pilatos. Tácito también cayó en ese mismo anacronismo. Pues, no es sorprendente, que “Marcos” (quienquiera que haya sido) cayera en ese anacronismo a la hora de narrar el acontecimiento.
Cabe añadir que, desde Augusto, los emperadores se empeñaron en colocar en sus nombres el de “César” para aumentar su prestigio. Este es un patrón que vemos con Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón (los últimos dos ni fueron adoptados ni fueron descendientes directos de los anteriores) y, posteriormente se formalizó en el famoso título. Sin embargo, la formalización del título no implica que antes no se utilizara el nombre “César” como sinónimo a “emperador”, especialmente cuando ya, para la época de “Marcos” era usual que los emperadores se llamaran “César”. Puede ser incluso que esta equivalencia ya existiera para tiempos de Tiberio.
Ahora bien, aun suponiendo que todo este incidente (y hasta Jesús mismo) fuera una ficción, una vez más, este pasaje es contraproducente para los romanos. Esto se debe a la respuesta de Jesús tras habérsele dado el denario: “Lo de César, devolvedlo (apódote) al César, y lo de Dios, a Dios” (Marcos 12:17). En el contexto del siglo I esta respuesta es muy ambigua. Jesús se presenta en el Evangelio de Marcos como una figura mesiánica, procuraba la liberación de Israel en el futuro Reino de Dios en que él sería rey de Israel, descendiente de David, rigiendo desde Jerusalén las demás naciones. Eso es lo que hubieran entendido los lectores (el Reino no sería el Imperio Romano, como diría Atwill). Sin embargo, dice Jesús que a César se le permite el cobro de tributo, pero hay que dar a “Dios, lo de Dios” … es decir, lo de Dios (la tierra del Levante) al dios hebreo Yahveh. El mensaje de este evangelio es que se puede continuar pagando tributo, no obstante, eventualmente Yahveh tomaría “lo de Dios” (su tierra) como suyo.
Es más, si este pasaje reflejara algo histórico, el mensaje sería más subversivo aunque más ambiguo. Jesús hablaba arameo, no griego. No utilizó la palabra “apódote”, sino el equivalente arameo a “devolver” en un sentido no técnico. Si este es el caso, Jesús está diciendo: “Que César se quede con su dinero, y debería devolverle la tierra de Dios a Dios”. La ambigüedad impide que se le arreste, pero en el contexto de los mensajes mesiánicos galileos (piénsese en Judas de Galilea), el factor subversivo es claro. Es más, si los “herodianos” fueron a preguntarle, es porque se rumoraba fuertemente que Jesús predicaba que no se le pagara el impuesto al emperador. De hecho, según el Evangelio de Lucas, uno de los cargos es precisamente ese (Lucas 23:2). Una vez más, los evangelios no son tan prorromanos cuando uno los inquiere con metodología crítica.
Lo siento, pero el “emperador no tiene ropaje”. La propuesta de Atwill es altamente seductora ante los desconocedores de la historia, pero se desmorona al mero rasguño de examen crítico de la historia. Por eso, es ignorado por prácticamente todo el mundo en la academia y no es citado como autoridad por nadie, debido a estos monstruosos errores que he mencionado en el artículo y muchos otros más que desgraciadamente se quedaron en el tintero. Pretender que Atwill presenta una historia fiable del cristianismo es exactamente equivalente a la situación de cuando un terraplanista se presenta como autoridad fiable en la física, o a la de un creacionista como fuente fiable de la biología.
Lo que les digo a los amigos del ateísmo es que si tienen tiempo para leer a Atwill (y otras basuras pseudohistóricas), tienen tiempo para leer lo que tienen que decir académicos reales, genuinos, que han quemado sus pestañas estudiando historia antigua, formándose historiográficamente, aprendiendo idiomas antiguos (lenguas muertas), familiarizándose con los textos clásicos e históricos, etc. En la bibliografía proveo fuentes de plena reputación. Les aconsejo que las lean.