¿Qué es el humanismo?
Cuando hablamos de humanismo en el mundo hispano, lo que viene a la mente es una de tres cosas. Puede referirse al humanismo académico de las artes liberales (las humanidades), tales como la filosofía, la literatura, las artes plásticas, los estudios culturales, o el drama. Otro sentido de la palabra “humanismo” es todo aquello que se centre en lo humano. Finalmente, está aquel que se refiere a la corriente de pensamiento iniciada del llamado Renacimiento donde el ser humano se vuelve en el centro de la reflexión filosófica y teológica en esa época y en la modernidad. Basta consultar el motor de búsqueda, introduciendo el término “humanismo” para corroborarlo.
Sin embargo, en el mundo anglosajón, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, se ha formado lo que se ha conocido por años como el movimiento humanista. Para distinguirlo de otros tipos de humanismo, se le ha llamado humanismo secular, humanismo laico o humanismo ateo. De allí, dicho movimiento se ha ido expandiendo paulatinamente en el mundo hispano, ejemplo de ellos, tenemos la Sociedad Secular Humanista de Perú, los Humanistas Seculares Colombia, y Humanistas de Puerto Rico. El símbolo universalmente familiar de todo movimiento humanista es el “Humano Feliz”, un diseño de Dennis Barrington que fue adoptado popularmente por los Humanistas del Reino Unido (en aquel entonces la Asociación Británica Humanista), un poco más tarde por la Asociación Humanista Americana (AHA) y finalmente por la Humanistas Internacional.
El movimiento humanista se ha definido a través de sus manifiestos, que se han ido modificando a medida que han pasado los años. El Primer Manifiesto Humanista fue escrito por Raymond Bragg, aprobado 1933 y suscrito por 34 intelectuales, entre los cuales se encontraban unitarios, filósofos, sociólogos, economistas entre otros. Algunos de ellos son nombres muy reconocidos, tales como John Dewey, y Charles Francis Potter. Este último era ministro unitario, pero fue a la vez fundador de la Primera Sociedad Humanista de Nueva York en la que participaron el mismo Dewey, Julian Huxley, Albert Einstein y Thomas Mann. Esta iniciativa tenía la misión de sustituir los principios cristianos que se basaban en la Biblia con aquellos que se fundamentaran en la razón y en el naturalismo filosófico.
En 1973, Paul Kurtz y Edwin H. Wilson habían redactado el Segundo Manifiesto Humanista, que fue aprobado ese mismo año por la AHA. Algunos de los firmantes del documento fueron: Anthony Flew, Isaac Asimov, Francis Crick, Julian Huxley, B. F. Skinner, Betty Friedan, Joseph Francis Fletcher y Asa Philip Randolph.
Finalmente, en el 2003, se aprobó el Tercer Manifiesto Humanista titulado: El humanismo y sus aspiraciones. En él, se describe en términos sencillos en qué consiste el humanismo. Los humanistas sostienen que:
- El conocimiento del mundo se deriva de la observación, de la experimentación y del análisis racional.
- El ser humano es parte integral de la naturaleza, el resultado de un cambio evolucionario no guiado.
- Los valores éticos se derivan de la necesidad y del interés humano sometido a la experiencia.
- La satisfacción de la vida emerge de la participación del individuo al servicio de los ideales humanos.
- Los humanos son seres sociales por naturaleza y encuentran significado en sus relaciones.
- El esfuerzo para beneficiar la sociedad maximiza la felicidad individual.
Por supuesto, todo esto se hace sin sostener la creencias en dioses o un dios particular. Sin necesidad de sostener una dogmática o estilo de vida religioso, el humanismo en principio apoya la razón, las ciencias, y actúa según la compasión a los demás.
De este tipo de humanismo, está el plenamente secular, pero también hay uno religioso. El humanismo religioso, además de haber tenido un rol protagónico en originar el movimiento, también se compromete con todo lo estipulado en el Manifiesto actual, pero sosteniendo ciertas prácticas religiosas: reuniones, ceremonias, rituales, etc. Usualmente, este humanismo religioso se da en asociaciones o congregaciones unitarias universalistas. La Asociación Unitaria Universalista Humanista (UUHA), que es miembro de la AHA, lidera el humanismo religioso en Estados Unidos.
Ahora estamos en la etapa de la Navidad, en el cual también muchos humanistas, ateos y librepensadores disfrutamos e intercambiamos regalos. Este es un momento propicio para instruirnos más en torno al humanismo y regalarle a los demás el chance de conocernos en ese aspecto de nuestras vidas. Aquí presento dos excelentes libros que pueden servir para esa ocasión especial. Aquí reseñaré críticamente los dos libros, y señalaré sus puntos fuertes y débiles.
Primer libro recomendado: Humanism: A Very Short Introduction por Stephen Law
Este libro es una joya intelectual. El reconocido filósofo Stephen Law explica en términos muy sencillos, no solo en qué consiste el humanismo, sino también expone la variedad de puntos de vista que sostenemos los humanistas en general. Se trata el tema con todo el rigor, típico de un pensador generalmente cuidadoso en torno a la manera en que se maneja la cuestión. El libro se divide en ocho capítulos (excluyendo la introducción) donde trata diferentes aspectos del humanismo.
El primer capítulo habla de la historia del humanismo en general, desde los tiempos del Renacimiento hasta el movimiento humanista actual. Sin embargo, lo que es inusual es que no se quede en el marco europeo occidental, sino que busca en otras filosofías y civilizaciones enseñanzas afines a lo que hoy llamamos humanismo: la antigua Grecia, el confucionismo, filósofos como Cicerón, Averroes, etc.
A pesar de sus aciertos, en cuanto a esta aproximación, también aquí es donde hallamos sus desaciertos. Desgraciadamente, Law se suscribe a la ya desacreditada visión de “razón vs. ciencia” y fuerza una comprensión no histórica de los eventos pasados. Por ejemplo, menciona que a Galileo se le arrestó y se le amenazó con tortura y ejecución por la Santa Inquisición. Esto es técnicamente correcto. Sin embargo, lo que no añade Law es que dicha amenaza era una formalidad, y que era altamente improbable que ocurriera por la sencilla razón de que cuando se le presentó el documento, Galileo ya era un anciano. Como política, la Inquisición no solía torturar y ejecutar a ancianos. Para sorpresa del lector, dice que él fue encarcelado (merely imprisoned) y después su sentencia se cambió a arresto domiciliario. Esto es incorrecto, la Inquisición no “encerró” a Galileo en la cárcel, sino que inicialmente se tomó la decisión de condenarle a prisión, pero luego se decidió por el arresto domiciliario. Esto exclusivamente sucedió en el proceso, y el científico solamente sufrió arresto domiciliario ¿Por qué? Porque era anciano. Finalmente, cuando Law discute el asunto central de la denuncia a la Inquisición, rechaza la explicación de los historiadores —expertos en este tema— de que lo que le concernía al tribunal era las aserciones de Galileo en relación con las Escrituras. De hecho, ese era precisamente el problema, debido a que el Concilio de Trento solo permitía la interpretación de las Escrituras a personas debidamente preparadas y autorizadas para ello. Galileo no era experto en las Escrituras. Si se hubiera quedado exponiendo su cosmología sin entrar en el asunto de las Escrituras, no hubiera sido cuestionado por la Inquisición —tribunal que juzgaba precisamente herejías, no modelos cosmológicos—.
Para sustanciar su alegato, Law utiliza el ejemplo de Giordano Bruno, y cómo él fue quemado en la hoguera por sus perspectivas cosmológicas, específicamente su endoso al copernicanismo. Enfatiza, de manera técnicamente correcta, que Bruno fue cuestionado en torno a su cosmología. El problema es que Law “mezcla chinas con peras”. Galileo era un científico —en aquella época “un filósofo natural”—, específicamente un astrónomo. Pero, Bruno no era científico y su endoso al copernicanismo tenía poco o nada que ver con una visión científica del universo. Se le cuestionó su cosmología, no porque hubiera descubierto cosas inconvenientes para la Iglesia, sino porque era producto de la visión teológica y altamente especulativa de Bruno, una perspectiva que negaba la Trinidad, la divinidad de Jesucristo, la maternidad divina de María, la transustanciación eucarística, etc. Bruno fue quemado por herejía, no por endosar el copernicanismo. En el caso de Galileo, sus conclusiones sí eran científicas, pero no supo defender sus descubrimientos ante el tribunal para evidenciar que las Escrituras debían ser reinterpretadas. De hecho, el mismo Law cita al Cardenal Belarmino cuando afirma algo que siempre sostuvo la Iglesia desde tiempos de Agustín de Hipona: que siempre y cuando se demostrara que un modelo cosmológico fuera científicamente superior al actual, entonces se podían reinterpretar las Escrituras. Como reconoce el mismo Law, el problema es que Galileo no tenía un caso fuerte a favor del copernicanismo.
Nota aclaratoria: Con lo anterior no defiendo las decisiones tomadas por la Inquisición contra Bruno o Galileo. El caso de Bruno debería contarse como uno de los crímenes más horrendos de la Iglesia Católica, al igual que la ejecución de otros cientos de miles de víctimas que fueron ejecutadas por ser “herejes”. El caso de Galileo fue mejor, dado que vivió bastante bien con todos los debidos cuidados bajo su arresto domiciliario. A él no se le impidió continuar escribiendo sobre ciencia, solo se exceptuaba hablar del copernicanismo. Sin embargo, fue durante este periodo que escribió lo que tal vez fue su aportación más importante a la física —la cinemática galileana— con la publicación de su obra: Discorsi e dimostrazioni matematiche intorno à due nuove scienze. Aun con todas las consideraciones con Galileo, su condena por la Inquisición y el forzarle a retirar su endoso al copernicanismo no deja de ser una página oscura en la historia de la Iglesia. Lo que sí digo en los párrafos precedentes es que los casos de Bruno y Galileo han sido muy poco comprendidos a nivel histórico y no son casos de “religión vs. ciencia”.
En los siguientes dos capítulos, Law presenta los puntos a favor y en contra de la existencia de Dios. Con mucha honestidad intelectual, discute los argumentos cosmológico, de designio (design), de complejidad irreductible, usualmente defendida por los partidarios del llamado Designio Inteligente (Intelligent Design), y de ajuste preciso (fine tuning). Demuestra que cada uno es débil, sea porque flaquean debido a ciertas falacias o porque son científicamente injustificables. Luego de ponderar en torno al tipo de Dios que podría existir, presenta los argumentos, muy efectivos, contra la existencia de Dios, a saber: el problema de la maldad —tanto su variante lógica como la evidencial—, los milagros y las experiencias religiosas, y argumentos más sofisticados en torno a la conceptuación de Dios. En cuanto al problema de la maldad, Law pondera la viabilidad del Dios todopoderoso y bueno que permite la maldad en el mundo, y la compara con aquella de un dios malvado que permita bondades en el mundo.
El cuarto capítulo trata de la cuestión de la moralidad y demuestra en términos muy sencillos las falacias involucradas en el razonamiento falaz de que lo bueno es aquello que de alguna manera se asocia o es dictado por Dios. De hecho, parece que presenta en términos “reader friendly” lo que conocemos como el dilema del Eutifrón, obra donde Platón discute el problema de la santidad comprendida en términos morales. En contraste, Law muestra que propuestas adoptadas pragmáticamente en calidad de reglas de juego en una sociedad heterogénea son mucho más razonables, independientemente de si se justifican racionalmente mediante el utilitarismo, las éticas de las virtudes o las éticas deontológicas. También cuestiona en términos de datos empíricos la convicción de que sin religión o sin creencia en Dios habría una crisis de valores. En cuanto a este último punto, critica lo que llama “la movida del ‘capital moral’”, es decir, la opinión de que la religión le ha provisto a la sociedad contemporánea una reserva moral de la que se aprovechan los humanistas, pero que se perdería si la sociedad se vuelve secular. Law cuestiona tanto la primera como la última aserción. Parece precipitado argumentar que el humanismo no ha obtenido valores éticos del cristianismo, Al contrario, el humanismo no aparece por generación espontánea, ni como pura contrariedad a la religión, sino que surge de una matriz y procesos culturales dentro de unos contextos dados. El cristianismo nunca fue un todo fijo monolítico, sino una serie de corrientes de pensamiento que periódicamente cambió en cuanto a muchos de los valores que sostuvo y sostiene. No es implausible que el “capital moral” del humanismo se haya obtenido al menos parcialmente del cristianismo. En fin, Law considera como válidas las éticas de las virtudes para una vida humanista. Sin embargo, esta ha sido transmitida y fomentada por el catolicismo, no solo en el Medioevo, sino en la actualidad. El máximo exponente de la teoría de las virtudes contemporánea es Alasdair MacIntyre, un filósofo inspirado en Aristóteles y el neotomismo católico. Revivió esta rama de la ética con su obra imprescindible Tras la virtud. De hecho, desde el sector católico, se han hecho aportaciones a la hora de forjar teorías de la virtud aplicadas a la bioética, tal como ocurre con los casos de Edmund Pellegrino y David Thomasma, dos médicos y bioeticistas católicos que han impactado positivamente reflexiones en torno a la ética médica.
No obstante esta objeción, es menester señalar que sí estamos de acuerdo con Law en que esta reserva valiosa recibida del pasado, incluyendo a sistemas religiosos, no se desvanecerán en un futuro secular. Al menos, los religiosos no han provisto evidencia alguna de que este suceso esté ocurriendo. Tampoco es el pasado lo que define al humanismo como movimiento que busca vivir éticamente en una sociedad plural.
En los capítulos quinto y sexto aclara que el humanismo aspira a una sociedad secular y la distingue de regímenes donde no existen sociedades seculares: por ejemplo, en Gran Bretaña (donde se conceden privilegios a la Iglesia de Inglaterra) o en sociedades ateas (como la de Stalin o Mao). Asimismo, elabora en torno a la caldeada cuestión de la educación, especialmente la manera en que se le adoctrina a los niños en general por parte de colegio religiosos. Además, denuncia el hecho (que vemos en el Reino Unido) de que se le exija a los niños en escuelas públicas actividades afines a la religión del estado. En cambio, Law nos describe en líneas generales cómo el humanismo propone maneras de educar a los niños proveyéndoles herramientas conceptuales para el razonamiento crítico vía la filosofía, el alfabetismo científico y la instrucción según valores seculares compartidos en una sociedad heterogénea.
En el capítulo siete se adentra en el tema del significado de la vida, y cómo los humanistas pueden ser autores de ella sin necesidad de recurrir a una creencia en Dios o en algo que trascienda el mundo natural. Sin embargo, elabora en torno a las dificultades en torno a la noción de “significado de la vida” y cuestiona los argumentos tales como el juicio divino o la inmortalidad del alma como requisitos para tener una vida personal significativa.
En el último capítulo, Law reflexiona filosóficamente en torno a las actividades rituales, tales como las de un nacimiento, un funeral o una boda, como formas de solidarizar los lazos con la familia y la sociedad a la que somos próximos. Pues, habla de la experiencia de bodas y de funerales como lugares donde pueden llevarse a cabo esos rituales sin ser “religiosos”. Más bien, se convertirían en expresiones de alegría o tristeza —según sea el caso— de los acontecimientos a celebrar o conmemorar. Ahora bien, al catalogar estas actividades como “no religiosas”, hay un problema importante. Law no define qué es religión y cómo se distingue de otros sistemas rituales. Implícitamente afirma que las religiones son sistemas que promueven deidades o algo trascendental, pero el budismo es una religión no teísta, y el confucionismo y el daoísmo, especialmente este último, son sistemas usualmente designados como religiosos a pesar de que no requieren la creencia en deidades. Hay humanistas, ateos y librepensadores que rechazan estas propuestas precisamente porque las designan como religiosas. En fin, algunos expertos en religiones comparadas definen el fenómeno religioso más bien como sistemas rituales.
En general, el libro es muy enriquecedor y, fuera de los puntos ya criticados, muy equilibrado, asequible al público en general, y ayuda a promover los principios del humanismo. Recomiendo encarecidamente su lectura si es que les interesa los pormenores de estas discusiones. En mi opinión, este texto de Stephen Law provee unas bases filosóficas sólidas para justificar racionalmente el humanismo como una cosmovisión y una forma de vida.
Segunda recomendación: The Little Book of Humanism: Universal Lessons of Finding Purpose, Meaning and Joy
Si bien el libro de Law es racional y filosófico, el libro The Little Book of Humanism de Andrew Copson y Alice Roberts es particularmente hermoso.
Andrew Copson es el actual presidente de Humanistas Internacional, mientras que Alice Roberts, una antropóloga bióloga que fue presidenta de Humanistas del Reino Unido en el año en que se publicó este precioso libro, y que hoy es vicepresidenta de la organización.
El texto adquiere la forma de un libro típico para pensamientos, aforismos, discusiones sencillas destinadas a la reflexión del lector. Podría decir que adopta la forma de un devocionario que contribuye a la meditación de las ideas que propone. Tiene bellos retratos, dibujos e ilustraciones del cosmos, del cielo, de la naturaleza, de la interacción entre personas, entre otros. Esto permite emitir mensajes tan sencillos como profundos. A manera de ejemplo, reproduciré lo que dice en una de las páginas, que traduciré al español:
Para los humanistas, la pregunta de por qué estamos aquí no es una interrogante real.
No hay dirección o propósito en el universo; no hay un ‘por qué’ en ese sentido.
Los seres humanos suelen hacer cosas con propósitos en mente, viendo sus metas y finalidades. Pero la luna, el sol, las estrellas —y el universo como un todo, con todos sus procesos que ocurren en él— no son la clase de cosas que tienen en mente propósitos, metas o finalidades.
Darse cuenta de que no hay un ‘por qué’, que no hay una razón mayor para nuestra existencia, nos libera para crear nuestro propio significado en nuestras vidas (Mi énfasis al final).
Y de una manera tan sencilla, una reflexión de esta índole “desprograma” (debugs) a la mente humana que busca esa razón mayor o aquel propósito “cósmico” o supramundano que supuestamente nos dirige a un “final feliz”. Nosotros no somos algo dirigidos como marionetas a un destino. El cosmos o Dios no nos proveen el significado a nuestras vidas: nosotros mismos nos damos ese significado y podemos autodeterminarnos. Y sí, ¡esa experiencia es liberadora!
De manera similar discute nuestro lugar en el universo, nuestros orígenes evolutivos, qué somos ahora y hacia dónde vamos. Los humanistas nos concebimos como parte de la naturaleza, del universo. Esa libertad y poder del entendimiento dado por la naturaleza implican un sentido de responsabilidad, no solo en relación con los seres humanos, sino también con los animales no humanos, con la naturaleza y con el planeta en general.
Estas reflexiones incluyen dichos y aforismos de autores tan diversos como Lao Tzu, Julian Huxley, Charles Darwin, Eleanor Roosevelt, Marie Curie, Bertrand Russell, John Stuart Mill, Albert Einstein, Ricky Gervais, Jean-Paul Sartre, Epicuro, George Eliot, Stephen Fry, David Hume, Confucio, Steven Pinker, John Maynard Keynes, Jenófanes y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.
En el libro, se rechaza el relativismo moral o el relativismo en relación con la verdad, se abraza el progreso que ha hecho la humanidad, se valora y se adentra en el tema de las ciencias, el mérito de la valoración de la vida a la luz del hecho de la muerte, la innegable presencia del sufrimiento, la meditación, el disfrute de las artes y la música, el significado de la vida, la aspiración a un mundo más justo, y la importancia de la cooperación entre religiosos y no religiosos para fines comunes. Una cosa que realmente me llamó la atención en calidad de humanista religioso es que le dedica una página al tema de lo espiritual y cómo hacer sentido de una actitud genuinamente “espiritual” sin referirse necesariamente a la existencia de seres supramundanos. En fin, reconoce la espiritualidad como una de las grandes capacidades del ser humano, y que debe fomentarse desde un marco naturalista.
Sin embargo, este libro sería prácticamente perfecto si no fuera porque añade de nuevo la perspectiva de la susodicha “rivalidad entre religión y la ciencia”. En una página en particular, muy desafortunada, incluye una cita de Robert G. Ingersoll que dice:
No hay armonía entre la religión y la ciencia. Cuando la ciencia era una bebé, la religión buscó estrangularla en la cuna.
Ahora que las ciencias han alcanzado la juventud, y la superstición es su chochez, el cacharro tembloroso y paralítico le dice al atleta: ‘Seamos amigos’.
Me recuerda del acuerdo que el gallo le hizo al caballo: ‘Acordemos no pisarnos las patas.’
Lamentablemente, por más que esto esté de acuerdo con el temperamento de muchos humanistas en relación con la religión, esto es históricamente falso. Al contrario, la religión no solo propició a que naciera las ciencias, sino que la estimuló y la nutrió hasta convertirse en una rama independiente del pensar religioso. Es en la etapa adulta de las ciencias, precisamente debido a su independencia de la religión, que algunos descubrimientos chocaron con algunas doctrinas preciadas de algunos sectores religiosos. Al igual que el libro de Law, nuestros autores tienen que ponerse mejor al día en lo que los especialistas en historia de las ciencias tienen que decir del supuesto antagonismo “que hubo desde el principio” entre las ciencias y la religión, para matizar más esta conversación. Habiendo dicho lo anterior, sí creo que hay una distancia muy marcada entre la religión y las ciencias en cuanto a su aproximación epistémica al mundo. Típicamente, una está bien fundamentada racionalmente (las ciencias), la otra no (religión). Pero no perdamos de vista que muchos de los instrumentos que llevaron a la solidez epistemológica y gnoseológica de las ciencias fueron provistas en un momento dado en las entrañas de las discusiones filosófico religiosas promovidas por instituciones religiosas. Aquí no me limito al catolicismo, sino también extiendo esto al protestantismo, al judaísmo, al islam y a las religiones orientales.
No obstante este punto negativo, nos parece que el resto del libro es una verdadera joya y merece ser una lectura para pensar, meditar y reflexionar. Invita a ver el humanismo como una forma legítima de buscar el significado de la vida, que permee toda nuestra vida cotidiana, mental y hasta espiritual. En suma, ilustra muy bien generalmente por qué los humanistas sentimos la alegría de vivir.
Recomiendo encarecidamente su lectura.
Dos regalitos para Navidad
Los humanistas en general no creemos que la Navidad literalmente haya ocurrido como se muestran en los nacimientos que se colocan junto al arbolito, pero sí valoramos esta temporada para disfrutar con nuestras amistades y seres queridos. No desaprovechemos esta oportunidad para brindarles a nuestro prójimo una visión de mundo que nunca han tenido antes. Estos dos libros serían un tremendo regalo que podemos hacerles para abrir sus mentes a un ámbito que jamás habían visto antes.
PD – Algunos de ustedes me preguntarán por qué no recomiendo libros en español. La respuesta es que en el mundo hispano, parece que el humanismo secular está en pañales. Apenas hay organizaciones humanistas en España y Latinoamérica, y la literatura al respecto es sorprendentemente escasa. Aunque sí hay portales, blogs y podcasts en español, la falta de literatura de este tipo es un asunto que los humanistas hispanoparlantes debemos subsanar pronto.
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Agradeceré cualquier literatura que tengan a bien enviarme a Urb. Valle Hermoso, calle Bucaré SU-11, Hormigueros, P.R.