Reseña del libro Alpha God

Las instituciones religiosas que utilizan el poder gubernamental para apoyarse a sí mismas e imponen sus opiniones a personas de otras religiones o de ninguna religión, socavan todos nuestros derechos civiles. Además, el apoyo estatal a una religión establecida tiende a hacer que el clero no responda a su propio pueblo y conduce a la corrupción dentro de la propia religión. Por lo tanto, erigir el muro de separación entre la Iglesia y el Estado es absolutamente esencial en una sociedad libre. – Thomas Jefferson

Alpha God: the Psychology of Religious Violence and Oppression (Dios Alfa: la psicología de la violencia y la opresión religiosa), de Héctor García, es una exploración antropológica de uno de los aspectos más peligrosos y persistentes de la cultura humana en la tradición tanto del Liber Qvintvs de Lucrecio como de Charles Darwin, con el beneficio añadido de que el autor cita numerosos estudios modernos, relatos históricos y otras pruebas anecdóticas, estadísticas y empíricas.

García dedica un capítulo entero al problema de la anhedonia (una incapacidad patológica para disfrutar de los placeres naturales) y, con ejemplo tras ejemplo, citando muchos casos de prácticas ascéticas y religiosas que reflejan depresión y otros trastornos psicológicos, demuestra un vínculo entre la anhedonia y la mala salud mental y bajo estatus social, y luego un vínculo entre todos estos problemas y muchas de las prácticas religiosas y escrituras de las religiones abrahámicas.

El autor aborda la violencia, el sexo, la asignación de recursos y muchos otros temas desde la perspectiva de la evolución darwiniana por selección natural, mostrando una y otra vez una correlación entre cómo la religión media y ofrece una salida para los impulsos e instintos que García vincula con nuestros orígenes primates.

La falacia naturalista

Algunos tradicionalistas, como Jordan Peterson y fundamentalistas musulmanes o cristianos, podrían argumentar que los comportamientos evolucionados son naturales y, por lo tanto, afirman, morales. Al evaluar estos problemas, García nos recuerda:

… debemos evitar la falacia naturalista, es decir, la idea de que debido a que la violación tiene sus raíces en el pasado evolutivo, es buena, deseable o tolerable. Al igual que la guerra, no es ninguna de estas cosas y, como acto moralmente detestable, merece un examen firme.

La relevancia moderna de este campo de investigación

García cita un conocido metaestudio (un estudio que incorpora datos de muchos estudios anteriores, así como datos demográficos, etc.) de Paul Gregory. Esta investigación merece ser evaluada por separado del libro, ya que por sus propios méritos demuestra muchos de los puntos planteados por García y muestra una correlación fuerte e innegable entre diversas formas de disfunción social y altos niveles de religiosidad en muchas sociedades, que él compara.

García demuestra la relevancia de lo que dice con muchos estudios de caso. En la página 246 encontramos:

… existe una historia cultural de dominio religioso en Estados Unidos en la que la caridad religiosa se utilizó como herramienta para mantener a las clases subordinadas en su lugar social.

En la página 236, García suena profético sobre el actual ascenso del fascismo cristiano en lugares como Uganda, e incluso el estado de Florida y otros lugares, donde se está produciendo una toma cristiana extremista del sistema educativo, completada con campañas de prohibición de libros que nos recuerdan a la Edad Oscura.

La censura impide que surjan verdades o ideas, en particular aquellas que llaman la atención sobre las desigualdades de poder o riqueza, o sobre los abusos cometidos por quienes ocupan posiciones de autoridad. Lo más importante es que la censura mantiene a la población en la ignorancia, lo que resulta muy atractivo para los dictadores.

Además, el autor reconoce que es probable que el futuro implique muchos conflictos religiosos. En la página 229, dice:

Hoy en día, las poblaciones de más rápido crecimiento del mundo se encuentran en los países más religiosos.

Uno de los casos más preocupantes es el del norte de Nigeria, donde los musulmanes tienen un promedio de siete hijos y donde durante muchos años los extremistas musulmanes han estado matando a cristianos del sur del país (y matándose entre sí, y violando y torturando a niñas que tienen la audacia de ir a la escuela), y esto ha evolucionado hacia una campaña genocida lenta y de largo plazo que el gobierno no confronta para evitar confrontaciones con musulmanes fanáticos.

El problema de la demografía religiosa me recuerda la distinción entre bonobos y chimpancés de la que me di cuenta cuando escribí la reseña del libro The Bonobo and the Atheist. Los bonobos evolucionaron en un lado del río Congo donde había abundancia y no tenían que luchar por los recursos, por lo que sus relaciones son igualitarias, comparten recursos constantemente y sus intercambios están lubricados con intercambios sexuales. Los chimpancés evolucionaron al otro lado del río Congo, donde había mayor escasez y tenían que luchar por los recursos, lo que dio como resultado una sociedad que lucha constantemente por los recursos, es extremadamente violenta y se caracteriza por la tiranía de los machos alfa y estrictas estructuras jerárquicas. Esta distinción entre escasez/violencia y abundancia/liberalidad con sexo y recursos también se puede ver en las sociedades humanas, donde las condiciones pobres y superpobladas en ciertas ciudades van acompañadas de mucha violencia, crimen y disfunción, mientras que las sociedades abundantes tienden a ser menos violentas en promedio. Las sociedades prósperas también tienden a ser sexual y socialmente más liberales, como los bonobos. Incluso dentro de la misma sociedad vemos que los barrios ricos tienen menos delitos violentos que los más pobres.

A medida que las religiones sigan promoviendo la reproducción excesiva irresponsable de las poblaciones humanas, particularmente sin propagar también iniciativas que ayuden a estas mismas comunidades a prosperar, esto dará como resultado sociedades más violentas, que es exactamente lo que el estudio de Paul Gregory demuestra que ya ha sucedido. Una mayor religiosidad coincide estadísticamente con niveles más altos de criminalidad y violencia en casi todas las sociedades estudiadas.

Conclusión

El libro es pesimista, pero en otros lugares es cautelosamente optimista y traza caminos para posibles soluciones. En la página 223, el autor dice:

Exponer audazmente a los primates que actúan como ventrílocuos de dios será un primer paso necesario. Semejante medida, que las ciencias evolutivas han hecho introspectiva y honesta, puede ayudarnos a desarrollar una ética religiosa y secular más justa y compasiva.

Al final, García logra presentar un argumento sólido que vincula la violencia y la religiosidad, y muestra las fuerzas primarias, biológicas, psicológicas y sociales que contribuyeron a crear el dios de las religiones abrahámicas, a quien describe como una proyección de estas fuerzas. El autor ve alguna posibilidad de redención en el continuo estudio científico de la religiosidad como expresión de estas fuerzas primarias con el fin de psicoanalizar, desafiar y limitar sus efectos nocivos. Hacia el final del libro, concluye:

La moraleja de esta línea de investigación es que menos religión se asocia con una mejor salud social, lo cual es precisamente contrario al argumento de los cristianos conservadores en Estados Unidos y sugiere una vez más los males potenciales de depender demasiado de una ética basada en apaciguar los caprichos de un dios alfa.

Este libro es un trampolín para futuras investigaciones. Ofrece muchos temas de conversación que invitan a la reflexión y muchos datos. El autor espera (al igual que yo) que futuros estudios sobre la religión como fenómeno natural sigan arrojando luz sobre la naturaleza de la religiosidad.