Falsificaciones en el Nuevo Testamento

Manuscrito de la Biblia del siglo XIII.
Manuscrito de la Biblia del siglo XIII.

Resumen:

  • En el Nuevo Testamento se escribieron libros o cartas erróneamente atribuidas a ciertos individuos conocidos. Algunos de ellos merecen el calificativo de “falsificaciones”.
  • Algunos eruditos denuncian el calificativo debido a que, supuestamente, es una actitud anacrónica que no se da cuenta de que en aquella época la costumbre de escribir a nombre de un maestro era perfectamente aceptable. Otros expertos recurren a la hipótesis de que los pretendidos autores tenían secretarios que escribían sus cartas por ellos. A estas afirmaciones llamo “argumentos apologistas”.
  • Bart D. Ehrman llevó a cabo unas indagaciones en torno a los argumentos apologistas y descubre que no hay evidencia en la Antigüedad de que fuera aceptable que un autor escribiera a nombre de otro. También desmiente que fuera aceptable que los secretarios compusieran todo un texto a nombre de otra persona.
  • Existen falsificaciones en el Nuevo Testamento, textos cuyos autores no son quienes alegan ser, a saber Hechos de Apóstoles, Colosenses, Efesios, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, 1 Pedro, 2 Pedro, Jacobo, Judas y 1 Juan.

Hechos incuestionables del Nuevo Testamento

A medida que ha pasado el tiempo, se ha ido descubriendo que los libros del Nuevo Testamento (y algunos de la Biblia Hebrea) aparentemente no fueron escritos por los autores a los que se les adscriben. Por ejemplo, cuando se examina la evidencia disponible en relación con los evangelios, la primera ocasión que aparecen con los nombres actuales fue bajo Ireneo de Lyon, quien escribió para las últimas dos décadas del siglo II. Antes de eso, tenemos citas indirectas, alegatos, alusiones, pero nadie llamaba al Evangelio de Marcos “Evangelio de Marcos”, o al Evangelio de Juan, “Evangelio de Juan”. Todo parece indicar que los textos que conocemos como evangelios fueron escritos en el principio anónimamente. Por supuesto, debido a que Hechos probablemente fue escrito por el mismo autor del Evangelio de Lucas, también se le considera obra anónima.

Además de eso, encontramos otros libros que el consenso de eruditos considera que son sustancialmente auténticos —aunque con ciertas interpolaciones mínimas—, las siete cartas auténticas paulinas, a saber: 1 Tesalonicenses, Gálatas, Filipenses, 1 y 2 Corintios, Filemón y Romanos. De hecho, hoy día se piensa que el número de epístolas originales no eran siete, sino mucho mayor. Para dar un ejemplo, Filipenses puede ser hasta tres cartas distintas, 1 Corintios pudo ser una carta íntegra o dos cartas compiladas y remendadas; 2 Corintios no fue una carta unitaria, sino que se componía mínimo de dos cartas a un máximo de cinco. Esto nos da indicios de cartas que se compusieron en distintas ocasiones, pero que alguien (no sabemos quién) las compiló para que sumaran siete, un número significativo para el judaísmo y el cristianismo. Se piensa que este conjunto de siete cartas fue la primera colección que comenzó a circular entre los literatos del movimiento de Jesús y que, para finales del siglo I o comienzos del II, su número aumentó a diez debido a la inclusión de tres libros adicionales, a saber: 2 Tesalonicenses, Colosenses y Efesios. Para todos los efectos, esta fue la segunda colección de cartas paulinas (Piñero 2015, 23; Vidal 2012, 15-16). Discutiremos más tarde el problema de la autoría de estas tres cartas. Hay también una convicción de que el autor del Apocalipsis de Juan efectivamente se llamaba Juan, pero que por homonimia se le confundió con Juan el Apóstol, alguien que el autor no alegaba ser. Existe también un texto anónimo erróneamente atribuido a Pablo, pero que sabemos que muy probablemente no lo escribió: el libro de Hebreos. Hay autores que sospechan que algún copista añadió unos versos finales para asociarlo con Pablo (Hebreos 13:22-25; Vidal 2012, 24).

Aun así, ¿qué hay de los demás libros del Nuevo Testamento, a saber: Colosenses, Efesios, 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, 1 y 2 Pedro, Jacobo (Santiago), Judas, 1, 2 y 3 Juan?  La mayoría de los estudiosos del Nuevo Testamento hoy día consideran que, 1, 2 y 3 Juan son anónimas, mientras que las demás serían pseudónimas —de falso nombre— o pseudoepigráficas —de falsa inscripción—. Esto significa que todas estas cartas u obras fueron escritas bajo el nombre de Pablo, de Pedro, de Jacobo, y de Judas el hermano de Jacobo realmente no fueron escritas por ellos.

Hoy día, a este tipo de autores que llevan a cabo esta práctica se conocen como falsarios, y sus obras, falsificaciones.

La dinámica de la erudición del Nuevo Testamento

Escriba trabajando en un manuscrito
Escriba trabajando en un manuscrito. Versión a color de grabado del siglo XV.

Ya de entrada, tenemos un problema ético muy serio. Se afirma que la Biblia en general, y el Nuevo Testamento en particular, es “palabra de Dios”. Esta frase se puede interpretar de una variedad de maneras. Entre ellas, podemos mencionar las siguientes:

  • Perspectiva fundamentalista: En general, son del parecer de que la Biblia nos narra acontecimientos de manera 100 % fiable, y su información provista provee un marco moral que nos sirve de directriz para la vida cotidiana. Contrario a lo que se cree, el fundamentalismo es un fenómeno relativamente reciente del cristianismo y esa postura tan tajante no fue la adoptada durante los primeros siglos de la religión o durante la Edad Media. Este sector constituye una minoría de cristianos, aunque su número no es nada despreciable.
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  • Perspectiva conservadora y la moderada: Esta es tal vez la posición mayoritaria del cristianismo en general en la actualidad. No se toma todo lo que se dice literalmente, ni tampoco supone que todos los textos son originales de los autores a los que se les adscribe. Sin embargo, su conducta es la tendencia a maximizar las perspectivas de veracidad y autoría de los textos bíblicos. Por ejemplo, pueden aceptar que 1 y 2 Timoteo y Tito sean “pseudónimas”, pero sí suelen argumentar a favor de la autoría paulina de 2 Tesalonicenses, Colosenses y Efesios. También acostumbran a afirmar la autoría de 1 Pedro, entre otros. Usualmente, consideran la Biblia en general —al menos unos pasajes selectos— como buenas bases morales para el día a día personal.
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  • Perspectiva escéptica: Aquí utilizo la palabra “escepticismo” en el sentido saludable del término: la búsqueda de evidencia interna —en cuanto al contenido de los textos— y externa —manuscritos, manera de escribir de los antiguos, testimonios, entre otros— para fundamentar la probabilidad de que los textos sean auténticos o no. En cuanto a la investigación de los textos bíblicos, se intenta mantener neutral en relación con la moralidad de los textos.

Antes de entrar en el tema, hay que tener en cuenta que estas no son categorías fijas y que solo son indicios de un espectro. Como veremos, fuera del caso del fundamentalismo o cristianos extremadamente conservadores y de no creyentes extremos, es irrelevante si los autores son cristianos, no cristianos o ateos. Ahora bien, los cristianos especialistas tienden a gravitar a una posición conservadora o moderada, mientras que los no cristianos o ateos suelen acercarse más escéptica. Pero vuelvo y enfatizo, estas categorizaciones no son estrictas para cada grupo y hablamos de un espectro de posiciones entre los expertos.

Otro aspecto importante es que, debido a la extrema complejidad de los estudios bíblicos y nuestra comprensión de la antigüedad grecorromana, muchos tienen que “recostar” sus estudios en las obras de otros estudiosos. Para desgracia de nosotros los académicos, muchas de estas investigaciones parten de premisas falsas, malos entendimientos del pasado, malinterpretaciones de la literatura o de los eventos claves, de los criterios usados para llegar a ciertas conclusiones, etc. La mala noticia es que los estudios en general están repletos de todos estos elementos. Lo señalo por la sencilla razón de que cuando se publican estas obras con elementos erróneos, en muchas ocasiones, no hay realmente una cuestión de malevolencia o de querer practicar “apología” doctrinal cristiana por parte de los expertos.

Aun así, la buena noticia es que, a medida que pasa el tiempo, hay nuevos descubrimientos, refinamientos de criterios, revisión de las premisas teoréticas con las que vemos la evidencia, entre otras mejoras significativas. Simultáneamente, hay nuevas generaciones de investigadores que, aunque tienen su herencia de expertos ya establecidos, ven la evidencia con ojos frescos y mentalidad más crítica. De esa manera, los expertos del Nuevo Testamento defienden o rechazan métodos, aproximaciones a los textos, etc.

Esto no significa que el sector conservador o la influencia del ideal cristiano (¡o no cristiano!) de los expertos no influya en sus apreciaciones. En parte, esto es negativo, especialmente si los estudiosos no cumplen con una dosis de “ortodoxia” o no laboran según lo que se espera que hagan. Aun cuando hay universidades e instituciones religiosas que mantienen cierto nivel de profesionalidad, hay casos en que no. Miembros del clero o investigadores que están asociadas a algunas de ellas pueden sentirse indebidamente presionadas a la hora de publicar sus conclusiones. He aquí algunos ejemplos:

  • Cuando José Antonio Pagola, sacerdote, publicó su libro Jesús, aproximación histórica, muy apegado a la doctrina católica, cuya edición fue retirada por llegar a conclusiones a los que católicos conservadores no les gustaba. Aun cuando la segunda edición contaba inicialmente con el Imprimatur del obispo de San Sebastián, la Congregación para la Doctrina de la Fe la revocó dos años después. En el 2013, la Conferencia Episcopal Española declaró que, aun sin el material inconveniente para la fe católica, el libro en sí era peligroso por su enfoque metodológico.
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  • Edward Schillebeeckx, fallecido sacerdote belga dominico, tuvo un incidente semejante con su libro Jesús. La historia de un viviente, donde postulaba como innecesaria la hipótesis de la tumba vacía.
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  • Recientemente, a M. David Litwa, que no tenía permanencia en la Universidad Católica de Australia, no se le renovó su contrato, aun después de una extraordinaria producción académica. Nadie sabe a ciencia cierta por qué se tomó esa decisión. Sin embargo, según dejó saber en un momento dado, de acuerdo con los representantes de su unión, parece que la institución no estaba interesada en los temas que trabajaba, sino otros de interés para el catolicismo.

Asimismo, hay investigadores cristianos plenamente motivados a maximizar la veracidad de la Biblia y afectan —en muchos casos, negativamente— nuestra comprensión de los textos del Nuevo Testamento. Tanto las presiones indebidas como la dimensión ideológica de algunos autores afectan la influencia de las investigaciones en la academia y su divulgación al público en general. En tales casos, se podría incurrir en conductas o tendencias apologistas, es decir, se interpreta el contenido neotestamentario de manera que legitime la doctrina que se quiere defender.

El problema ético de las falsificaciones y la solución apologética

1. La identificación de documentos que no fueron escritos por los pretendidos autores

El milagro de la pesca de Pedro
El milagro de la pesca abundante por Rafael (1515). Imagen cortesía del Museo de Victoria y Alberto en Londres.

Para comprender el fenómeno de la pseudoepigrafía, vamos a utilizar como ejemplo a 1 y 2 Pedro como puntos de referencia para el resto del artículo. Actualmente, el consenso académico es que quien haya escrito 2 Pedro no fue el que escribió 1 Pedro. La diferencia de estilo, visión teológica, entre otros elementos son muy dispares, especialmente cuando se lee en griego. Según Bart D. Ehrman, la diferencia en griego ambos textos es análoga a la del inglés de Mark Twain y T. S. Elliott. Son estilísticamente dos mundos muy distintos.

Sabemos que 1 Pedro fue escrita antes de 2 Pedro, no solamente por la numeración de las cartas, sino porque la última precisamente alude a la primera:

Esta es, amados míos, la segunda carta que os escribo; en ambas pretendo suscitar en vosotros el recuerdo de una pura inteligencia … (2 Pedro 3:1; aquí en adelante, todas las traducciones del Nuevo Testamento son de Piñero 2022 con algunas modificaciones mías).

Dice también algo extraño:

Podéis contar con la generosa salvación de nuestro Señor, según os escribió nuestro amado hermano Pablo con la sabiduría que le ha sido otorgada. En sus cartas ha hablado de estos temas. En ellas hay algunos puntos difíciles, sin que falte gente inculta y poco formada que los distorsionen como el resto de las Escrituras, con lo cual andan perdidos (2 Pedro 3:15-16).

Digo que es bien extraño, porque Pedro, que vivió para los primeros dos tercios del siglo I, habla de una colección de cartas paulinas, algo que no circuló hasta después de la muerte de Pablo (ca. 60s e.c,) y probablemente después de la muerte de Pedro. De hecho, sabemos que ya antes del 140 e.c. la segunda colección de cartas paulinas circulaban entre las congregaciones, porque fueron incluidas en el famoso “canon” de Marción de Sinope (ca. 140). Más curioso es que 2 Pedro las incluye como parte de las Escrituras (cuando habla de la malinterpretación de la “gente poco formada” de las cartas y “del resto de las Escrituras”). Precisamente, Marción fue condenado por los ancianos de las asociaciones cristianas de Roma y en otros lugares precisamente por malinterpretar y distorsionar el mensaje paulino. Por estas y otras razones, 2 Pedro se ha fechado para la primera mitad del siglo II. Es el texto más tardío de todo el Nuevo Testamento. Para los filólogos e historiadores, no hay duda alguna de que se trata de un texto pseudoepigráfico: un autor alega ser alguien que no es.

Pero, ¿qué hay de 1 Pedro? ¿Pudo haber sido escrito por el apóstol Pedro? Pues, hay indicios de que el texto en sí es muy tardío, posterior al estudiante de Jesús. La mayoría de los eruditos fechan a 1 Pedro aproximadamente para el 80 o el 90 e.c., y que se forjó a raíz de unas persecuciones que se habían desatado contra los cristianos en esta época. Sin embargo, como bien nota Montserrat Torrents en la reciente publicada obra editada por Piñero, hay algo peculiar en el saludo:

Pedro, apóstol de Jesús el Mesías, a los elegidos que peregrinan en la dispersión del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia … (1 Pedro 1:1).

Lo que llama la atención es “Ponto” y “Bitinia” en este caso. Llama la atención que fuera de “Galacia”, ninguna de las asociaciones mencionadas se remite a una fundación paulina. También, es inverosímil que durante la vida de Pedro, el cristianismo se hubiera expandido tan lejos como Capadocia, Asia y Bitinia, pero es verosímil que se haya diseminado después de su muerte. Aun así, tenemos un registro de cuándo los cristianos sufrieron un grado de persecución (aunque no sistemática) en la provincia de Bitinia-Ponto. Fue en la década del 110 e.c. cuando Plinio el Joven le reportó al emperador Trajano su proceder con los cristianos (Plinio, carta 96). Según Montserrat Torrents, esto coloca al autor de la carta ca. 114 e.c. (Piñero 2022, 1 Pedro, “Introducción”).

Hay otros elementos bien importantes que tienen que ver precisamente con el asunto de la autoría: el estatus social de Pedro mismo. Contrario a lo que ocurre actualmente en los países con escuelas públicas, en la Antigüedad, no todo el mundo podía acceder al tipo de educación que enseñara a leer y escribir. Hubo distintos grados de alfabetismo en la época. Al menos, en cuanto a la escritura, se pueden identificar varios tipos de personas (Keith 2011, 89-100):

  • Analfabetos: Eran aquellos incapaces de leer o escribir.
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  • Semialfabetizados: Personas que podían escribir muy lentamente o en absoluto podían hacerlo. También podían leer lenta, pero no extensamente. Este es el estatus más cercano a los analfabetos absolutos.
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  • Alfabetizados de firma: Eran capaces de firmar su nombre y reproducir fórmulas cortas después de este, aunque fueran imperfectas.
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  • Analfabetos textuales: Eran capaces de firmar a nombre de otros, debido a que esos otros no llegaban al grado de alfabetismo de firma y no podían leer. Los analfabetos textuales llegan a un grado suficiente de instrucción para llevar a cabo esta labor.
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  • Analfabetos no textuales: Solían ser personas de clase social más adinerada que tenían escribas a su disposición para las labores de lectura y firma de textos. Sin embargo, no siempre involucra gente de élite. Por ejemplo, por patrones recurrentes de la información provista en los evangelios, es posible indicar la probabilidad de que Jesús haya sido analfabeto no textual, pero no en virtud de tener escribas o lectores a su disposición, sino por su aprendizaje en la sinagoga. Probablemente, predicó lo que aprendió de la enseñanza de sacerdotes rurales o rabinos de su región, además de su maestro Juan el Bautista. Los evangelios señalan que los rabinos y juristas constantemente protestaban por el hecho de que Jesús enseñaba sin la debida instrucción, y nos dejan constar también de ciertos errores de parte de Jesús (Marcos 2:26; 6:2-3; Lucas 4:16-30; Juan 7:15).
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  • Los alfabetizados (grámmata en griego): Aquellos capaces de leer o escribir. Este nivel de alfabetización también tiene un espectro. Como leer y escribir eran actividades distintas, el ser hábil en uno no hace a la persona hábil en lo otro. Por ende, hubo grados de proficiencia en ambos casos.

Hechos de Apóstoles nos revela que Pedro y Juan no eran alfabetizados (agrámmatoi) e incultos o no educados (idiótai) (Hechos 4:13). Esto es plenamente consecuente con lo que sabemos de los pescadores rurales de la época: personas que tenían que sudar todos los días para conseguir el alimento para su mesa. Acostumbrados a su continua situación precaria, no tenían tiempo para el ocio requerido para leer o escribir (Keith 2020, 29-30). Podemos excluir también que eran alfabetizados textuales. Es posible que hayan sido analfabetos no textuales en virtud de haber asistido a la sinagoga o haber sido estudiantes de Juan el Bautista (Juan 1:40). Esto ya nos indica que Pedro no pudo haber escrito 1 Pedro.

Pero, ¿qué hay del dictado? A lo mejor Pedro sabía griego y, como en el caso de Pablo, pudo haberle dictado a un secretario para que él escribiera sus palabras. El problema con esta aproximación es que según una revisión tanto de la evidencia arqueológica como la literaria revelan que muy probablemente, los habitantes rurales de Galilea (lugar de donde Pedro procedía) no sabían leer o escribir griego, sino que estaba constituida por una sociedad de judíos arameoparlantes. En algunos casos como el de Nazaret, dentro de su identidad judía, rachazaban la vida cosmopolita que se veía en las áreas urbanas como Tiberías o Séforis. Esta fue la conclusión a la que llegó el prestigioso experto Mark Chancey en sus dos monografías, The Myth of a Gentile Galilee y Greco-Roman Culture and the Galilee of Jesus. Jonathan Reed, eminente arqueólogo de Galilea y experto en el Nuevo Testamento, concurre con esta apreciación (Reed 2006). Es más, una de las cosas que destaca Chancey y otros es que, del área del Levante, de la época de Jesús, es que conocemos solamente a dos personas que aprendieron griego, y de las cuales solo conservamos las obras de una de ellas: Flavio Josefo (la otra era su adversario, Justo de Tiberías). Y aun en el caso de Josefo, hay razones para pensar que aprendió griego después de aliarse a los romanos. Esto lo infieren debido a su dificultad para expresarse y escribir en ese lenguaje (Chancey 2005, 123; Hezer 2001, 91; Ehrman 2013, 244).

Todo esto nos indica que lo más probable es que Pedro no supiera griego. En el mejor de los casos, sus contactos en el Lago Tiberías con áreas urbanas sugiere que podía saber un griego extremadamente rudimentario. Sin embargo, aun en este caso, nunca sería un griego tan sofisticado y elegante como vemos en 1 Pedro.

El resultado inevitable del análisis de la realidad de ese tiempo es que es muy poco probable que Pedro hubiera escrito 1 Pedro o que lo hubiera dictado.

2. Lidiando con el problema de los documentos pseudoepigráficos

Fake

La realidad de las falsificaciones se hicieron evidentes una vez se empezaron a llevar a cabo unos análisis tanto filológicos como historiográficos del contenido del Nuevo Testamento. Para comienzos del siglo XX, se hizo evidente que una buena parte de los documentos de esa parte de la Biblia muy probablemente no fueron escritos por Pablo, Pedro, Juan, Jacobo y Judas. A prima facie, era un problema ético enorme: dichos autores estaban mintiendo.

¿Cómo puede ser posible que algo así aparezca en la Biblia, cuando mentir es precisamente contrario a la moral que propone? Y si fueron falsamente firmados por autores desconocidos, ¿representan estos escritos las genuinas opiniones de sus referentes: Pedro, Jacobo, Juan, etc.?

Pues, hay varios argumentos a los que se recurre para “resolver” este problema importante. Aunque no todos los que abogan por estas perspectivas pueden calificarse de apologistas, sí podemos decir que la mayoría de los estudiosos que utilizan estos argumentos muestran una tendencia apologética. Algunos argumentos son válidos y otros, no tanto. Vamos a mencionarlos:

  1. La caída anacronismos: Según este argumento, debemos tener cuidado de no aplicar nuestra visión moral actual a la antigüedad. Es más, como veremos más adelante, argumentan que tales prácticas de la pseudoepigrafía eran plenamente aceptables dentro del ámbito de las escuelas de pensamiento de la época. Ser estudiante de una corriente de pensamiento legitimaba que uno escribiera a nombre del maestro. En el caso del cristianismo, tenemos también el fenómeno de los profetas, quienes eran poseídos por el Espíritu Santo (espíritu de Dios), el espíritu de Jesús, o el espíritu de algunos de los apóstoles, y podía profetizar o escribir a nombre de ellos. Si aplicamos el término “falsificación” a esta práctica, caemos en un anacronismo, de emplear una categoría actual que falsearía nuestra visión del pasado y nos impediría ver que en aquel entonces era aceptable. Por esta razón, se rechazaba la calificación de varios de estos documentos como “falsificación” y se utiliza el de pseudoepigrafía, noción menos cargada de connotaciones negativas.
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  2. La práctica de la pseudoepigrafía como aceptable en la antigüedad. De acuerdo con algunos autores, especialmente apologistas (aunque veremos que no todos ellos son apologistas), afirman que en la Antigüedad era una práctica aceptada que un estudiante publicara una obra a nombre de su maestro. Por ejemplo, esto lo podemos ver en obras de estudiantes o seguidores de la escuela pitagórica, que publicaban sus obras a nombre de Pitágoras. Lo mismo puede decirse de los apóstoles y las diversas “escuelas” que fueron apareciendo en el primitivo movimiento de Jesús. Tal comportamiento era una manera de honrar al maestro en cuestión y de diseminar sus enseñanzas.
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  3. El uso de amanuenses (secretarios). Sabemos que históricamente los estudiantes de Jesús muy probablemente no sabían escribir griego, especialmente cuando eran de extracción humilde de la ruralía y arameoparlantes. Sin embargo, conocemos de casos en que amanuenses podían escribir por otra persona. Basta con que el apóstol en cuestión le dijera al amanuense lo que quería que se dijera en términos generales y este componía la obra en cuestión en términos más específicos. Esto se puede ver muy claramente en el caso de Cicerón, cuando el famoso político romano le mandó a un amanuense a escribir una carta por él. Podemos constatar el empleo de un amanuense por parte de Pablo para la redacción de su carta a los romanos (Romanos 16:33). Esta es la posición defendida por E. Randolph Richards quien publicó una importante obra en torno a los amanuenses, Paul and First-Century Letter Writing. Esto resolvía el problema de la autoría de 1 Pedro y otras más.

Estos tres puntos han sido repetidos a saciedad aun por los más prestigiosos comentarios que uno puede encontrarse, tales como Anchor o Hermeneia. De hecho, en el mundo hispano, una de las más valiosas referencias recomendadas para todo interesado en el Nuevo Testamento es la Guía para entender el Nuevo Testamento de Antonio Piñero —y aclaro, él no es apologista—. Vemos cómo él reproduce los argumentos 1 y 2.

Cuando murieron Pablo y otros misioneros por el estilo, sus discípulos continuaron la costumbre de redactar cartas para iluminar a los fieles en sus nuevos problemas. Ocurrió entonces que la inmensa mayoría de esos escritores no se atrevió o no quiso firmarlas con su propio nombre, sino que se apoyó en la autoridad del maestro fallecido, Pablo principalmente u otro de los apóstoles. Así surgió una literatura epistolar que lleva el nombre de Pablo, Pedro, Santiago, Judas, etc., …. Éstos se consideraban tan unidos al maestro ya fallecido, tan imbuidos de su espíritu, tan participantes de su mentalidad, que no dudaron ni un momento en escribir en nombre de ellos. Esto tenía la ventaja de dotar de más autoridad a lo que nacía de su modesta pluma.

Este hecho plantea un problema que hoy día consideraríamos una “falsificación” (técnicamente se llama “pseudonimia”, del griego pseudosónoma, con el significado de “nombre falso”), pero que en el mundo antiguo se veía con otros ojos. Apenas había conciencia de engaño, si es que existía en absoluto, y este proceso de atribuir al maestro los escritos propios era muy común en la Antigüedad. Ejemplos hay muchos: escritos falsos atribuidos a Orfeo, Pitágoras, Hipócrates o Platón. Tal hecho se juzgaba de otro modo y la mayoría de las veces positivamente: podía ser un honor participar del espíritu del maestro y escribir en su nombre (Piñero 2009, 35-36).

Repetimos, Piñero no es un apologista, pero reproduce los argumentos que se han repetido y que él ha absorbido durante su formación filológica. Sin embargo, aun algunos dentro de su círculo de investigadores no están de acuerdo. A manera de ejemplo, su colega cercano José Montserrat Torrents sostiene una posición mucho más escéptica de esa aserción. Sin dejar margen a dudas, afirma que algunas de las cartas, las pospaulinas y algunas de las “católicas”, deberían considerarse falsificaciones (Piñero 2018, 57).

Antes de entrar en los argumentos, hay que señalar que esta posición repetida, incluso por expertos muy serios, han sido instrumento de parte de los apologistas para validar la veracidad de los libros del Nuevo Testamento. Es por esta razón que les llamaré “los argumentos apologistas” de aquí en adelante.

Examinando los argumentos apologistas

Libros de Bart Ehrman: Forged y Forgery and Counterforgery

¿Cuán bien vista era la práctica de la pseudoepigrafía en la Antigüedad? Esa era la pregunta que se hizo Bart D. Ehrman tras haber escuchado los argumentos apologistas una y otra vez. Los resultados de su investigación salieron a la luz primero en un libro para el público en general llamado Forged (Falsificado). Después, publicó otro para la academia con todos los detalles de su investigación llamado Forgery and Counterforgery (Falsificación y Contrafalsificación). Para entender bien lo que tiene que decirnos, tenemos que ver cómo clasifica él los documentos (Ehrman 2013, 29-31):

  • Ortónimo: Un documento que realmente fue escrito por la persona a la que se adscribe. Por ejemplo, las siete cartas auténticas paulinas tienen sustancialmente el contenido escrito por Pablo de Tarso.
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  • Anónimo: Un documento cuya autoría es desconocida. Este es el caso de los cuatro evangelios o la Carta a los Hebreos. Hay dos tipos de textos anónimos:
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    • Están los documentos puramente anónimos.
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    • Falsificaciones no epigráficas: Los autores no dicen su nombre, pero se identifican como personas que realmente no fueron.
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  • Homónimo: Un documento erróneamente atribuido a una persona porque su autor tiene el mismo nombre. En el caso del Apocalipsis, siempre hubo confusión por parte de los creyentes entre Juan de Patmos, el autor, y el Apóstol Juan.
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  • Pseudónimo: Texto escrito bajo un nombre que no es verdaderamente el del autor. Hay varios tipos de pseudonimia:
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    • Autores que escriben bajo un “pseudónimo” o un “nombre artístico”, pero que no se emplean para engañar a los lectores. Por ejemplo: Samuel Clemens escribió sus obras bajo el nombre de “Mark Twain”.
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    • Pseudoepígrafo: Texto que circula bajo un autor o autora conocida, aunque que sea una adscripción falsa.
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      • Falsamente atribuido: De nuevo, tenemos el caso de los evangelios, falsamente atribuidos a Marcos, Mateo, Lucas y Juan. En este caso, no hay intento alguno por parte de los autores de engañar a los lectores, sino que por inercia popular y cultural se les atribuye erróneamente la autoría de los textos.
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      • Falsificaciones epigráficas: Los autores de los documentos se hacen pasar por figuras conocidas intencionadamente.

Como hemos visto, de todos los tipos de documentos que se han clasificado, los falsificados constituyen el problema principal y el dolor de cabeza de los apologistas.

1. La evidencia de que las falsificaciones no eran aceptadas

Ehrman empieza cuestionando la convicción general de que en la Antigüedad, escribir a nombre de otra persona era perfectamente aceptable. El resultado de su investigación es que esta apreciación es falsa: escribir a nombre de otra persona conocida sin su conocimiento era consistentemente condenado en la Antigüedad. De hecho, en la inmensa mayoría de los casos, a este tipo de documentación se le llamaba en griego con uno de tres términos:

  1. Pseudos (ψεῦδος): Mentira o falsedad.
  2. Nóthos (νόθος): Bastardo. (El texto es bastardo porque su autor no es el “padre”. Es un “hijo ilegítimo”).
  3. Kíbdelos (κίβδηλος): Este término se utilizaba para designar a monedas falsificadas. En ocasiones, también se empleaba para designar a ciertos documentos. Quiere decir “fraudulento” o “falsificado” (Ehrman 2013, 31-32).

La razón de por qué estos documentos eran mal vistos aquel entonces es la misma por la que la vemos hoy día: los autores no apreciaban y consideraban engañoso que alguien, quien fuera, escribiera un texto a nombre suyo, simulando que ellos lo escribieron. Esto se ve claramente en el caso del conocido médico antiguo Galeno quien, pasando por una tienda de venta de libros, se topó con una conversación de dos hombres en torno a su autoría de un rollo en particular. Uno de ellos decía que ese libro era compuesto por Galeno, mientras que el otro decía que no, que el lenguaje era demasiado distinto y que el título era falso. Pues, resulta que Galeno no había escrito el libro en cuestión. Furioso por esa experiencia, él escribió De libri propiis, a veces publicado hoy día bajo el título: Cómo reconocer que un libro ha sido escrito por Galeno. ¿Por qué se molestó Galeno? Sencillamente, porque a él no le gustaba que perfectos desconocidos escribieran a su nombre (Ehrman 2013, 81-82).

Por jocosa que sea este incidente, no es uno aislado. Sí, la práctica de escribir a nombre de una figura conocida era muy común … pero también muy condenada. ¿Y saben dónde aparece una condena de este tipo de práctica? ¡En el Nuevo Testamento! De hecho, podemos citarlo:

Os rogamos, hermanos, acerca de la venida de nuestro Señor Jesús, el Mesías, y de nuestra reunión con él, que no os mováis tan a la ligera de vuestro pensamiento, ni os alarméis ni por un espíritu, ni por una palabra, ni por una carta presuntamente nuestra [i.e. de Pablo], como si estuviera inminente el día del Señor (2 Tesalonicenses 2:1-2).

¿Otra carta atribuida falsamente a Pablo que describe la inminencia del “día del Señor”? ¿Y fue dirigida también a los tesalonicenses? ¿Y cuál carta podría ser esa? Pues 1 Tesalonicenses es la única que conocemos y cumple con este perfil. La epístola dice:

En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no tenéis necesidad de que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche (1 Tesalonicenses 5:1-2).

Si ustedes han estado siguiendo la discusión, se habrán dado cuenta de algo extraño: 2 Tesalonicenses dice que es escrita por Pablo, pero denuncia a 1 Tesalonicenses, que es una de las cartas auténticas. Por el contrario, 2 Tesalonicenses sí es un texto falsamente atribuido a Pablo. Esto nos lleva a una conclusión bien interesante. Las falsificaciones eran tan condenadas en la Antigüedad que hasta las falsificaciones las condenan. De entrada, el argumento 2, de que era legítimo escribir a nombre de los apóstoles porque uno era poseído por su espíritu, parece ser refutado por este pasaje.

Lo mismo podría decirse de un escrito del siglo IV que se conoce como las Constituciones de los Santos Apóstoles, supuestamente transmitida por Clemente de Roma (un pretendido obispo de Roma de finales del siglo I). Contiene una sección llamada la Didascalia Apostolorum, aparentemente basada en un documento del siglo III y que pretendía haber sido escrita por los doce apóstoles. Al final, el texto dice:

Les hemos enviado todas estas cosas para que puedan conocer cuáles son nuestras opiniones. Y no reciban los libros que se han remendado a nuestro nombre por los impíos. Porque ustedes no deben prestarle atención a los nombres de los apóstoles, pero a la naturaleza de las cosas y sus opiniones intactas (Const. Apost. 6.16.1; citado y traducido de Ehrman 2013, 17).

En otras palabras, un documento que dice haber sido escrito por los apóstoles rechaza a otros documentos que alegan ser escritos por los apóstoles, pero no lo son. En otras palabras, invita a rechazar textos falsificados: una falsificación que rechaza falsificaciones. A esto es lo que llama Ehrman una contrafalsificación.

Encontramos también este tipo de rechazo en la misma historia de la selección de textos cristianos. Por ejemplo, si tomamos la totalidad de la evidencia de cuándo las cartas tritopaulinas (1 y 2 Timoteo y Tito) fueron aceptadas en el corpus paulinum, esto ocurrió en las postrimerías del siglo II. Este dato lo podemos constatar debido a que no fue incorporado al “canon” de Marción, pero aparece en el Canon Muratoriano y referido en los escritos del obispo Ireneo de Lyon. La aceptación tardía pude haber sido porque probablemente hubo cristianos que le pusieron signo de interrogación a la autenticidad de los textos (Vidal 2012, 16). Asimismo, 2 Pedro se incorporó bien tarde en lo que hoy denominamos “canon” del Nuevo Testamento.  Ireneo no lo menciona en su lista de referencias ni aparece tampoco en el Canon Muratoriano. La epístola no es usada por Clemente de Alejandría, y fue cuestionada por Orígenes durante el siglo III. Aun en el siglo IV, vemos a Eusebio de Cesarea clasificando a 2 Pedro como documento cuya autoridad estaba en disputa (MacDonald 2017, 77, 78, 83, 85, 277-278; Metzger 1997, caps. 5 y 8). Este historial ha sido muy similar al que pasaron las epístolas de Judas, Jacobo, 2 Juan, y 3 Juan. Es más, la clasificación de Orígenes y Eusebio de distinguir documentos auténticos, debatidos y espurios, además de la tardanza en aceptación de algunos de otros libros y epístolas (Juan, Apocalipsis y otros), significa que, en el cristianismo, el factor de la autenticidad de la autoría del documento era una variable relevante para la aceptación o rechazo de un texto como autoridad (Mason y Robinson 2013, 154).

Todo esto no era una mera discusión que se daba solo en el cristianismo o en episodios graciosos como el de Galeno. El descubrir a alguien haciéndose pasar por otro autor podía implicar desprestigio y hasta la misma muerte. Tan tarde como el siglo V, tenemos el caso de Salviano, un líder cristiano que vivió en Marsella. Debido a que se escandalizaba de la vida opulenta de ciertos sectores cristianos, escribió una carta a nombre de Timoteo, uno de los estudiantes de Pablo el Apóstol. Muchos de los lectores pensaron que la epístola era de Timoteo. Sin embargo, el obispo se dio cuenta de que muchas de las ideas expresadas por el documento se parecían demasiado a las de Salviano. Eventualmente, el obispo retó a Salviano para que le dijera la verdad, y este la confesó. Josefo nos cuenta otro incidente en el que Diofanto, un enemigo del hijo de Herodes el Grande, Alejandro, escribió una carta a nombre de este en el que expresaba su supuesto deseo de asesinar a su padre. Diofanto era un amanuense que solía manipular políticamente al rey. Después de escribir varias falsificaciones, fue descubierto y finalmente ejecutado (Josefo, La guerra de los judíos 529; Ehrman 2013, 84-85).

No importa cómo o cuándo en la Antigüedad, cada vez que alguien era descubierto como un falsario, la reacción era  visceralmente negativa. Sencillamente, no importa el caso que se escoja, en prácticamente todas las instancias, hacerse pasar por otro autor era algo socialmente inaceptable en la Antigüedad.

Esto nos lleva a la próxima pregunta …

2. ¿De dónde sacaron ciertos expertos la idea de que este tipo de pseudoepigrafía era aceptable en la Antigüedad?

Rollo con escritura hebrea (Imagen para libre uso).
Rollo con escritura hebrea (Imagen para libre uso).

Ehrman comenzó a preguntarse de dónde se sacaba la idea de que escribir a nombre de otro era aceptable en la Antigüedad. Se fijó que cuando leía los comentarios y otros libros académicos, casi todo el mundo se remitía a cierta práctica de los estudiantes pitagóricos a escribir a nombre de su maestro, Pitágoras. Se fijó que en la mayoría de las ocasiones no se citaban las fuentes primarias, sino que repetían las afirmaciones de las fuentes secundarias. Dado este hecho, llevó a cabo la ardua labor de rastrear el origen de esa convicción. Al final, encontró que toda esta visión errónea de la Antigüedad se basaba solamente en dos datos:

  1. El primer dato proviene del filósofo neoplatónico Porfirio quien reportaba que ciertos estudiantes de Pitágoras escribieron a nombre de su maestro. Este dato no ha sido debidamente cualificado por los expertos, sino tomado como veraz sin ser cuestionado. Por ejemplo, ¿cuándo escribió Porfirio? En el siglo III, Ocho siglos (ochocientos años) después de los orígenes del pitagorismo (siglo VI a.e.c.). El testimonio de este dato aparece solamente en un manuscrito, que es una traducción árabe medieval. Debido a que Ehrman no podía leerlo, le pidió a Carl Ernst, un experto en Islam Medieval, a que le tradujera el texto. Efectivamente, Porfirio relata cómo varios discípulos publicaron libros con su posición filosófica y se la adscribieron a su maestro. Solo que Porfirio no tuvo una buena opinión de la práctica: decía que era “criminal”, era “mentir” y era forjar “puras fabricaciones”. Porfirio reconoció que la razón de por qué lo hacían era para que sus obras fueran mejor aceptadas y así poder venderlas (Ehrman 2013, 108-110).
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  2. Otra fuente es la obra de Iámblico, otro autor neoplatónico del siglo III, un libro titulado La vida de Pitágoras. Allí hace dos referencias a los discípulos de Pitágoras. La primera se refiere a un conjunto de escritos que contenían las enseñanzas del maestro que tomaron de sus mismas clases. (Sería casi nuestro equivalente a notas de clase actuales). En la otra referencia, Iámblico afirma en una línea del su texto que era una buena costumbre de parte de los discípulos de Pitágoras atribuir sus libros a su maestro como un acto de humildad: reconocían la importancia de su maestro por encima de ellos.

Para todos los efectos, la aserción de Iámblico sería la única instancia en toda la Antigüedad que una persona encontró la práctica de la pseudoepigrafía como algo aceptable. Ehrman también señala que esta aserción se hizo siglos después de los comienzos del pitagorismo. Es decir, no tenemos otra fuente alguna por un periodo de siete a ocho siglos de esta supuesta práctica de escribir a nombre del maestro entre los pitagóricos. De los testimonios que sí tenemos noticias de ello, como hemos visto, una categóricamente denuncia esto como un fraude.

3. La solución del amanuense que escribe a petición de otra persona

Escriba medieval

Como hemos establecido, es muy popular entre los expertos la idea de que 1 Pedro pudo haber sido escrita por amanuenses a petición de Pedro. Esto es muy distinto a lo que Pablo hacía, dictar la carta para que otro la copiara. Se trata más bien de una composición original de parte del secretario a petición de otra persona.

Como vimos, esta llamada “costumbre antigua” ha sido defendida por Richards. Ehrman le preguntó al respecto por correo electrónico para saber en qué evidencia se basaba para ese alegato, solo para encontrar que no podía dar ejemplos de ello. En su libro Forgery and Counterforgery, Ehrman caracteriza las afirmaciones de Richards como less commendable (menos loable) (Ehrman 2013, 218). Existe alguna evidencia de que los amanuenses cambiaban los textos originales de los autores con el objetivo de la mejora estilística. Tenemos también una sola evidencia de que un secretario componía un texto para otro. Ese fue el caso de Cicerón cuando le pidió a su secretario que escribiera una carta por él. Aunque esto se cite como evidencia, lo que Richards pierde de perspectiva es que el mismo Cicerón pidió que su secretario mintiera sobre la autoría de la carta. Le dio la directriz de mentirles a los remitentes si le preguntaban por qué el documento no estaba en la letra de Cicerón ni estaba firmado por él.

Dada la falta de evidencia, podemos decir que no existió el empleo de un secretario para que compusiera desde cero una epístola larga o un libro entero a nombre de otra persona y a petición de esta. El único testimonio en toda la Antigüedad de este tipo de práctica era reconocida como deshonesta (Ehrman 2013, 220-222).

¿Cuáles libros del Nuevo Testamento son falsificaciones?

El Apóstol Pablo
El Apóstol Pablo de Jan Lievens (ca. 1628).

Por supuesto, viene la próxima pregunta, ¿cuáles libros del Nuevo Testamento son falsificaciones y cuáles no? Pues, aquí está el listado provisto por Ehrman:

  • Hechos de Apóstoles: Según unos expertos, se escribió alrededor del 85 al 90 e.c., según otros, tal vez más tarde: el 115-130, o tan tarde como el 150 e.c. Hechos es el segundo volumen del Evangelio de Lucas y ambas obras se publicaron anónimamente. La pregunta es, ¿de qué manera es una falsificación? Hay unos pasajes donde el autor alega haber sido estudiante y acompañante de Pablo (Hechos 16:10-17; 20:5-15; 21:1-18; 27:1-37; 28:1-16). Los expertos en general consideran que este dato es extremadamente improbable. Una de las razones por las que se considera tal es porque el autor no cita ninguna de las cartas paulinas y, en muchas ocasiones, las contradicen. La inverosimilitud de muchos de los relatos y su uso continuo de tipología, motifs y temas típicos de la literatura grecorromana, en contraste con el tono extremadamente realista y las situaciones históricamente verosímiles de las cartas auténticas, hace que la mayoría de los estudiosos se sientan muy escépticos con el alegato. Para Ehrman, lo que hace Hechos una falsificación es que el autor alega ser alguien que no fue: un estudiante y colaborador de Pablo. Por esta razón, él ve aquí un caso de una falsificación no epigráfica.
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  • Cartas deuteropaulinas: Estas cartas son las tres que se escribieron décadas después de la muerte de Pablo y que fueron integradas en la segunda colección de las cartas paulinas publicada a principios del siglo II. Un denominador común de ellas es que, contrario a las auténticas, suelen tomar una forma más bien expositiva, muy cercana a la que tenemos en la Carta a los Romanos. Sin embargo, contienen elementos que son discrepantes de la teología paulina o que hacen dudar de su autenticidad:
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    • Carta a los Colosenses (ca. 80-90 e.c.): En el mundo de la erudición bíblica, existe debate en torno a la autenticidad de esta epístola. La discrepancia de estilo y expresiones que aparecen en él se explican por algunos como una evolución del pensamiento paulino. Sin embargo, una mayoría actual piensa que es pseudoepígrafa. En primer lugar, parece que el autor de esta carta parcialmente se basa en la Carta a Filemón (auténtica), ya que casi todas las personas mencionadas coinciden con las que nombran ahí: Eprafas, Onésimo, Aristarco, marcos, Lucas, Demas y Arquipo. A esto se añade la estancia en la cárcel, también mencionada en Filemón (Filemón 1-2, 23-24; Colosenses 4:10-17). Cuando el autor de Colosenses habla de la ekklesía (que aquí traduciremos por “asociación”), utiliza el término en sentido universal, mientras que Pablo las empleaba en sentido local. Por ejemplo, en 1 Corintios concebía la asociación corintia como un cuerpo humano cuyos miembros funcionaban al servicio del colectivo (1 Corintios 12). Sin embargo, el autor de Colosenses frecuentemente habla de ekklesía en un sentido universal. Es más, la analogía entre la asociación universal con el cuerpo de Jesús resucitado es tan radical, que en la carta afirma categóricamente que ya cada miembro ha resucitado con el Mesías. Esto contrasta marcadamente con la teología paulina que afirma que la resurrección es un evento futuro (Colosenses 2:11-13; 3:1; contraste con 1 Tesalonicenses 4:13-5:15). Otras de las características muy inusuales de esta carta es que Pablo no menciona para nada la frase típica de él “obras de la Ley” para referirse a la observancia de la circuncisión, del sábado y el kashrut, sino que recurre a equivalentes (Colosenses 2:16). Finalmente, Pablo adopta una “alta” cristología, prácticamente caracterizando a Jesús el Mesías como una hipóstasis divina, como la Sabiduría de Dios que participó en la creación del mundo (Colosenses 1:15-20).  Por estas y otras razones, una mayoría —no el consenso— de los expertos piensa que Colosenses es pseudoepígrafa, o una falsificación.
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    • Carta a los Efesios (ca. 85-100 e.c.): Esta carta es fuertemente dependiente en la Carta a los Colosenses en contenido. Hay instancias en las que reproduce verbatim aserciones de Colosenses y las elabora más. Por ejemplo:

Mujeres, estas sometidas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis amargos con ellas (Colosenses 3:18-19)

Ahora bien, como la Asociación [en sentido universal] está sometida al Mesías, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como el Mesías amó a su Asociación y se entregó así mismo por ella, para santificarla purificándola con el baño del agua con la palabra, para presentaŕsela a sí mismo la Asociación gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e irreprochable. Así deben los maridos amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. pues nadie ha odiado jamás a su propia carne, sino que la alimenta y la cuida como el Mesías a su Asociación, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por eso “abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. Este misterio es grande, pero yo lo refiero al Mesías y a su Asociación. Por lo demás, que cada uno de vosotros ame a su mujer como a sí mismo, y que la mujer respete a su marido (Efesios 5:24-33)

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, pues eso es grato ante el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos para que no se desanimen (Colosenses 3:20-21).

Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor,, pues eso es lo justo. “Honra a tu padre y a tu madre”, ese es el primer mandamiento con la promesa de “que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra”. Vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos con educación y con la disciplina del Señor (Efesios 6:1-4)

Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos según la carne, no en aparente servidumbre como para agradar a los hombres, sino con sencillez de corazón por temor al Señor. Lo que hagáis, realizadlo de corazón como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que recibiréis el Señor la herencia como recompensa, pues servís al Mesías, el Señor. Pero el que obra injustamente recibirá el pago de su injusticia sin que haya acepción de personas. Amos, proporcionad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo, sabiendo que también vosotros tenéis un amo en el cielo (Colosenses 3:22-4:1).

Esclavos, obedeced a vuestros amos según la carne con temor y templor como al Mesías en la sencillez de vuestro corazón, no con sumisión aparente como para agradar a los hombres, sino como esclavos de Mesías que cumplen de corazón la voluntad de Dios. Prestad vuestros servicios con benevolencia como al Señor y no como a hombres, sabiendo que cada uno, tanto si es esclavo como si es libre, será retribuido por el Señor según el bien que haya hecho. Vosotros, amos, haced lo mismo con ellos, abandonad las amenazas, conscientes de que el Señor, el de ellos y el vuestro, está en los cielos y que en él no hay acepción de personas (Efesios 6:5-9).

Los tres pares de pasajes comparten la misma exhortación, la misma visión eclesiológica y exactamente el mismo orden de los exhortados: mujeres, hijos, esclavos. La diferencia es que Efesios elabora mucho más y le da un giro más cercano a la relación entre Jesús el Mesías y su Asociación en sentido universal. De hecho, la Carta de Efesios reproduce verbatim 73 versículos de la Carta a Colosenses. Esto es algo que nunca vemos en las cartas auténticas. A esto se añade que en una parte de la carta, el autor parece indicar que no conocía a la asociación efesia (Efesios 1:15-16). Esto es sumamente extraño, porque Éfeso era un lugar donde Pablo pasó un periodo extenso predicando, relacionándose con otros cristianos y sufriendo cárcel ahí (Hechos 18:24-19:40; Filemón). Además, hay unas expresiones extrañas si provinieran de Pablo. Por ejemplo, en vez de hablar de la “fe y las obras de la Ley”, habla de “fe y obras” solo en una ocasión y emplea la palabra “obras” en un sentido muy distinto al de las cartas auténticas (Efesios 2:8-10). Finalmente, contrario a Pablo, el autor de Efesios tiene la tendencia de escribir oraciones notablemente largas (Efesios 1:3-14, 15-23; 3:1-7; 4:11-16; 6:14-20). Por esta razón, por la clara dependencia en Colosenses y estas anomalías, hay muchos más expertos escépticos de la autoría paulina de esa carta que en el caso de Colosenses.

    • Segunda Carta a los Tesalonicenses (ca. finales del siglo I): Aunque esta carta se agregó a la colección epistolar paulina que empezó a circular probablemente a comienzos del siglo II, su contenido dista bastante de Colosenses y Efesios. Sin dudas, es fuertemente dependiente de 1 Tesalonicenses (auténtica). Por ejemplo, su saludo y despedida imitan —torpemente— el estilo de Pablo (2 Tesalonicenses 1:1-3; 1 Tesalonicenses 1:1-2 / 2 Tesalonicenses 3:12; 1 Tesalonicenses 3:23). Hay otro contenido dependiente de 1 Tesalonicenses:
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      • Acción de gracias: 2 Tesalonicenses 1:3; 2:13-14; 1 Tesalonicenses 1:2; 2:13
      • La parusía: 2 Tesalonicenses 1:7; 1 Tesalonicenses 4:16
      • El Mesías y los santos: 2 Tesalonicenses 1:10; 1 Tesalonicenses 3:13

Hemos señalado ya en este artículo otro gran problema de esta carta: desautoriza a una carta escrita por Pablo mismo, 1 Tesalonicenses (2 Tesalonicenses 2:2). Por eso, actualmente, la gran mayoría de los expertos en Pablo la consideran como pseudoepigráfica o falsificación.

  • Cartas tritopaulinas (Pastorales)—1 y 2 Timoteo, Tito (las primeras décadas del II — ca. 120): Estos textos comparten mayormente su contenido, y no se incluyeron en el corpus paulinum hasta las últimas décadas del siglo II e.c. Hoy día, no hay acuerdo entre los expertos si el autor de 1 Timoteo es el mismo de 2 Timoteo y Tito. Ehrman piensa que sí, pero Montserrat Torrents y muchos otros están en desacuerdo (Ehrman 2013, 195-206; 367-368; Piñero 2022 “Cartas Comunitarias”, intro.). Sin embargo, en el caso de las tritopaulinas, hay un fuerte consenso de que ninguna fue escrita por Pablo. Estas cartas se centran en la organización de la asociaciones en una jerarquía formalizada: supervisor-anciano-asistente (hoy diríamos obispo – presbítero o sacerdote – diácono). Esto representa una situación totalmente ajena a la que vivió Pablo y que se refleja en sus cartas auténticas. En 1 Corintios, respaldaba una concepción carismática e igualitaria de los miembros de una asociación y los describía de la siguiente manera:

Y así los puso Dios en su asociación, primeramente como emisarios [apóstoles]; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de auxilio, de gobierno, diversidad de lenguas (1 Corintios 12:28)

Nótese la marcada diferencia de la organización eclesiástica que se predica aquí y la caracterizada por las tritopaulinas. Pablo reconocía la autoridad de los emisarios sobre los demás (y la ejercía él continuamente), pero no en el sentido de la estructura jerárquica que adoptarían las Pastorales. Asimismo, vemos en la Carta a los Filipenses una alusión a los supervisores (obispos) y asistentes (diáconos) (Filipenses 1:1). Esto puede indicar que una congregación en particular quiso organizarse según las típicas asociaciones grecorromanas que denominaban “supervisor” (epíscopos) a sus dirigentes. Esta anomalía en las cartas paulinas ha llevado a pensar que este verso puede ser una interpolación posterior, pero no es necesario suponerlo (Vidal 2012, 535-536). En Filipos, donde efectivamente existían diversidades de asociaciones grecorromanas, la dirigencia de un supervisor era normal y no debe entenderse tampoco en el sentido de las cartas tritopaulinas. No obstante, no hay mención alguna de la organización de ancianos (presbíteros). Sabemos que para finales del siglo I, los términos “epískopos” (supervisor) y “presbíteros” (anciano) serían intercambiables, ya que los ancianos probablemente fueron organizados por grupos mayormente de tendencia judía y eran cabezas de asociaciones judías o sinagogas en la diáspora. En Roma, no organizada por Pablo, durante la segunda parte del siglo I y hasta el 188 e.c., las comunidades cristianas estaban dirigidas por un colegio de ancianos. Durante esta época, los “supervisores” romanos cristianos eran ancianos con oficios especiales. Solo hubo supervisores en el sentido de las Pastorales a partir de Víctor I en el 188 e.c. (Acerbi y Teja, 2020, present.; Gnoli 2020; Lampe 2003, 402) Ahora bien, gracias a las cartas de Ignacio de Antioquía (ca. 110-117), sabemos que existía ya en el Mediterráneo Oriental asociaciones organizadas jerárquicamente de la forma: supervisores-ancianos-asistentes. Pero esto es muy posterior a la muerte de Pablo. Por tanto, debido al anacronismo inherente de las cartas, y el estilo y pensamiento marcadamente distinto al Apóstol, fuera de cristianos fundamentalistas y sumamente conservadores, no hay nadie que vea las Cartas Pastorales como auténticas.

  • Cartas Universales (o “Cartas Católicas”): Estas son cartas atribuidas a personajes insignes del cristianismo primitivo.
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    • Carta de Jacobo o Carta de Santiago (finales del siglo I, comienzos del II): Esta es una carta se atribuye a un tal Jacobo, “esclavo de Dios y de Jesús el Mesías [que] saluda a las doce tribus que viven en la dispersión”. Este tipo de lenguaje parece indicar que el autor procede de Judea, específicamente de Jerusalén. Esto puede significar que se identifique a sí mismo como Jacobo el hermano de Jesús (“hermano del Señor”) que era muy conocido por haber sido la cabeza del movimiento de Jesús precisamente en esa región. Esta es una epístola notablemente antipaulina que parece responder a planteamientos que encontramos en la Gálatas, Romanos y, por su manera de entender la dualidad entre “fe y obras”, parece tener conocimiento de Efesios. Su estilo polémico responde a una comprensión de las cartas paulinas que parece haber tomado lugar a finales del siglo I (Ehrman 2013, 295). El hecho de que Jacobo fuera una carta escrita en griego ya pone dudas de su pretendida autoría. Como discutimos, es muy improbable que un paisano como Jesús (o su hermano) supiera expresarse en ese idioma —fuera de algo muy rudimentario— o supiera escribir. Jesús mismo es visto hoy por eruditos como “alfabetizado no textual”. No esperemos que su hermano Jacobo fuera más que eso. Durante el siglo II, la autenticidad de la epístola estaba en disputa y, aunque en el siglo III Orígenes la aceptaba como autoridad, aun en el siglo IV, Eusebio la catalogaba de “debatida” y que algunos estudiosos la consideraban “bastarda”, es decir, espuria o falsa. Para finales de ese siglo, Jerónimo reportaba que algunos todavía no aceptaban la autenticidad de la carta (Ehrman 2013, 285). Todo esto señala a que la Carta de Jacobo es una falsificación.
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    • Primera Carta de Pedro (ca. 110-115 e.c.): Fuera de lo dicho ya en este artículo, no tengo nada más que añadir. Aunque muchos apologistas intentan por todos los medios de caracterizar esta carta como auténtica, en realidad se trata de una falsificación escrita décadas después de la muerte de Pedro.
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    • Carta de Judas y la Segunda Carta de Pedro (110-135 e.c.): Ambas cartas están fuertemente asociadas. La Carta de Judas comienza con el saludo: “Judas, esclavo de Jesús el Mesías, hermano de Jacobo …” (Judas 1). Esto significa que el autor se identifica también como hermano de Jesús, uno de los mencionados en Marcos 6:3. Montserrat Torrents tiene la convicción de que tras la muerte de Jacobo en el 62 e.c., probablemente Judas le sucedió en el liderato jesuano de Jerusalén. La selección del nombre solo tiene sentido si Judas llegó a ser una figura de autoridad asociada familiarmente con Jacobo y, por ende, con Jesús. El contenido de la carta es polémico y parece oponerse a ciertos sectores cristianos de la época que se denuncia la corrupción moral de algunas asociaciones, especialmente por cierta conducta “libertina” a los que Judas asocia con Sodoma. La estridencia parece más bien centrarse en ciertos individuos que causaban disensiones (Piñero 2022 Carta de Judas, intro). Lo que no hace fiarnos de la auténtica autoría es, una vez más, la improbabilidad de que un paisano como Jesús y sus hermanos Jacobo y Judas supieran griego hablado o escrito. Además de eso, prácticamente no era citada en el siglo II, y apenas se le empezaba a utilizar en el III. Emplea el uso de ciertas escrituras que hoy se consideran apócrifas: 1 Enoc, el Testamento de los Doce Patriarcas y la Asunción de Moisés. Algunos de estos libros circularon en formas primitivas probablemente durante los siglos I a.e.c. y I e.c., pero alcanzaron su forma final durante el siglo II e.c. Piñero argumenta que la carta se forja a partir de la caracterización de los espiritualistas en 1 Corintios. Otros como Ehrman, piensan que la carta es antipaulina, debido a que se asocia, no con Jesús, sino con Jacobo, quien era visto en el cristianismo como un adversario de Pablo. Asimismo, hay una correspondencia verbal muy peculiar entre las cartas de Jacobo y Judas. Siempre hubo dudas de la autoría de la carta: junto a la de Jacobo, fue tildada de espuria por algunos, y Jerónimo confirma esta apreciación a finales del siglo IV, aunque enfatiza que era un texto leído en las iglesias. El uso de la palabra “fe” designa a la confianza en un cuerpo de creencias y no en el sentido original paulino de confianza o lealtad en Dios o el Mesías. Esto lo coloca más o menos para la época de las Pastorales (Ehrman 2013, 298-301). Aunque muchos conservadores desean presentarla como auténtica, el hecho de depender de la de Jacobo y presentarse como el hermano de él es suficiente para descartar la autoría como genuina.

Hoy día, nadie considera a 2 Pedro originado por el apóstol, en parte por lo dicho en este artículo, sino también por su fuerte dependencia literaria en la Carta de Judas, especialmente en 2 Pedro 2:1-17.

  • Primera Carta de Juan (comienzos del siglo II): El estilo muestra una fuerte cercanía con el Evangelio de Juan y, probablemente, perteneció al mismo círculos de escritores juánicos. Hay autores como Ehrman que consideran que 1, 2 y 3 de Juan son lo suficientemente similares para justificar una sola autoría (Ehrman 2013, 199). Sin embargo, según Gonzalo Fontana, la falta del uso de algunos términos técnicos y la noción del Mesías como mediador en vez del Espíritu Santo, entre otros factores, han hecho que la crítica considere al autor de 1 Juan como distinto al del Evangelio de Juan, o al menos, uno de sus editores (Piñero 2022 1 Juan, intro.; véase también Vidal 2013, 602-603). Siendo uno de los expertos importantes de la literatura juánica, Fontana nos deja saber a partir de la publicación de los resultados de sus estudios, que el Evangelio de Juan pasó por varios estadios de composición: cuatro en total. Su forma relativamente acabada (tal vez con la excepción de la Pericopae Adulterae) se halla para comienzos del siglo II. El editor de esta época describe cómo estaba publicando lo que decía un enigmático “estudiante amado” de Jesús que, aparentemente, ya había muerto (Juan 21:23). Por eso, nos dice el editor, su libro debe considerarse como obra de autoridad. Sin embargo, 1 Juan hace otra cosa muy distinta. Comienza diciendo en un estilo muy semejante:

Lo que existía desde un principio, lo que hemos escuchado, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y nuestras manos tocaron sobre la Palabra [Logos] de vida … lo que hemos visto y hemos escuchado os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros…. Y esta es la noticia que hemos escuchado de él [el Mesías] y os anunciamos … (1 Juan 1:1,3a,5)

Precisamente es este pasaje lo que convierte a 1 Juan en una falsificación no epigráfica. Contrario al evangelista, el autor de esta carta no alude para nada a un “estudiante amado” que sí estuvo con Jesús, sino que reclama haber percibido, visto, contemplado, palpado y escuchado al divino Logos, a la Palabra divina, a Jesús mismo. El autor reclama haber sido estudiante de Jesús. Si 1 Juan es posterior al Evangelio de Juan, no puede haber sido escrito antes del siglo II, una fecha demasiado lejana para un testigo de Jesús ca. 27-30 e.c. Aun si pensáramos que esta carta la escribió el “estudiante amado”, es de notar que, según el evangelio, laboraba como pescador, al igual que Pedro (Juan 21:7). En tal caso, por las razones ya expuestas en este artículo, es extremadamente inverosímil que el “estudiante amado” supiera griego, especialmente escribirlo de una manera tan sofisticada y basándose terminológicamente en la Septuaginta (la versión griega de la Biblia Hebrea) con toques platónicos. Si el autor no era el “estudiante amado”, entonces pertenecía al mismo círculo de escritores del Evangelio de Juan y las otras dos cartas atribuidas a Juan. Pero, ¿quién sería entonces, de ese círculo, un escritor que de Jesús “vio”, “escuchó”, “palpó”, etc.? Evidentemente, esta es una táctica para darle fuerza de autoridad a la carta. El autor pretendía ser alguien que muy probablemente no era: un estudiante o testigo de Jesús (Ehrman 2013, 424-425).

En suma, el número de textos falsificados del Nuevo Testamento es doce: Hechos de Apóstoles, Colosenses, Efesios, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, 1 Pedro, 2 Pedro, Jacobo, Judas y 1 Juan. Los demás son ortónimos (1 Tesalonicenses, Gálatas, Filipenses, 1 Corintios, 2 Corintios, Filemón, Romanos, Apocalipsis de Juan), o plenamente anónimos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hebreos, 2 Juan y 3 Juan).

Conclusión

Pensando

No existe evidencia alguna de que escribir a nombre de otra persona era bien vista en la Antigüedad. Los tres puntos que constituyen los argumentos apologistas no tienen base alguna ni histórica ni literaria. Sabemos que era un fenómeno ampliamente practicado, pero, irónicamente, universalmente repudiado. No era aceptable excepto para los falsarios mismos, sea por razones políticas, sea porque tenían intereses económicos o para adelantar alguna causa religiosa.

Hoy día, muchos eruditos, algunos de muy buena reputación, que han visto esta evidencia continúan abogando por resistirse al juicio de llamar a estos documentos “falsificaciones” (e.g. Mason y Robinson 2013, 153-154). Sin embargo, hay vientos de cambio, al menos dentro de los círculos más moderados y escépticos ya están aceptando el epíteto. Por ejemplo, la reciente publicación editada por Piñero sobre los libros del Nuevo Testamento, sin reparo alguno sus autores llaman a estos escritos “falsificaciones” y sus escritores “falsarios”. No aparece ahí ningún argumento a favor de la idea de que este tipo de conducta era aceptada en la Antigüedad. Robyn Faith Walsh, M. David Litwa y otros como José Montserrat Torrents no tienen reparo alguno en llamar a estos documentos lo que son, falsificaciones.

Referencias

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