A. Introducción
El día lunes, 8 de abril de 2024, gente en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos (sin hablar de Puerto Rico), estaba preparándose para un espectáculo astronómico digno de contemplar: un eclipse solar. Aunque esto es un acontecimiento que podría mover a muchos por el hermoso efecto de un fenómeno astronómico, realmente no era algo muy fuera de lo común. Millones de eclipses solares han ocurrido durante nuestra prehistoria e historia.
A pesar de lo “normal” que era el evento, lo que llama la atención es que algunos creyentes, especialmente evangélicos, estaban esperando “el arrebatamiento”. Es de notar cómo algunos ignoran por completo la parte del Nuevo Testamento de que ni Jesús mismo sabía ni “el día ni la hora” en que el final de la era iba a ocurrir (Mateo 25.13), pero insisten en que en algún punto del tiempo, que coincide con una ocurrencia particular, sería el punto en el que “vuelve Cristo a la Tierra”. Como ateos, no creemos en ninguna de estas profecías y podemos identificar asuntos que si no atendemos a tiempo podría ser el fin de nuestra era, tales como el del calentamiento global y el subsiguiente cambio climático que conllevaría.
Pero subyacente a toda esta comedia trágica de la fantasía del “pronto” regreso de Cristo, se halla la creencia en “el arrebatamiento”. Según esta perspectiva sostenida por muchos evangélicos, pentecostales y otras denominaciones, los creyentes que siguieron firmemente el mensaje de Cristo, serían “raptados” y llevados al cielo, mientras que el resto de la humanidad sería “dejado atrás”. En términos generales, antes de que ocurra un periodo conocido como la “gran tribulación” los que permanecen fieles a Jesucristo serán raptados o “arrebatados” a los cielos. Aquellos que serán “dejados” en la Tierra sufrirán el gobierno del anticristo hasta la Segunda Venida de Cristo.
La moda más reciente que ha popularizado esta perspectiva en Estados Unidos y muchos lugares del mundo es la serie de novelas Left Behind, que no solo está para los adultos que esperan la pronta llegada de Cristo, sino también se escribieron textos para “educar” (o más bien, adoctrinar) a los niños al respecto. Su popularidad hizo que en el 2014 se llevara la primera novela a la gran pantalla, con Nicolas Cage como uno de los actores principales.
Pues, ¿en qué pasajes bíblicos se basan estos cristianos para sostener su punto de vista? Ellos se fundamentan principalmente en dos. Uno proviene del primer documento cristiano que nosotros tenemos a nivel histórico, es decir, de una carta escrita por el apóstol Pablo a los tesalonicenses, redactada probablemente en el año 51 e.c.
Hermanos, no queremos que ignoren lo que afecta a los que se han dormido, para que no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza. Pues creemos que Jesús murió y resucitó, del mismo modo Dios llevará también consigo por medio de Jesús a los ya dormidos [muertos]. Les decimos esto fundados en una palabra del Señor: nosotros, los que vivimos, los que quedamos hasta la venida del Señor, no nos adelantaremos a los ya dormidos. Porque el Señor mismo, a una orden, a la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en el Mesías resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consuélense, pues, mutuamente con estas palabras (1 Tesalonicenses 4.18, mi énfasis; en adelante, trad. de Piñero 2022, adaptada por mí).
Para completar esta idea, el Evangelio de Mateo —escrito aproximadamente en el periodo de las últimas dos décadas del siglo I— nos habla más de ello, al menos según los creyentes en el “arrebatamiento”:
Acerca de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino tan solo el Padre. La venida del Hijo del hombre será una cosa parecida al episodio de Noé. En efecto: en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, y los hombres tomaban mujer y daban a sus hijas en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se percataron de nada hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá con la venida del Hijo del hombre. Entonces se hallarán dos hombres en el campo: uno será tomado y otro será dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada. Vigilen pues, porque no saben en qué día vendrá su Señor (Mateo 24.36-42, mi énfasis).
“Pues, parece que las Escrituras no pueden ser más claras,” nos dirían los creyentes en la doctrina del llamado “rapto”. Cuando Jesucristo regrese, dicen, los creyentes que hayan permanecido fieles —muertos y vivos— serán llevados en un arrebatamiento al cielo, mientras que el resto será “dejado” (left behind).
Parecería que ellos tienen razón, ¿verdad? Pues, ¡no tan rápido!
El consenso académico actual entre los expertos en el Nuevo Testamento es que ninguno de estos pasajes habla de la doctrina del arrebatamiento, al menos como lo formulan estos sectores cristianos actualmente. Dicha enseñanza es parcialmente un problema de traducción y, también en parte, de presentismo. No estamos familiarizados hoy con la cosmovisión judía, estoica y platónica que sostuvieron Pablo y el autor del Evangelio de Mateo (al que llamaremos “Mateo” entre comillas como conveniencia para la discusión). Tampoco podemos notar términos claves en griego empleados por el mismo Pablo que pueden “virarle la tortilla” a los creyentes del arrebatamiento.
Veamos.
B. Contexto de la física antigua
1. El trasfondo de la perspectiva cosmológica grecorromana
Una de las cosas que muchos no entendemos era cómo la filosofía natural de la época (lo que sería más o menos equivalente a lo que llamamos “ciencia”) concebía el mundo. Recordemos que no hubo en aquel momento mucha ciencia experimental a la hora de comprender la estructura y la naturaleza del universo. Es menester también indicar que aun en la filosofía de la época, sus conceptos estaban impregnados de pensamiento religioso y que incluían a los dioses.
Por ejemplo, en la obra clásica Timeo, Platón nos habla de cómo una deidad suprema a la que llamaba “demiurgo” (arquitecto), por su bondad (y participación del Bien-en-sí), quiso organizar la materia informe primordial en algo más parecido al orden bueno que existía en su realidad. Movido por ello, forjó el ámbito de las formas, incluyendo las partículas más elementales que compondrían el cosmos. Para ello, el filósofo se inspiró en la obra de Pitágoras, que reducía a las formas que moldearían todo el cosmos en “partículas” de los sólidos geométricos perfectos.
Como pueden ver en la imagen, cada uno de los sólidos compone uno de los cinco elementos:
- Tierra (cubo): El elemento más sólido de todos.
- Agua (icosaedro): Debido a que los líquidos recorren las superficies, las partículas que los componen deben ser lo más esféricas posible.
- Aire (octaedro): La figura del octaedro sugiere ligereza, como el aire.
- Fuego (tetraedro): Es la figura más puntiaguda y ligera de todas las anteriores, lo que explica el dolor que sentimos cuando nos acercamos a este elemento.
- Quintaesencia o éter (dodecaedro): Esta es una sustancia que puede describirse como “aire fuegoso” que forma los distintos cuerpos celestes, el más perfecto de los elementos.
Esta filosofía platónica no fue exactamente adoptada así por Aristóteles, ya que era muy crítico de la teoría de las formas de su maestro. Sin embargo, conservó muchos aspectos de su cosmología. Por ejemplo, como se pensaba en esa época, la esfera donde orbitaba la luna marcaba la frontera entre lo celeste y etéreo y, por otro lado, lo terrestre. Las esferas celestes eran inmutables y perfectas. En cambio, el ámbito terrestre era mutable e imperfecto. La sofisticación de la cosmología aristotélica fue la que prevaleció por gran parte de la antigüedad y en el medioevo hasta la formulación de la teoría heliocéntrica copernicana.
Ahora bien, estas filosofías dominaron las discusiones en la época en torno al cosmos. Eso no significa que los académicos (los seguidores de Platón) y los peripatéticos (los alumnos de Aristóteles) estaban solos en esta discusión. Otras corrientes, algunas cuyas raíces provenían de Sócrates —el maestro de Platón—- competían para proveer modelos de comprensión del mundo. Una de ellas era el cinicismo, cuyo representante más sobresaliente —al menos a nivel cultural— era Diógenes de Sinope. La otra bastante cercana a ella en términos de sus presupuestos físicos era el estoicismo, aunque su actitud distaba bastante de la de los cínicos en relación con la vida civil y otros asuntos. Asimismo, sobresalió por siglos el epicureísmo, iniciado por el filósofo Epicuro, que reducía toda la realidad a “indivisibles” (átoma) y abogaba por una vida hedonista con la debida cautela vía el empleo del cálculo de los placeres.
Para fines de nuestra discusión, solo nos concentraremos en la física estoica. Ahora bien, antes de proceder, tenemos que aclarar lo que queremos decir por “física”. Actualmente, la física es una rama de las ciencias naturales que investiga todo lo relacionado con la materia y la energía. Esa no era la noción de “física” de la época, sino la del estudio y teorización de la naturaleza o esencia de las cosas. Repito, en aquella época no existía el tipo de procedimientos experimentales de hoy, aunque sí existía en algunas esferas aspectos de cálculos de predicción, como los que gobernaban la astronomía de ese tiempo.
Lo que presentaré a continuación es en muchos aspectos una sobresimplificación, pero nos dará los elementos más importantes para comprender lo que leemos en la Biblia. Para los estoicos, al comienzo, hubo dos tipos de sustancias distintas: una sustancia prima pasiva de la que se formó el universo; la otra, una sustancia activa divina a la que los estoicos denominaron pneuma, término que muchas veces se traduce por “espíritu”. No se dejen persuadir por la traducción castellana del término. Actualmente, cuando hablamos de “espíritu” en nuestra realidad cultural, a veces nos referimos a algo “inmaterial” que existe en un ámbito “espiritual” en un cielo que se halla en otra dimensión de la realidad. Esto no era lo que los estoicos querían decir con la palabra. Para ellos, el pneuma se concebía como algo plenamente material. El pneuma en su pureza se manifestaba como éter, sustancia fuegosa que componía las estrellas, los planetas, el sol y la luna, que son, estrictamente hablando, divinidades o dioses.
Es más, en todo el universo permeaba la actividad de una divinidad que le daba forma a la sustancia prima y, a su vez, la actividad orgánica cósmica mediante su pneuma, dándole un orden racional al universo. La visión de los estoicos parece haber sido o panenteísta (que Dios está en todo y todo en Dios) o panteísta (todo es Dios). Las divinidades como este Dios actúan según sustancia, el pneuma. Al darle orden racional al mundo, se creaba una estructura racional a la que los estoicos denominaron “Naturaleza”. En ocasiones, las palabras Dios, Logos (Razón) y Naturaleza se empleaban de manera equivalente.
La influencia de esta visión estoica fue bastante poderosa en otras corrientes filosóficas, especialmente de raíces platónicas a las que se les ha denominado platonismo medio. Adoptaron como marco general la filosofía platónica, pero rellenaron muchos de sus vacíos filosóficos con nociones de otras filosofías, tales como la neopitagórica, la peripatética y la estoica. Encontramos, pues, en autores del platonismo medio como Filón de Alejandría, una serie de nociones estoicas en su comprensión de la Torah a partir del Timeo platónico y algunas de las demás filosofías, incorporando también la noción del pneuma estoico.
2. La doctrina y física de Pablo el Apóstol
Según Hechos de Apóstoles, Pablo nació en Tarso de Cilicia, probablemente durante la primera década de nuestra era (Hechos 9.11). Esto no es un detalle insignificante. Tarso era uno de los centros más importantes del estoicismo en el Mediterráneo —el otro, Rodas—. De Tarso provino una de las cabezas de la Stoá, Zenón de Tarso, otra de las cabezas filosóficas de los primeros siglos de nuestra era fue Antipatro de Tarso. Uno de los antecesores de Séneca, filósofo estoico romano de origen de la Hispania y consejero de Nerón, fue Atenodoro de Tarso, consejero del emperador Augusto. No en vano, uno de los gobernantes escogidos por Augusto para de Tarso fue un estoico.
No nos equivoquemos … Pablo era judío, pero de la diáspora. Las cartas auténticas paulinas revelan que su lengua materna fue el griego. No por eso se excluye que pudo haber conocido algo de hebreo o arameo, pero su base de comunicación cotidiana y de desarrollo intelectual era el griego. Aunque no era exactamente del tope de la élite literaria cultural de la época, sí se puede observar que conocía muy bien la literatura filosófica de la época, incluyendo los diálogos de Platón. Asimismo, usaba nociones estoicas que formaban parte del ambiente lingüístico en la sociedad grecorromana de Tarso. Su referente en cuanto a las Escrituras era la Septuaginta, la versión griega de la Biblia Hebrea, desarrollada bajo la dinastía de los Ptolomeos en el antiguo Egipto. La selección de los términos por parte de los traductores le impregnaba al texto connotaciones estoicas o platónicas. Pablo no era ajeno a esa realidad.
Cuando tuvo su experiencia revelatoria, la describía como una llamada de Dios para que predicara algo que él denominaba en griego “euangélion” (εὐαγγέλιον), que se traduce por “Buena Noticia” o “Buen Anuncio” (nuestras Biblias lo traducen por “evangelio”). Vale aclarar dos cosas en relación con esta palabra. En las cartas de Pablo, “evangelio” no equivale a los cuatro libros que actualmente llamamos “evangelios” en el Nuevo Testamento, sino que se refiere estrictamente al mensaje que, según él, Jesús resucitado le encargó para predicarles a los paganos. De esto hablaremos un poco más tarde.
Lo otro es que hablar de “euangélion” tiene connotaciones políticas bien importantes y que suelen pasar inadvertidas en este tipo de discusiones. La frase que traducimos como “Buen Anuncio” aparece en algunas ocasiones en la Septuaginta para indicar el pronto fin de una era y el comienzo de otra (i.e. Isaías 52.7). No obstante, también la palabra se utilizaba para conmemorar el cumpleaños del emperador. Por ejemplo, en el Calendario de Priene se habla del buen anuncio de la conmemoración del nacimiento del emperador Augusto, que era la salvación del mundo y dios terrestre. Precisamente, fue a Octavio Augusto al que se le conocía bajo el título de “divi filius” o “hijo del divino”, ya que era hijo de una deidad … Julio César. De acuerdo a las leyendas que se forjaron tras su asesinato, el alma de César fue llevada por la diosa —y legendario ancestro femenino de los Julios— Venus, se transformó en spiritus (el término latino equivalente al pneuma en griego) y se convirtió en una estrella celeste, habitando el firmamento junto a los demás dioses. Es decir, Augusto era hijo de un dios, el César exaltado en el cielo.
La adopción de estos términos por el movimiento de Jesús de la época se explica en cuanto a que los miembros en general veían a Jesús como “el Cristo”, es decir “el Mesías”, que derrotaría en el futuro todas las fuerzas celestes y terrestres —incluyendo a Roma— y establecería un reino de Dios en la Tierra. Para todos los efectos, la descripción de Jesús como “hijo de Dios”, “salvador del mundo”, entre otros, era para presentar a este como superior al emperador de turno. Para los miembros del movimiento de Jesús, el Mesías murió en la cruz y fue adoptado como hijo del supremo dios Yahveh, heredó el nombre de “Kyrios” (Señor), y se volvió en el gobernante de todo lo existente, digno de plena adoración (Romanos 1.3-4; Filipenses 2.6-11).
Este tipo de exaltación tiene sus implicaciones de acuerdo a la cosmovisión paulina.
Pablo sostenía una visión platónica del ser humano, en la que lo dividía en tres componentes: el racional, el pneumático o el componente irascible y el carnal o componente concupiscible (1 Tesalonicenses 5.23). Gran parte de la preocupación paulina en cuanto al estatus moral de los fieles radicaba en que cayeran en la decadencia carnal y no se dejaran llevar por el pneuma santo de Dios.
Para Pablo, debido a que Adán cometió el primer pecado, el “pecado entró en el mundo y con él, la muerte”. Mediante recursos retóricos, Pablo personificaba al pecado y la muerte durante su exposición. Debido a que desde Adán hasta Moisés todos pecaron, Dios entregó la Torah como una supervisora para el pueblo de Israel. No obstante, aunque la Torah era de origen pneumático divino, el pecado la “aprovechó” para estimular inclinaciones carnales contra ella. Por ello, Jesús nació un ser humano con una carne semejante a la que tenemos, la afectada por el pecado, pero como el Mesías no pecó, no estuvo sujeto a la muerte. Aun así, asumió para sí los pecados del mundo y murió vicariamente, para después resucitar, venciendo a la muerte para siempre.
De esta manera, nos dice Pablo, que el Mesías les abrió las puertas a los paganos para que abandonaran sus cultos y se hicieran hijos al dios supremo Yahveh antes del pronto fin de la era. Aquellos que se bautizaran, comenzarían su transformación étnica a ser hijos de Abrahán y también hijos de Dios por acción pneumática de Él. Y al final de los tiempos, cuando resucitaran los muertos, al igual que pasó con Jesús, los cuerpos carnales de los fieles serían transformados en cuerpos pneumáticos, cuerpos glorificados, de intuición intelectiva e inmortal (1 Corintios 15.35-53). En otras palabras, lo que proponía Pablo era una suerte de deificación de los fieles.
Esto último es la clave para comprender lo que leemos en 1 Tesalonicenses.
C. La parousía
El libro de 1 Tesalonicenses supone la visión paulina que expresó en 1 Corintios 15, la transformación de cuerpos carnales en pneumáticos. Esto lo describe Pablo como un “arrebatamiento”, de ahí el término popular. No obstante, no es de la manera que creen los que favorecen la doctrina del arrebatamiento. Al cambiar los cuerpos carnales (físicamente pesados) a cuerpos pneumáticos (pneuma como en su forma más ligera), estos volarían por los aires al encuentro del Mesías.
Otra parte del problema es que esto se lee en español y no en griego. En Pablo, el acontecimiento de la llamada “venida del Señor” supone que Jesús el Mesías estaba en el cielo estrellado. De allí, desde lo muy alto del universo, descendería el Mesías hasta, presumiblemente, la esfera de la luna, que era el límite inferior del ámbito divino. Pablo se refiere a esta “llegada” del Señor como “parousía” (παρουσία) y el encuentro en el aire como “apántesis” (ἀπάντησις). Estos términos están fuertemente cargados de connotaciones políticas.
Una parousía se refiere a la manera en que un emperador, gobernante o dignatario, después de una campaña larga, era recibido triunfante por una delegación que se encontraba (apántesis) con él para escoltarlo a dentro de la ciudad. Esto es algo que los fieles de Tesalónica conocían muy bien, dado su contexto grecorromano.
En otras palabras, que como las parusías de la época, la llegada del Mesías sería anunciada mediante un toque de trompetas. Tras la transformación física de cuerpos carnales a pneumáticos, los muertos resucitados serían los primeros en formar una “delegación” para recibir al Mesías, y estos serían seguidos por los vivos para encontrarse con el Mesías (apántesis) en el aire y escoltarlo de la esfera de la luna a la tierra. Es decir, mediante el uso de vocablos que designaban los usos y costumbres de esa época, Pablo estaba sugiriendo exactamente lo contrario a lo que proponen los partidarios actuales del “arrebatamiento”.
D. ¿Y qué hay del pasaje del Evangelio de Mateo?
Debido a la asociación que los creyentes establecen entre el pasaje de Mateo y el de 1 Tesalonicenses, es bien difícil para algunos de ellos separar el uno del otro. Cuando se vinculan los dos en relación con el asunto del “rapto” o el “arrebatamiento”, inevitablemente se asocia el “ser dejado” con el “no ser arrebatado” o “no ser salvo”. Aquellos que se queden en la tierra sufrirían, bajo esta perspectiva, “la tribulación”.
El problema con esta perspectiva es que pasa por alto lo que está diciendo el texto, voy a citarlo otra vez, pero haciendo un énfasis distinto.
Acerca de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino tan solo el Padre. La venida [parousía] del Hijo del hombre será una cosa parecida al episodio de Noé. En efecto: en los días que precedieron al diluvio comían y bebían, y los hombres tomaban mujer y daban a sus hijas en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se percataron de nada hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos. Lo mismo sucederá con la venida del Hijo del hombre. Entonces se hallarán dos hombres en el campo: uno será tomado y otro será dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada. Vigilen pues, porque no saben en qué día vendrá su Señor (Mateo 24.36-42, mi énfasis).
La dificultad en estos versos radica en que su significado es algo oscuro. A partir del contenido de dicho evangelio, sabemos que habría una separación entre los salvos y los condenados (e.g. Mateo 25). El problema es que no se sabe con plena certeza si los que se “toman” son los salvos, o los que “son dejados”. Como resultado, existe una variedad de opiniones en torno a este tema.
En lo que fundamentalmente todo el mundo está de acuerdo es que, en cuanto al significado de quién es “tomado” y quién es “dejado”, su significado se encuentra con la analogía del diluvio universal, según lo relata el Génesis. También están de acuerdo de que el enfoque de este fragmento textual es más bien el estatus de preparación de la humanidad en el momento de la parousía sin importar si aquellos que “comían o bebían” fueran malvados o no.
Ahora bien, con base en ello, según la mayoría de los comentaristas, aquellos que serían “tomados” estuvieron atentos a la pronta llegada del Mesías, mientras que aquellos que no, pasarían por un juicio.
Algunos como R. Alan Culpepper llegan tan lejos como asociarlo a 1 Tesalonicenses. El problema con este acercamiento particular es que en el pasaje de Mateo se refiere a la llegada del Hijo del Hombre, también descrita como una parousía, pero con el propósito de establecer un juicio. En cambio, en el caso de 1 Tesalonicenses, los muertos y fieles eran arrebatados para un encuentro (apántesis), como si fueran miembros prestigiosos que recibían al gobernante cósmico definitivo para escoltarlo a la tierra. Este no es el panorama que vemos en el Evangelio de Mateo en cuanto a los que eran “tomados”:
[El Hijo del Hombre] enviará a sus ángeles, que harán resonar trompetas y congregarán a los elegidos procedentes de los cuatro puntos cardinales, de uno a otro extremo de los cielos (Mateo 24.31).
Haciendo la salvedad contextual que acabamos de señalar, la perspectiva que favorece la mayoría de los comentaristas del Evangelio de Mateo es que los “tomados” serían salvos y los “dejados”, sometidos al juicio. A primera instancia, esto parecería confirmar la teoría del rapto, excepto por una cosa. La visión típica del rapto es que el evento debe ocurrir antes de la tribulación. No obstante, el texto deja claro que el ser “tomados por ángeles” ocurriría después de la tribulación.
Inmediatamente, después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no resplandecerá, las estrellas caerán del cielo y las potencias celestiales se tambalearán. Entonces se hará visible en el cielo la señal del Hijo del Hombre, se lamentarán todas las razas de la tierra y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. Él enviará a sus ángeles, que harán resonar trompetas y congregarán a los elegidos procedentes de los cuatro puntos cardinales, de uno a otro extremo de los cielos (Mateo 24.29-31, mi énfasis).
Para otros expertos, una minoría de notables especialistas, como Jeannine Brown, Kyle Roberts, Osborne Grant y Bart Ehrman, la mejor interpretación es la opuesta: que los “llevados” serían los condenados y los “dejados”, los salvos. El biblista Dan McClellan, el pastor Phil Vischer y el especialista en ciencias de las religiones Andrew Henry coinciden con esta apreciación. Esto se debe a que, en analogía con el diluvio, aquellos que fueron “tomados” o “arrastrados por las aguas” fueron los que se perjudicaron, mientras que aquellos que fueron “dejados atrás” tras la travesía en el arca, se salvaron. Grant señala que los verbos para “arrastrados” y “ser tomados” en los versos 39 y 40 no tienen significados distintos, por ende, no es válido suponer que “ser llevado” significaba salvación.
Esto también es consecuente con otras partes del Evangelio de Mateo, como, por ejemplo, lo que dice Jesús con la parábola de la cizaña:
Así como la cizaña se recoge y se quema, así sucederá en el fin de los tiempos. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino todo lo que induce al mal y a los que obran contra la Torah y los arrojarán al horno encendido: allí será el llanto y el rechinar de los dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mateo 13.40-43, mi énfasis)
El texto paralelo a Mateo en Lucas confirma esta perspectiva en relación con aquellos que son “tomados” y otros “dejados”. El autor de este evangelio añade más claramente su interpretación del acontecimiento:
Vendrán días en que desearán ver uno de los días del Hijo del Hombre y no lo verán. Y les dirán: “Véanlo aquí”, “véanlo allí”. No vayan ni corran detrás, pues como el relámpago al resplandecer brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día … Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, tomaban mujer los hombres y maridos las mujeres, hasta el día que Noé entró al arca, vino el diluvio y acabó con todos. Igualmente sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían, pero el día en el que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos. Lo mismo pasará el día en que el Hijo del Hombre se manifieste. Aquel día, quien esté sobre el tejado y tenga sus enseres dentro de la casa, no baje a cogerlos, y quien esté en el campo, de igual modo no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente salvar su vida la perderá, y quien la pierda la conservará. Les digo que esa noche, de dos que estén en un mismo lecho, uno será tomado y el otro será dejado; de dos que estén moliendo juntas, una será tomada y la otra dejada.
Y le preguntaron diciendo:
—¿Dónde, Señor?
Él les dijo:
—Donde está el cadáver, allí se congregarán las águilas (Lucas 17.22-37, mi énfasis)
En otras palabras, para “Lucas”, aquellos que fueran “tomados” terminarían donde habría cadáveres y aves de rapiña.
Aun así, hay otros como David Turner quienes afirman que una interpretación adecuada de este pasaje de Mateo es difícil porque no es consistente con sus patrones lingüísticos para determinar cuáles son los salvos y cuáles los condenados cuando llegara el “Hijo del Hombre”. Por supuesto, la interpretación lucana es más clara, pero no debe atribuirse la perspectiva de “Lucas” a la de “Mateo”.
Lo presentado puede ser indicio de que los pasajes de Mateo y Lucas no confirman a los creyentes la doctrina del “arrebatamiento” o del “rapto”.
E. ¿De dónde viene la idea del “arrebatamiento” o del “rapto”?
Para sorpresa de muchos creyentes y los que no somos creyentes, la doctrina del arrebatamiento se desarrolló en la modernidad. Tiene su punto de origen en el pastor estadounidense John Nelson Darby, en el siglo XIX, quien predicaba un “arrebatamiento” previo a la tribulación. Su predicación tuvo un gran impacto en varios sectores del cristianismo moderno. Más adelante, Billy Graham promovió esta perspectiva en muchos sectores evangélicos. El mensaje se diseminó más en la esfera pública mediante la prédica de Pat Robertson y su programa de TV, 700 Club.
No obstante su popularidad, la Iglesia Católica nunca sostuvo ni apoya esta posición, al igual que las iglesias orientales y la mayoría de las denominaciones protestantes. Sin embargo, los pentecostales, los nuevos calvinistas, sectores del nacionalismo cristiano estadounidense y otros, sostienen esta doctrina que tiene cero fundamento bíblico. Y no tenemos que mencionar que para nosotros, los ateos, agnósticos y librepensadores, ninguno de los pasajes discutidos tiene validez alguna en la realidad.
Al contrario, un problema serio con esta perspectiva es que ha tomado parte de decisiones de política pública e internacional. Muchos de estos sectores protestantes estadounidenses son cristianos sionistas a favor de la completa constitución regional del Estado de Israel (equivalente al territorio de la llamada “monarquía unida” bajo David y Salomón, según la presenta la Biblia) con la expulsión completa de los palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Igualmente, han sido cómplices de los sectores más conservadores para impulsar programas que convertirían a Estados Unidos de una nación secular a una región teocrática. Esto va acompañado de un discurso de alarma a los creyentes al postular una persecución por parte del gobierno federal, especialmente bajo la presidencia de algún demócrata. Todo este ambiente ideológico totalmente apartado de la verdad suele animar las masas para moverlas políticamente, en ocasiones tomando decisiones perjudiciales para el proceso político de esa nación.
F. Por último …
Me consta que no todos los protestantes ni todos los que favorecen la doctrina del arrebatamiento están de acuerdo con esta perspectiva nacionalista cristiana estadounidense. Sin embargo, dentro del ambiente general que se da en ese país, no es algo inofensivo, especialmente cuando el perjuicio de esta visión puede multiplicarse aún más al establecerse varias de estas misiones protestantes en Latinoamérica desde las iglesias de Estados Unidos.
Parte de la razón por la que escribí este artículo es para proveerles tanto a los no creyentes como a los creyentes hispanohablantes que nos leen los recursos para presentar evidencia contra esta creencia, a mi juicio, perniciosa.
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